por Marcela Labraña
Dra. en Humanidades
Universitat Pompeu Fabra [1]
1. Casi todos los estudiantes de literatura llegamos a la universidad con una lista de lecturas en el cuerpo. Estos autores o títulos funcionan a modo de tarjeta de presentación o incluso como una suerte de clave secreta que permite el acceso a un club. Poco a poco, en el patio, el pasillo o la mismísima sala de clases, las conversaciones que los menos tímidos entablan con todo lo que parezca algo distinto a un poste o a un árbol, van tanteando terreno y revelando, con más o menos reserva, esa preciada lista. Esas lecturas, generalmente fruto de la asistemática pero eficaz gestión de la casualidad o el infortunio, son en gran medida responsables de que el flamante universitario decida estudiar esta carrera a costa de cierta preocupación o franca oposición de sus padres. Esas lecturas -reales o no, hay que decirlo- también posibilitan que la amistad surja entre los inquietos educandos. Por lo que recuerdo de nuestras primeras conversaciones en Campus Oriente, más de 20 años atrás, el ranking literario del actual profesor Schoennenbeck ha variado poco: José Donoso, Henry James, y dos tremendas escritoras: Virginia Woolf y Marguerite Yourcenar. Estas dos últimas, que yo también leía con pasión en ese momento, fueron la llave de nuestra complicidad. Fue gracias a esa confianza que pude acceder a otro ranking de Sebastián, tanto o más fascinante que el literario. Esta lista la integran hasta hoy personajes que dan lecciones para la vida, y está encabezada por tres mujeres tutelares: su majestad la reina –Isabel II, Reina de Inglaterra, of course, cuál otra si no– la duquesa de Alba y Coco Chanel. Esta última, sensata y talentosa como pocas, nos legó, entre otras cosas, el traje sastre en tweed, el clásico estampado de líneas horizontales propio de las poleras de los marineros y la idea de que toda mujer debe contar con al menos un little black dress en su armario. Coco también acuñó varias perlas tan políticamente incorrectas como útiles y agudas. Para muestra, tres botones:
– «Una buena mujer con buenos zapatos jamás será fea»
– «Una mujer sin perfume es una mujer sin futuro» y
– «Vístete hoy como si fueras a conocer a tu peor enemigo».
2. En «¿Otra vez Donoso?», el impecable prólogo de José Donoso. Paisajes, rutas y fugas, Sebastián explica que su libro intenta aproximarse a la compleja enciclopedia cultural donosiana. Hoy entendemos que este rico acopio de materiales tan altos como marginales, tan trágicos como escépticos, afinca en la superficie, pues, como propone Sebastián, «esa alta cultura donosiana . . . es también una alta costura» (15). En el mundo de Donoso «el juego, la simulación, la máscara, el disfraz, la apariencia y la liberación angustiante de nuestras identificaciones nacionales» (15) nos indican la decadencia exquisita del sujeto que protagoniza estas obras, un sujeto que olvidó cómo era su rostro y baila, gira una y otra vez a ras de suelo sin centro y sin destino claro, ataviado teatralmente, consciente de que el hábito sí hace al monje. Creo que para Donoso describir la estela que dibuja este sujeto evanescente no es una mera opción estilística. Imagino que Donoso habría sonreído cómplice al leer esta reflexión que Virginia Woolf escribió en uno de sus Diarios: «La verdad es que no se puede escribir directamente acerca del alma. Al mirarla se desvanece». Por lo mismo, creo que tampoco se puede escribir sobre un libro o cualquier obra de arte de un modo totalmente objetivo. El yo del ensayista está ahí para prestarse al juego, al artificio que propone la obra, para intentar bailar en la superficie, para surfear.
3. Carmen Yañez cuenta que su padre, Álvaro Yañez Bianchi a quien conocemos por su seudónimo, Juan Emar, se puso los anillos de compromiso con su prima Herminia Yañez, hija de Luis Fidel Yañez, hermano de don Eliodoro, en enero de 1913 a los pocos días de haber regresado a Chile tras una de sus tantas estadías en Europa. En aquella época, explica Carmen, Álvaro Yañez salía con Herminia, Mina, y con Alicia Yañez, la Tití, también prima de Yañez y futura madre de José Donoso. Esto quiere decir que, en el intrincado laberinto de la gran familia chilena, Álvaro Yañez fue tío de José Donoso e incluso podría haber sido su padre. Pero más allá de este cotilleo doméstico, traigo a colación a Emar porque en 1922 reflexionó luminosamente sobre la forma en que pensamos e investigamos. Emar señala que para comprender verdaderamente no es necesario tener erudición sobre algo, no basta sólo con saber aunque esa sabiduría sea ordenada y de vastas proporciones. «Entiendo comprender», escribe Emar,
en el sentido de poder crear ciertas relaciones y analogías entre lo que es objeto de observación y otros hechos o cosas, otros elementos en suma, de modo que lo observado no quede en aislamiento sino que pase a formar parte de un total equilibrado y que este total tenga, además de un equilibrio con la persona que observa, tenga, pues, una razón de ser. Así, ante todo un punto, una materia que se conoce; luego tejieron los hilos que la unen a tantos puntos como haya necesidad para que todos unidos formen un concepto global por lo menos ‘posible’. Que este total sea grande o pequeño, sea en realidad verdadero o sea falso, ya es otra cuestión. Con tal que por lo menos -repito- esté en armonía con la persona que observa, con su temperamento, sus designios y la extensión que desea abarcar. (46-7)
En este libro, el profesor Schoennenbeck, la persona que observa, teje una red en torno a Donoso con hilos de muy diverso espesor y textura. Aparecen los críticos Adriana Valdés, Leonidas Morales y Victor Stoichita, pero también los directores de cine Pedro Almodóvar y Federico Fellini, y los pintores Diego Velázquez y Guillermo Lorca. Ninguna de estas alusiones resulta demasiado larga o críptica ni peca de innecesaria pedantería o simple capricho. Un ritmo armónico le permite armar un tejido, un concepto global, como diría Emar, del todo posible, del todo, me atrevería a decir, seductor. En gran medida esto se debe a que el profesor Schoennenbeck no asfixia los relatos que estudia, no los subsume a la teoría. Aquí, es la teoría la que está al servicio del texto, y no al revés. Además, predomina en su prosa un afán por mostrar, por presentar las cosas, los objetos, los espacios en que se mueven los personajes. Casas, ventanas, paisajes y disfraces le permiten y nos permiten como lectores asomarnos al mundo tejido por Donoso. En el ensayo «Decir con la palabra del otro: narración y disfraz en Casa de campo«, por ejemplo, los buenos trapos toman la palabra. En esta novela publicada por primera vez en 1978 treinta y cinco primos Ventura, «juegan, simulan, roban, sobornan y actúan, estableciendo alianzas y complicidades entre sí» (95), resume Sebastián. Muchos de estos juegos tienen que ver con el disfraz que les permite camuflarse y a veces hasta mutar. Un día, Wenceslao se rebela, se atreve a traicionar el hechizo del disfraz. Melania, una de las primas mayores, lo reprende recordándole que es un Ventura y que como tal no debe «olvidar que la apariencia es lo único que no engaña» (102). Sebastián plantea que aquí, en el parlamento de Melania, Donoso advierte «que la única posibilidad de existencia es la apariencia, el artificio, porque el significado original se ha oscurecido. La construcción de una identidad cambiante se forja a través del juego aristocrático y decadente en la que el disfraz y la máscara nos distraen momentáneamente de un aburrimiento esencial» (102). Así, los niños de Casa de campo intentan escapar del hastío vital «profanando los roperos de sus padres, exponiendo prendas de vestir confeccionadas con sedas, terciopelos, gasas, rasos y segrí» (Schoennenbeck, 87).
4. El 2 de marzo del año 2010 recibimos por fin noticias de Sebastián. Digo por fin porque sus amigos presumíamos con no poca inquietud que el 27 de febrero, la noche del último gran terremoto, lo había pillado en el campo. Sebastián nos contó por mail que su casa de campo había quedado bastantante averiada y que esa misma semana regresaría por esos rumbos a solucionar miles de problemas. También escribió, y cito textual el final del mail: «en Santiago no pasó nada, salvo mi porcelana inglesa. Pérdida total. ¿Le pasó algo a tus cafeteras? Perdona mi frivolidad, pero ésta salvará al mundo». Recuerdo que esta gran verdad me provocó una sonrisa melancólica. Recuerdo que pensé en el título de una película de comienzos del 2000 que no recuerdo haber visto pero que parece que sí vi. Recuerdo, como les decía, el título de esta película: La seguridad de los objetos. Y recuerdo también varios objetos, como la granada o un lindo par de zapatos, que con su belleza salvan constantemente el mundo o por lo menos lo intentan.
Bibliografía
Schoennenbeck, Sebastián. José Donoso: Paisajes, rutas y fugas. Santiago: Orjikh, 2015.
Emar, Juan. Cavilaciones. Santiago: La Pollera, 2014.
[1] Este texto fue leído el 19 de marzo del 2015 en Biblioteca GAM a raíz del lanzamiento del libro José Donoso: Paisajes, rutas y fugas del académico y Dr. en literatura Sebastián Schoennenbeck, publicado por Orjikh Ediciones.