por Jimena Castro
Dra (c) en Estudios Americanos del Instituto de Estudios Avanzados
Universidad de Santiago de Chile
Es gracias a Caroline Walker Bynum, que escribió Fragmentation and Redemption: Essays on Gender and the Human Body in Medieval Religion, que conocí el caso de Agnes Blannbekin (1244 – 1315), una beguina[1] vienesa que vivió una experiencia bastante curiosa con el cuerpo de Cristo. En realidad, es una experiencia que vivió con un fragmento del cuerpo de Cristo: su prepucio. Cuenta el escribano de Agnes:
Llorando compasivamente, ella comenzó a pensar acerca del prepucio de Cristo, sobre dónde estaría ubicado [después de la Resurrección]. Y he ahí que luego sintió, con la más grande de las dulzuras, un pequeño pedazo de piel parecido a la envoltura de un huevo, que ella tragó. Luego de haberlo tragado, nuevamente volvió a sentir esta pequeña piel en su lengua con la misma dulzura anterior, y nuevamente la tragó. Y esto mismo le sucedió alrededor de cien veces. Y esta sensación fue tan frecuente, que se tentó a tocar esta piel con su dedo. Y cuando quiso tocarla, la pequeña piel bajó sola por su garganta. Y se dijo que el prepucio resucitó con el Señor en el día de su Resurrección. Y era tan intensa la dulzura de esa pequeña piel, que sintió en todas [sus] extremidades y las partes de sus extremidades una dulce transformación. [2]
Es a partir del siglo XII que se comenzó a popularizar la veneración a este divino pedazo del cuerpo de Jesús[3]. Se trata de un culto que iba acompañado de un debate: si Cristo ascendió al Cielo en cuerpo y alma, ¿qué sucedió con su prepucio?, ¿resucitó Cristo con todo su cuerpo o se mantuvieron fragmentos de él en la tierra? Cuenta la Biblia que Jesús, como todo niño judío, fue circuncidado al octavo día de su nacimiento[4] y las leyendas medievales comenzaron a presumir que su prepucio permaneció en la tierra, así como también podría haber sucedido con sus uñas, dientes y pelo.
¿Cómo sucedió esto?
Tras el tradicional rito de la circuncisión[5], el prepucio del niño Jesús habría quedado bajo el cuidado de su primo Juan Bautista, quien a su vez se lo habría delegado a María Magdalena. Hay otras versiones que indican que María Magdalena lo poseyó directamente. Como sea, la reliquia pasó posteriormente a manos de un ángel quien la entregó a san Gregorio Magno. Después pasó a manos del papa León III que se lo entregó como obsequio navideño en el año 800 a Carlomagno. El prepucio desapareció de la iglesia de san Juan de Letrán tras el saqueo de Roma de 1527 y apareció en el pueblo italiano de Calcata[6]. Volvió a desaparecer recién en 1983, según lo constata este archivo del diario El País.
Una historia paralela a esta, muy comentada en el siglo XIII, contaba que el prepucio habría sido recibido por Carlomagno, quien lo instaló en una iglesia de Charroux en Francia para su veneración. Muchos conventos también durante años reclamaron la presencia del prepucio de Jesús, o al menos de algún fragmento de él. De este modo, el deseo por ver o poseer la santa reliquia se volvió fervor entre muchos clérigos y monjas.

Clemente de Torres, El Matrimonio místico de Santa Catalina de Siena, siglo XVIII. Colección privada.
Es un deseo que vemos encarnado en el relato de Agnes Blannbekin, quien no fue la única mujer que experimentó con este fragmento genital. También lo hizo santa Catalina de Siena (1347 – 1380), terciaria dominica que contrajo matrimonio místico con Cristo, recibiendo como símbolo de esa unión un anillo que sólo ella podía ver y que en sus cartas describió como la carne circuncidada de Jesús[7]. Una seguidora de Catalina, santa Rosa de Lima (1586 – 1617), también se casó con el niño Jesús[8], pero no existen indicios de que la naturaleza de la pieza haya sido carnal. Santa Brígida de Suecia (1303 – 1373) también tuvo una experiencia con el santo prepucio, recibiendo una revelación que le indicaba que la pieza carnal había resucitado junto al resto del cuerpo de Cristo, la misma conclusión a la que llegó Agnes Blannbekin mientras lo comía.
La Circuncisión de Jesús hasta el 14 de febrero de 1969 fue una fiesta oficial de la Iglesia católica y se celebraba cada 1 de enero, ocho días después de Navidad. El papa Pablo VI sustituyó esa fiesta por la de la de Santa María Madre de Dios, que es la que hoy por hoy celebra la Iglesia en su calendario litúrgico.
[1] Las beguinas eran mujeres laicas que se consagraban a la vida religiosa mendicante, viviendo sin una regla como sí lo hacían las monjas, ni bajo el cuidado de una abadesa, priora o superiora, ni tampoco haciendo vida comunitaria.
[2] Wiethaus, Ulrike, ed. Agnes Blannbekin, Vienese Beguine. Life and Revelations. D.S. Brewer: Cambidge, 2002. La traducción es mía.
[3] Jacobs, Andrew S. Christ Circumcised: A Study in Early Christian History and Difference. University of Pennsylvania Press: Philadelphia, 2012.
[4] «Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al Niño, le dieron el nombre de Jesús, impuesto por el ángel antes de ser concebido en el seno» (Lucas 2, 21).
[5] «Os circuncidaréis la carne del prepucio, y eso será la señal de la alianza entre yo y vosotros. A los ocho días será circuncidado entre vosotros todo varón, de generación en generación, tanto el nacido en casa como el comprado con dinero a cualquier extraño que no sea de tu raza. Deben ser circuncidados el nacido en tu casa y el comprado con tu dinero, de modo que mi alianza esté en vuestra carne como alianza eterna. El incircunciso, el varón a quien no se le circuncide la carne de su prepucio, ese tal será borrado de entre los suyos por haber violado mi alianza» (Génesis 17, 11-14)
[6] Todo esto se encuentra registrado en la Legenda aurea de Jacobus de Voraigne de 1260.
[7] «Él te ha desposado a ti y a toda creatura no con un anillo de plata, si no que con el anillo de Su Carne» (Scudder, Vida D. ed. Saint Catherine of Siena as seen in her letters. E. P Dutton & Co: New York, 1905, 164). La traducción es mía. Walker Bynum, Caroline. Fragmentation and Redemption: Essays on Gender and the Human Body in Medieval Religion. Zone Books: New York, 1992, 186.
[8] Loayza, Fr. P. De. Vida de Santa Rosa de Lima, ed. P.M. Álvarez Renard, O.P. Santuario de Santa Rosa, Lima: 1996.