por Rodrigo Santibáñez Abraham
Magister (c) en Literatura
Universidad de Chile
La verdad es que antes de su visita por Latinoamérica el nombre de Yayoi Kusama había desfilado frente a mis ojos únicamente en artículos que la mencionaban como un exponente del pop art, y hay que decirlo, siempre secundario al lado de Andy Warhol. Un día martes en la mañana (para evitar el exceso de gente, sí, temíamos el exceso de gente en una exposición artística y con justa razón) nos juntamos con mi buen amigo Hernán en el metro Manquehue y partimos raudos a la exposición «Obsesión infinita» que se está presentando hasta el 7 de Junio en el Centro de las Artes 660. La verdad es que si no hubiese sido por el Hernán probablemente aún no me habría decidido a ir, pues para mí Yayoi Kusama no pasaba de un ícono pop de excesiva influencia estadounidense. Pero bueno, es la exposición del momento y definitivamente la recomendación «hay que ir» se aplica a la perfección para este caso.
Tras dejar mis pertenencias en custodia y prestar mi muñeca derecha para que una amable y sonriente guía le pusiera una pulsera brillante de papel tras registrar mis datos, pudimos entrar a una sala no especialmente grande en la que estaba prohibido sacar fotografías. Miré mi reloj, eran las doce con treinta y dos minutos. Colgaban cuadros hechos con diferentes materiales y de diversas épocas que entre los elementos que compartían (fuera de que todos eran de Kusama, obviamente) resaltaba la clara tendencia al minimalismo y la, a ratos agotadora, reiteración. Los lunares, el gran emblema del trabajo de la nipona, aparecen desde muy temprano en sus pinturas y dibujos, pero es de manera gradual que se fueron adueñando de su obra como una infección sin ningún tipo de antibiótico, que devora descontroladamente el organismo en el que reside. Así es como en las primeras pinturas de la artista encontramos la presencia de estos lunares de manera parcial, hasta que ya en su trabajo de años posteriores, estos lunares devoran todo el espacio ocultando cualquier otro tipo de forma representada, o sencillamente, adueñándose completamente de los cuadros. Según la artista, los lunares y su repetición son la representación del cosmos y su infinito, mientras que al mismo tiempo señala que son la representación visual de la neurosis obsesiva que padece desde pequeña. Es decir, nos encontramos de partida frente a un juego que mezcla lo íntimo con lo universal de manera desafiante y atrevida, al menos en términos conceptuales.
Al pasar a la siguiente habitación nos reciben unos cuantos cuadros más (que siguen la misma línea que los de la habitación anterior) y una instalación que vuelve a jugar con la repetición, pero esta vez de cientos de miembros masculinos que habitan como moho una habitación común y corriente. Esta instalación es parte de una serie de objetos plásticos hechos durante la década de los 60’. Hoy en día para cualquier espectador habitual de arte contemporáneo esto no tiene mucha gracia, es decir, en la actualidad representar el pene no es algo ni novedoso, ni arriesgado, ni mucho menos atractivo, sin embargo, el trabajo de Kusama hoy por hoy tiene un doble valor: i) A perspectiva; que una mujer se diera la maña de representar indiscriminadamente la obsesión fálica en los años 60’ era un acto de rebeldía y originalidad digna de aplausos. ii) Lo popular; el acercamiento al público no habituado a consumir arte contemporáneo. El hecho de que la exposición de Kusama sea de alcance masivo (su evento en Facebook así lo indica con más de cuarenta mil confirmados) y que ésta tenga absoluta claridad de ello es uno de sus puntos fuertes. Cientos de penes infestando una habitación para una persona no habituada al desparpajo del arte visual pueden llegar a generar un golpe de efecto. Esta necesidad de poner en perspectiva la exposición queda en evidencia en al encontrar más adelante una sala dedicada al material de archivo, con fotografías personales, cartas, diarios y apariciones de ella en la prensa de la época, que nos recuerda que estamos frente a obras con más de cuarenta años de existencia.
La verdad es que hasta el momento la exposición no había generado mucho impacto en mí. Eran unas cuantas pinturas conceptualmente atractivas siempre en perspectiva, que no destacaban por su técnica pictórica ni por los materiales utilizados. En ese momento mi experiencia no pasaba de un ejercicio histórico de ponerme en el lugar de producción de las obras expuestas; fenómeno que pasaba tanto con las pinturas como la instalación recién mencionada. Cuando mi ánimo tendía hacía la decepción, llegó la hora de visitar las habitaciones que en sí mismas son una instalación. Me gustaría reseñarlas una por una, pero sospecho que sería una suerte de spoiler y como, por supuesto, nadie que no sea japonés o espectador habitual de televisión en semana santa disfruta de estos, los evitaré en la medida de lo posible. Eran cuatro habitaciones y un pasillo que se constituyen como el foco central de la exposición, pues logran alcanzar hasta al más escéptico de los espectadores sus sensaciones de infinitud en medio de sus alucinaciones. Me tomo la libertad de citar a Kusama para intentar explicar por qué creo que las instalaciones son lo más importante de la exposición: “Pongo todo mi corazón y toda mi alma en la pintura, el resto del tiempo preferiría morirme. Por el momento y mientras respire, estoy luchando sin darme tiempo para descansar porque quiero dejar el mensaje de Yayoi Kusama a las generaciones futuras.” Estas palabras dejan completamente claro, a mi humilde parecer, que lo que busca la artista es lograr compartir y transmitir su noción del cosmos y el universo. No se trata de un saber intelectual, sino de un conocer sensitivo y directo que interpreta el saber intelectual. Es por medio de las sensaciones que transmite su obra (sensaciones que se derivan como producto de las alucinaciones de la Kusama) es que se puede interpretar nuestro universo, nuestra cotidianidad, y en general nosotros mismos, seres que habitamos y formamos el infinito del que tanto intenta dar cuenta la autora. Me parece mejor exponer estas habitaciones por medio de fotografías
Una aproximación al infinito de 20 segundos:
La alteración del espacio cotidiano. Vivimos normalmente en el infinito reiterado:
La más famosa y mejor lograda de todas las instalaciones de la presentación:
El arte de repetir modo hágalo usted mismo:
Tras salir de la última sala me di cuenta sorpresivamente que era el final de la exposición. Miré mi reloj y eran las doce con cincuenta y un minutos. Le pregunto a Hernán que qué le pareció y con su clásico estilo frontal pero conciliador respondió que bueno pero muy corto. Yo por mi parte le contesté que diecinueve minutos para una artista de la envergadura de Yayoi Kusama más parecía un tráiler de la exposición que la exposición misma. La verdad es que «Obsesión Infinita» está bien pensada, sin embargo, la escasez de espacio y obras la hace ver como una exposición muy menor de una artista muy mayor. Sin lugar a dudas, estamos frente al trabajo de una de las artistas visuales más importantes del mundo. Una artista que siempre fue a contra corriente, que jamás se pudo adaptar a ese Japón en el que nació que estaba sumido en un desarrollo tan ferviente como fascista. Que viajó a un país en el que no conocía a nadie pero logró protagonizar e imponer tendencia estética al punto que se transformó en un ícono artístico, pop, y hasta del mundo de la moda. Y que por sobre todo, siente un grado de obsesión hacía su trabajo tan grande que hizo que por decisión personal viva internada en un hospital psiquiátrico, desde 1977, dedicada únicamente a su obra.
Es la oportunidad de acercarse y sentir, aunque sea brevemente, la experiencia del mundo interior de una artista del nivel de Yayoi Kusama lo que hace que la exposición sea un imperdible para cualquier persona sin importar ocupación o bagaje cultural: es agradablemente una de las exposiciones menos elitista y más amena con el público que he tenido la suerte de disfrutar en mucho tiempo.