por Roberto Cabrera V.
Doctor en Literatura
Pontificia Universidad Católica de Chile
Miro unas fotos antiguas. Fui niño en los ochenta y eso explica varias cosas, la más relevante para esta nota es el hecho de llevar puesto el uniforme de mi equipo en una nochebuena legendaria y lucir unos shorts de tamaño tal vez inconveniente. Mis ídolos del momento eran Sandrino Castec y Héctor Hoffens, insignes delanteros azules de pantaloncillos cortos. Lo que me lleva al recuerdo más amplio y a la pregunta por la evolución de esta vestimenta en el fútbol.
Al revisar publicaciones impresas y en línea sobre la historia del balompié[1] es fácil constatar que en el origen las cosas fueron muy diferentes. La Inglaterra cercana al 1200 registra varios testimonios de la práctica de este deporte y en algunos grabados del siglo XVII ya se puede apreciar algo del equipamiento: incómodas bombachas (tal vez delineadas a punta de un armado al modo de corsé) puestas sobre los calzones de ese entonces, que ahora identificaríamos con los invernales calzoncillos largos. Ya cerca del 1900 las tenidas van perdiendo el toque monárquico aunque aún se juega de pantalón largo y camisa, si bien algo más ceñida.
El siglo XX traerá su cambalache a todos los ámbitos del actuar humano y así, los jugadores empezarán a mostrar algo de piel al dejar atrás el caluroso pantalón largo (cabe señalar que la lana era el material usado en estas prendas) y adoptar una versión más corta que, dependiendo del lugar, oscilaba entre el pescador y la bombacha.
De hecho, este último modelo de pantalón corto será el que impere en las canchas con una que otra variante (más o menos holgado) hasta la década del 50 del siglo pasado. Al observar imágenes de los Mundiales de fútbol, recién en el de Suecia 1958 vemos una versión moderna del short, innovación detentada con particular éxito por la selección brasileña, campeona en esa edición de la competencia.
Luego, en el mundial de Chile 1962, la prenda se consagra y la propia selección nacional destaca gracias a las siluetas más bien corpulentas del tanque Carlos Campos, Leonel Sánchez y Eladio Rojas.
Como decíamos, el pantalón corto rige sin discusiones hasta bien entrados los setentas, que – de la mano de su reconocido ánimo fiestero y vocación por el espectáculo – rebajan un poco más el tamaño de esta pieza. Junto a ello, se introduce un detalle particularmente coqueto y revelador: un pequeño sacado triangular en el costado externo de cada pierna, clara influencia del mundo del atletismo. La popularidad de esta pieza excede pronto el campo del deporte y pasa a ser un must de la temporada estival y como corresponde, la creatividad lingüística nacional no se hace esperar. En el afán más bien estructuralista de etiquetar cada cosa, el ingenio criollo fija un término extraordinario. Dado que ya existe el short y que este tiene una forma y extensión reconocibles, es menester buscar la distinción y así se empezará a hablar del “short corto” y poco tiempo después, la forma propia del español de Chile: chores cortos. No deja de ser curioso el uso en plural, lo que responda tal vez a la forma más legitimada de “pantalones”.
Volviendo al ámbito futbolístico, los chores cortos abrirán un espacio apenas explorado en décadas anteriores, el de la sensualidad del jugador. Si bien en los dorados años sesenta las fanáticas deliraban por Tito Fouillioux, la iconografía del fenómeno era bien apegada a los cánones de lo correcto: el look de los players debía ser apto tanto para la revista Estadio como para la Ecran. El short corto en cambio – en conjunto con una ajustada camiseta de algodón-lanilla – constituye un gesto liberal, profano, vulnerador de la (casi) última barrera del pudor. Como suele ocurrir en el mundo-fútbol, las innovaciones van de la mano de los Mundiales y así, la versión más jugada de la prenda de marras debutó en la polémica competencia de Argentina 1978. La albiceleste campeona tenía entre sus filas al capitán Daniel Bertoni, y los melenudos delanteros Mario Alberto Kempes y Leopoldo Luque, este último dueño además de un vistoso bigote. La tríada short + melena rockera + bigote grueso sitúa a este personaje en ese punto limítrofe entre el deportista famoso y el actor porno.
Se sabe que la moda es rigurosamente seguida por el futbolista nacional y si viene dictada allende los Andes, con mayor razón. Lo cierto es que en las canchas chilenas el short corto hizo nata y se mantuvo por bastante más tiempo del esperado. La explicación quizás esté en el denostado fenotipo criollo de ese momento: en promedio, tipos más bien bajos, con escasa formación muscular en el vientre (el six pack era una excentricidad destinada a artistas de circo) pero con muslos gruesos. Sandrino Castec – célebre tras un gol de chilena en un partido amistoso frente a Argentina en Mendoza – y Carlos Caszely, el rey del metro cuadrado, han reconocido que el sex appeal innato se veía incrementado por el uso del short.
Dicho sea de paso, a tanto llega la identificación de la prenda con el “chino”, que hasta hoy se escucha hablar del “short Caszely”, al punto que incluso es posible verlo promocionado en sitios de compra-venta por internet.
Había algo inquietante en este mini short que, dependiendo del usuario, podía metamorfosear en hot-pants y esto era la posibilidad cierta que, tal como la minifalda, revelara algo más de lo debido o pudiera despertar instintos en circunstancias inconvenientes. Inolvidable es la escena de un partido de la liga española en que se enfrentaban el Real Madrid contra el Valladolid. Aquella tarde de 1991, Michel, emblemático jugador madridista, bajó a su propia área para defender un corner; se le había asignado la marca del talentoso volante colombiano Carlos Valderrama. El Pibe, movedizo y hábil, debía ser neutralizado y el bueno de Michel no encontró mejor arma que sus manos, pero bajando al área genital del rival. Durante años, el del Madrid repitió que se había tratado de un juego y de una treta para desconcentrar al barranquillero, cuestión que claramente logró:
Pero las modas vienen y van y así, con la llegada de la década de los noventa, el short corto fue desapareciendo de las canchas: nuevas telas y requerimientos aparecieron y empezaron a primar criterios como la comodidad, la resistencia a condiciones de temperatura y humedad, todo enfocado en la alta competencia. Con todo, suceden episodios que reabren el espacio polémico de lo obsceno, etimológicamente hablando[2], claro. En el Mundial de Estados Unidos 1994, jugado bajo gran calor y en terrenos húmedos, Roberto Baggio, estrella italiana, se apresta a lanzar un penal. Como corresponde al momento, camina con el balón en las manos hasta el punto en cuestión, se agacha hasta calzar el esférico en el círculo de cal que señala la pena máxima y entonces, quienes veíamos la transmisión por las pantallas, escuchamos el comentario de Sergio Roberto Livingstone, reserva moral del fútbol chileno. Contagiado tal vez por el nervio de la escena y por el relato tenso de Carcuro, “Sapito” intenta romper el hielo con una frase que no se borra más de mi cabeza. Baggio se inclina sin flectar las rodillas y su pantalón blanco deja traslucir unas líneas reveladoras: “Tan rebajados que usan los calzoncillos ahora, ¿no?” El posterior grito de gol sonó a desahogo ante tan incómoda situación.
No extraña entonces que el péndulo de la historia haya traído de vuelta las bombachas, convertidas en rasgo distintivo de la selección italiana en el mundial de Francia 1998. Este pantalón corto era reforzado muchas veces por unas ajustadas lycras que se asomaban con cierta coquetería, pero ya sin la picardía del referente ochentero.
Sin embargo, no todo está perdido para los chores cortos, porque cada cierto tiempo aparece un jugador (por lo general uno que fue niño durante el reinado de la prenda) que los revitaliza, homenajea y reescribe. Sin ir más lejos, basta mirar el gesto repetitivo de Alexis Sánchez, quien durante el partido, se sube los shorts hasta convertirlos en versiones actualizadas en las que se mezclan la tela antisudor, los diseños, colores de vanguardia y el barrio. Y es que el delantero chileno entiende que, tal como al fútbol lo hacen los goles, los chores son amores.
[1] http://www.spartacus.schoolnet.co.uk/Fhistory.htm
Bueno Álvarez, J.A. y Mateo, Miguel Ángel: Historia del fútbol. Edaf, Madrid, 2010.
[2] Obsceno, del griego ob y skené: fuera de escena. Por extensión, aquello que debe permanecer tras bambalinas.