Nota

Gabinete de curiosidades n°9

por Francisco Castillo Cristi
Licenciado en Diseño
Universidad Mayor

El amor es uno de los sentimientos más intensos que se pueden experimentar, generando en el ser humano una fuerte atracción por otro, que en ocasiones moviliza la unión definitiva entre dos individuos. Estas uniones, sin embargo, han estado supeditadas a las construcciones sociales que se han creado en torno a ellas a lo largo de la historia, no siendo siempre el sentimiento amoroso el elemento central de un enlace. Para las parejas occidentales del siglo XIX, el matrimonio por amor configuraba un importante ideal, pero que debía conciliarse con la obtención de poder y la acumulación de riqueza, en particular para las clases sociales más privilegiadas.

De esta manera, que las parejas decimonónicas de un mismo círculo social se unieran en matrimonio estando enamoradas era un objetivo que no se dejaba al azar. El legado cultural de este siglo da cuenta de la gran valoración que tenía la sociedad occidental frente al amor. Ejemplo de ello son las costumbres de cortejo que durante el periodo victoriano se complejizaron alcanzando un alto nivel de sofisticación que, sin embargo, debían convivir con estrictas normas de comportamiento. Una publicación correspondiente a la exposición Blanca y Radiante: desde la indivisibilidad a la presencia en el universo femenino del  Museo del Patrimonio Municipal de Málaga explica que el cortejo, «tras el Romanticismo, se fue convirtiendo en un ritual de conquista y enamoramiento, preludio del noviazgo oficial […] En estas nuevas formas de relación entre los sexos se incorporan una serie de objetos simbólicos que implican unos nuevos códigos de conducta» (19). Dicha inclusión de objetos al cortejo constituía una eficaz herramienta de comunicación entre los potenciales enamorados, como lo fueron el pañuelo y el abanico, cuyos movimientos, normados en manuales de comportamiento, configuraban un complejo sistema de expresión de diversos mensajes amorosos.

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Grabado de Rud Rössler, c.1900

Una vez superada la comunicación distante y codificada del cortejo, durante el noviazgo la necesidad de comunicarse en pareja naturalmente incrementaría con la finalidad de conocerse mutuamente, proceso que también era regido por estrictas normas de conducta. No obstante, lo que para nuestros tiempos pudiera ser un acto sencillo y espontáneo como una conversación a solas, para la pareja del siglo XIX era algo difícil de lograr, pues era considerado una falta al recato. De esta forma, tertulias o reuniones organizadas, generalmente, por la familia de la joven casadera, eran las instancias de encuentro para la pareja de enamorados, siempre bajo la presencia inquisidora de la familia. Así, las parejas debían conversar y, en definitiva, enamorarse, en un acto público.

En este sentido, no resulta difícil comprender la creación de una ingeniosa pieza de mobiliario que alcanzó su apogeo a mediados del siglo XIX: un asiento para enamorados, en el que las parejas podían observarse y conversar en «privado», pues su forma lo propiciaba. Se trata del Tête à Tête o Courting bench[1], cuyo respaldo en forma de S generaba dos asientos opuestos con un apoyabrazos compartido, permitiendo a la pareja quedar, como su nombre en francés lo indica, frente a frente. Este particular sillón se disponía en los salones en los que se celebraban tertulias o reuniones sociales, entregando a las personas la oportunidad de conversar de forma más íntima, con el apoyabrazos como única e insinuante barrera entre sí. Este mobiliario constituía para los enamorados un espacio, o al menos la ilusión de uno, para conocerse, observarse y mantener conversaciones discretas o, por qué no, más sugerentes. Si bien el apoyabrazos los separaba, manos y rostros podían entrar en un emocionante contacto si es que se lograba eludir la mirada de los otros.

Tête à tête estilo victoriano, circa 1880

Tête à tête estilo victoriano, c. 1880

Tête à tête atribuido a John H. Belter, circa 1850-60, Nueva York. The Metropolitan Museum of Art.

Tête à tête atribuido a John H. Belter, c. 1850-60, Nueva York. The Metropolitan Museum of Art.

Con el tiempo surgieron versiones del Tête à Tête con tres asientos, el tercero destinado, según lo que creen algunos, a la escolta de compañía o comúnmente conocida chaperona. Asimismo, esta pieza de mobiliario transitó por diferentes estilos a medida que las modas cambiaban, pero con la flexibilización de las costumbres, su uso fue perdiendo sentido. No obstante, hasta el día de hoy surgen nuevas versiones de diseño de este curioso asiento.

Tête à tête estilo italiano

Tête à tête estilo italiano

Tête à tête estilo Luis XV

Tête à tête estilo Luis XV

Este es otro más de aquellos objetos creados en el siglo XIX  que dan cuenta de una sociedad con una especial sensibilidad  frente al amor, que fue vertida en las más diversas manifestaciones e incorporada a la vida cotidiana de las personas, como lo fue esta particular pieza de mobiliario, un asiento. Pero no uno cualquiera, el Tête à Tête era un asiento para enamorar.

Bibliografía

Boyce, Charles: Dictionary of Furniture, Third Edition, Skyhorse, 2014.

Gendreau, Bianca: A Successful Courtship in Nineteenth-century Canada. The 11th International Conference of ISSEI, Language Centre, University of Helsinki (Finland), 2008.

Ireland, Jeannie: History of Interior Design, Bloomsbury Academic, 2008.

Museo del Patrimonio Municipal [Málaga, España], Blanca y Radiante: desde la indivisibilidad a la presencia en el universo femenino [s.n], 2008

Old House Journal,Vol. XX (1) 1992.


[1]  Conocido también como Love seat, Confidencial o Sillón indiscreto.