No solo los aromos empezaron a florecer; también los magnolios y los cerezos. Pronto empezarán a revolotear las abejas en torno a sus flores. Gracias por todas las imágenes relativas a ellas que compartiste conmigo en tu carta. ¡Son tan inspiradoras! No dejan de sorprenderme las preciosas sincronías abejorras que han sucedido en tu vida este último tiempo. ¿Será una abeja capaz de cruzar todo el continente? Tal vez tu próxima carta me la traiga una emisaria voladora desde tu nueva ciudad.
Con Gastón estamos inmersos en todos los preparativos de nuestra unión y hemos pensado en mandar a hacer servilletas de papel con el monograma de las iniciales de nuestros nombres, pero se acerca tanto la fecha que es probable que no alcancemos a hacerlo. De todos modos, no he dejado de pensar en servilletas. Hace algunos días, ordenando mis cajas de recuerdos, encontré mi colección de servilletas: la mayoría son de mis cumpleaños o de los de mis amigas de infancia, pero mis favoritas son las de cafés y heladerías. ¡Creo que consumí demasiada azúcar cuando niña! Mi colección, eso sí, es una jugarreta al lado de la de Antonia Kozakova, una eslovaca que tiene alrededor de 80.000 servilletas en su colección, y que por eso ganó un Récord Guinness. ¡Tiene algunas de The Beatles! ¡Me muero!
Decidí integrar a esa antigua colección de infancia las servilletas que he traído de mis viajes. ¿Sabes de qué ciudad provienen la mayor parte de ellas? De Buenos Aires. Y ellas me recuerdan ese cuento de César Aira, «En el café», en que las servilletas de papel se convierten en aviones y muñecas para una niña inquieta, de manos de los comensales del lugar: todo un origami de servilletas. Tras recibir varios juguetes de papel, el narrador interrumpe el relato:
Aquí sería hora de decir una palabra sobre las servilletas que estaban sirviendo para fabricar los regalos a la niña. No había café en Buenos Aires que no tuviera en cada mesa un servilletero bien provisto. Con el tiempo las clásicas servilletas rectangulares, alargadas, en el también clásico servilletero de lata con resorte para mantenerlas arriba, habían sido reemplazadas por otras cuadradas, de papel un poco más resistente, y con el nombre, logo y dirección del café impreso en ellas.
¡Estas son mis servilletas bonaerenses favoritas! Alguna vez entré a un café porteño que ofrecía servilletas blancas: fue una gran decepción. Si hablamos de Santiago, me encantan las servilletas de las fuentes de soda, delgadísimas, casi inútiles, pero con esos bordes escalopados y esas frases amorosas como «bienvenidos», que ascienden como una torre blanca en el centro de las mesas.
Hay poemas escritos en servilletas: yo los llamaría versilletas. Y hay poemas sobre servilletas. Catulo, hace unos dos mil años, se quejaba en su Carmen XII de los ladrones de servilletas, quienes aprovechaban las distracciones de los comensales en los triclinios:
Asinio Marrucino, no usas bien tu mano izquierda en medio del juego y del vino: robas a los descuidados sus servilletas. ¿Te crees que eso es gracioso? Te equivocas, idiota. La cosa es de lo más mezquina y falta de gracia. ¿No me crees? . . . O aguarda trescientos endecasílabos o devuélveme la servilleta, que no me interesa por su valor, sino porque es un souvenir de un amigo, pues desde Iberia me enviaron de regalo unas telas de Sétabis Fabulo y Veranio, y tengo que quererlas como quiero a mi Veranito y a mi Fabulo.
En los festines, los romanos solían llevar sus propias servilletas, que generalmente eran de lienzo bordado, traídos de Asia Menor: eran objetos de gran valor monetario y artístico. ¿Te imaginas llevando una servilleta de tela a todos lados? De seguro la tuya tendría una J bordada, muy curva, rodeada de libros.
Mientras atraigo a mi mente palabras e imágenes sobre servilletas, me acordé de un correo electrónico que me llegó de Odisea 2008 y que alguna vez, estoy segura, te reenvié, ¿lo recuerdas? Si no, te vuelvo a contar: En el departamento «Rare Books del Metropolitan Museum of Art Libraries», hay un folleto de 1890 que se llama «Serviettes and how to fold them», de la empresa irlandesa de menaje Robinson & Cleaver, que está compuesto por 16 litografías que grafican distintas formas de doblado artístico de servilletas: sombreros, flores, abanicos. Mi favorita es la pirámide.
Sofisticado y todo, este tipo de doblado artístico no es nada comparado con uno que se hacía en las cortes de Florencia y Roma durante el siglo XVI. ¡Se elaboraban verdaderas esculturas solo a punta de servilletas de lino, que servían como centros de mesa! Li tre trattati di messer Mattia Giegher es el primer tratado que contempla instrucciones para doblar servilletas y data de 1639. ¡Los grabados son maravillosos!
El artista catalán Joan Sallas quiso rescatar esta tradición, inspirándose en los grabados de Andreas Klett, de 1724, para hacer una exposición de centros de mesas hechos con servilletas de tela en Waddesdon Manor, hace casi tres años. Es como si Sallas hubiera vivido en el siglo XVIII, ¿cierto? ¡Una delicia!
Ya te he hablado bastante de servilletas para doblar y, por supuesto, para comer. Pero, para terminar esta carta, te quiero mostrar que una servilleta de tela puede ser un tocado. Audrey Hepburn, en medio de un picnic o de un recreo después de una grabación, quién sabe, luce preciosa con una servilleta sobre su cabeza. ¡Ya quisiera verme como ella!
Es hora de once y voy a poner la mesa. Seguramente, tú ya estás durmiendo para empezar un nuevo día. Espero que pronto volvamos a encontrarnos, aunque estas cartas me llenan de ilusión. Para nuestro próximo té, tú pones la miel; yo, las galletas. Y las servilletas.
Un abrazo,
Laura