por Francisco Castillo Cristi
Licenciado en Diseño
Universidad Mayor
Ex Cunis Dominius Noster. Estas palabras escritas sobre papel señalan una diminuta partícula de algún material orgánico que pareciera tratarse de heno o madera, exhibida en un contenedor ovalado de plata, semejante a una medalla con una cubierta de vidrio. Por el lado posterior, tras una tapa, se distingue un sello de lacre perteneciente a la Cardinalis Parocchi en tiempos del Papa León XIII.
Se trata de un pequeño y sencillo objeto devocional de fines del siglo XIX, evidencia de una de las manifestaciones culturales más representativas del mundo cristiano occidental, particularmente del culto a la santidad y divinidad por medio de la veneración de los más diversos elementos materiales, y entre los más valorados, aquellos que hubieran tenido algún contacto con la santidad en el medio terrenal, o bien, fueran derechamente los propios restos corpóreos de santos o mártires. Estos fueron preciados tesoros y ejes de importantes fenómenos sociales y culturales en la Edad Media por ser considerados instrumentos en los que se manifestaba la omnipotencia de Dios, además de un medio palpable de la presencia real de un santo o mártir[1]. Ex cunis, es esto: una reliquia contenida en un relicario.
La partícula contenida, según un certificado de autenticidad emitido por la Cardinalis Parocchi del Vaticano en 1896, provendría del material que habría servido de cuna en un establo a un niño recién nacido en Judea hace más de dos mil años, según relata el evangelio de San Lucas, conforme a la tradición cristiana. Esta reliquia de natividad, al igual que muchas otras relacionadas a la infancia de Cristo, como los pañales con los que habría sido envuelto o el Santo Prepucio, así como tantas otras relacionadas con su vida y muerte, tales como fragmentos de madera provenientes de la cruz, o el ampliamente conocido Sudario de Turín, constituyen una tipología de reliquias de gran relevancia para las manifestaciones devocionales del cristianismo a la largo de la historia. Ya desde los primeros tiempos del cristianismo, la reliquias configuraban un elemento relevante dentro de la doctrina de la Iglesia. San Gregorio (329-389) establecía: «quien toque o venere los huesos de un mártir, es parte de la gracia que ellos poseen, y su poder es el mismo que la de su alma santa».[2]

Vista interior del Relicario Ex Cunis; Sello de lacre cardenalicio. Fines siglo XIX
No obstante, ex cunis también representa una larga lista de reliquias materiales e incluso algunas metafísicas, tan inverosímiles que escapan al raciocinio y a toda lógica. Para los hombres del Medievo, aquellas reliquias a las que profesaban profunda devoción les permitían anular la brecha físico temporal con algún santo[3], siendo un medio de protección y fuente de milagros predilecta desde los primeros siglos de la cristiandad. La necesidad y codicia por poseerlas movilizó un importante comercio y tráfico, donde las falsificaciones se multiplicaron exponencialmente. Ya en el siglo IV, San Agustín habría protestado en contra del comercio indiscriminado de reliquias[4]. Más de un milenio más tarde serían las propias reliquias las catalizadoras de unos de los movimientos más relevantes de la historia: la Reforma, pues fue precisamente a la catedral de Wittenberg a la que el Lutero hizo llegar sus 95 Tesis, templo que se había convertido en un importante lugar de peregrinaje y fuente de venta de indulgencias, dada la colección de reliquias sagradas que el príncipe elector Federico «el Sabio» de Sajonia había acumulado en ese templo[5]. Sin embargo, mientras los reformadores consideraban a las reliquias como amuletos supersticiosos, el Concilio de Trento en el siglo XVI acordaba: «…también los condena la Iglesia, los que afirman que no se deben honrar, ni venerar las reliquias de los santos; o que es en vano la adoración que estas y otros monumentos sagrados reciben de los fieles»[6]. De esta manera, la Contrarreforma, no sólo revalidará el culto a Dios y a la santidad por medio de reliquias sagradas además de otras manifestaciones materiales e iconográficas, sino que fortalecerá una de las tradiciones más arcaicas del catolicismo apostólico. En el siglo XIX, la valoración hacia el Medioevo que experimentó el hombre romántico hizo reavivar el interés y fervor por las reliquias y antiguos relicarios. Es en este contexto en particular, en el que surge el relicario exhibido en este Gabinete de Curiosidades.
Por su parte, el contenedor y protector de la reliquia, el relicario, adquiría un estatus de objeto sagrado en cuanto custodiara algún fragmento santo. De esta manera, como forma de exaltación a la supuesta santidad impregnada en tales preciados tesoros, y con el objetivo de crear un medio digno de contención para la reliquia, se crearon innumerables y diversas piezas elaboradas en metales preciosos, trabajados finamente y decorados con piedras preciosas, marfil y cristales. E inclusive dada su demanda llegaron a producirse más o menos en serie[7]. El relicario bien podía tratarse de un elemento para resguardar la pieza santa completa, o un fragmento de ésta. De esta forma, es posible distinguir al menos dos tipologías principales de relicarios: aquellos que se exhibían en los altares de las iglesias, y que resguardaban por lo general la reliquia completa, de gran valor artístico y material, y de proporciones que podían ser mucho mayores al elemento que contenían, gracias a la representación de ángeles, querubes, rayos y rocallas en ellos; los otros, que conservaban una partícula de la reliquia, eran por lo general de carácter portable, y eran llevados por los fieles a modo de salvaguarda. De estos últimos existieron en diversas formas, la mayoría en forma de medallones, no obstante, armaduras, espadas y anillos también sirvieron de relicarios, tal como fuera representado cercano al siglo XI en el Cantar de Roldán: «¡Ay! ¡Durandarte, qué hermosa y santísima eres! Hay muchas reliquias en tu pomo: el diente de San Pedro y sangre de San Basilio, cabellos de mi señor San Dionisio y [un retal] del vestido de Santa María; no es justo que los paganos te posean; debes ser servida por cristianos y que no os tenga un cobarde. Conquisté con vos las extensas tierras que tiene Carlos…»[8]
Hacia el siglo XIX, los relicarios portables en forma de medalla, como es el caso de Ex Cunis, constituían los más populares, y eran vendidos o entregados, en los principales santuarios y centros de peregrinaje del mundo cristiano, costumbre que continúa hasta nuestros días. No obstante, la popularidad de esta práctica no puede compararse a lo que fue en siglos pretéritos. Precisamente de este modo Ex Cunis fue adquirida en Roma hace 120 años atrás, según constata el certificado que la acompaña, y traída a Chile donde es conservada en la colección familiar de quien la trajera hace más de un siglo.
Hoy este curioso relicario despierta enorme interés de reflexión, dada la carga histórica y cultural que este tipo de objetos sacralizados poseen, pues constituyen la memoria de una de las manifestaciones y prácticas culturales más relevantes de la historia occidental. Del mismo modo, Ex Cunis, la reliquia de natividad que custodia, es también digna de reflexión dado que configura uno de los elementos iconográficos más representativos de la escena de Navidad: la cuna donde nació Jesús. Esta continúa siendo uno de los ejes del relato del nacimiento y ha sido ampliamente representado a través del Pesebre, en el marco de una tradición que se mantiene más o menos vigente, pero que ha sido desplazada por otras expresiones navideñas como el ya tradicional árbol de navidad. Testigo o no, esta partícula guardada en un relicario, representa a aquella cuna presente en la historia del día en que nació una era, y que continua movilizando las más diversas manifestaciones culturales y materiales, como la representación a escala de una cuna en un pesebre.
[1] GARCÍA DE LA BORBOLLA García de Paredes, Ángeles. Reliquias y relicarios: una aproximación al estudio del culto a los santos en la Navarra medieval. Hispania Sacra, 66(No. Extra 2): p.89-118, 2014.
[2] MARTÍN Ansón, M. Luisa. «Importancia de las reliquias y tipología de relicarios en el Camino de Santiago en España». Anales de la historia del arte, Universidad Autónoma de Madrid. 4: p. 798-804, 1994.
[3] GARCÍA DE LA BORBOLLA, Ángeles. «La materialidad eterna de los santos sepulcros, reliquias y peregrinaciones en la hagiografía castellano-leonesa, siglo XIII». Medievalismo. Boletín de la Sociedad Española de Estudios Medievales, (11): p. 9-31, 2001.
[4] TORO Pascua, María Isabel. «Las falsas reliquias en la literatura española del Siglo de Oro: a propósito de la polémica erasmista». Via spiritus, 8: p. 219-254, 2001.
[5] FULBROOK, Mary. Historia de Alemania, 2a. ed., Madrid, Akal, 2009. pag.48
[6] El Sacrosanto y Ecuménico Concilio de Trento: con el texto latino corregido según la edición auténtica de Roma publicada en 1564. Barcelona, 1847.
[7] MARTÍN Ansón, M. Luisa. (op. cit)
[8] El Cantar de Roldán. Madrid, Gredos, 1999. Tirada CLXXIII.