Entrevista

El ombligo del libro. Entrevista a Rodrigo Ortega

por Javiera Barrientos G.
Magister (c) en Literatura
Universidad de Chile

Llegamos al taller El ombligo del libro del encuadernador mexicano Rodrigo Ortega cerca de las cuatro de la tarde un día antes de la celebración del Día de Reyes. Nos reciben con café y pronto estamos sumergidos hablando sobre el tema que nos convoca: los libros. Con Rodrigo compartimos la pasión por la historia de los soportes de la escritura, su fabricación y el modo en que operan dentro de una cultura determinada. Desde hace varios años se dedica a la investigación, fabricación y enseñanza de estructuras tradicionales, pero también, de formatos antiguos dejados de lado debido a los procesos industrializados que rodean al libro contemporáneo. Al igual que en su blog Las Artes del Libro, Rodrigo comparte con nosotros sus conocimientos  y nos revela su opinión sobre el estado de la encuadernación hecha a mano en un el mundo prominentemente digital.

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¿Desde cuándo te dedicas a encuadernar profesionalmente?

Mi formación es de artista plástico. Cuando decidí especializarme en fotografía tuve un maestro que era arqueoastrónomo, es decir, estudiaba las alineaciones de los sitios arqueológicos con respecto a los astros. Además, era un calígrafo muy bien informado—constantemente citaba a Hermann Zapf, tipógrafo y autor del libro Orbis Typographicus (1980). Gracias a su influencia comencé a dedicarme a la caligrafía en mi tiempo libre a la vez que trabajaba en una fototeca a la que regularmente llegaban libros o álbumes de fotos viejos con ciertas necesidades de reparación. De manera indirecta tuve que empezar a hacer estabilización de libros. Un buen día me di cuenta que ya había juntado un número importante de caligrafías y quise unirlas de alguna manera. Busqué un manual de encuadernación sin la intención de volverme un encuadernador sino solo para encuadernar este ejemplar único, sin embargo, una vez en mis manos, me acabé todos los ejercicios rápidamente. Me encantó. Fui coleccionando distintos manuales para ejercitarme en el oficio pero mientras más conseguía menos entendía porque cada vez tenían lenguajes técnicos más específicos. Por ejemplo, el que siguió fue el Manual of Bookbinding de Arthur W. Johnson. Me costó abordarlo pero hice lo que pude por sacar las costuras que propone. Luego me encontré el libro La encuadernación: técnica y proceso de Sun Evrard y Annie Persuy.

Es buenísimo ese libro

Y es buenísimo cuando tienes un maestro atrás, ¿no? Pero cuando lo ves solo dices ¿por dónde empiezo? Porque esto es demasiado. Todo ese lapso me tocó hacerlo como autodidacta, hasta que me mudé acá a la Ciudad de México y conocí a la maestra Marta Romero, que trabaja en la Biblioteca Nacional.

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¿Con quiénes comenzaste trabajando?

Trabajé mucho para fotógrafos. Hice cajas, conservación, pero siempre seguí ligado al mundo de la fotografía, aunque desvinculado del quehacer fotográfico y ya mucho más en el oficio. Ahí fue cuando me decidí a armar el Taller. Partí en la calle de República El Salvador, ahí en el centro, y fue lindo porque mucha gente comenzó a dedicarse a lo mismo y a revalorizar un oficio que, al menos en muchas ciudades de Latinoamérica estaba olvidado y menospreciado.

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¿Cómo ves el desarrollo de la encuadernación acá en México y en Latinoamérica en general?

¡Híjole! Yo no me he sentado a evaluar pero creo que muchas personas que no heredamos el oficio—porque es otra la experiencia de quien heredó el oficio—teníamos la percepción de que la encuadernación podía dar más de lo que hasta ese momento había dado. No se trata de criticar lo tradicional, porque ellos preservan un saber importantísimo, sino de valorar el empuje que le dieron personas con experiencias diversas, que hicieron y pensaron la encuadernación de una manera en que no había sido pensada antes. En ese sentido, a mí me impresiona no solo la investigación y la exploración de nuevas estructuras y materiales, o la curiosidad por conocer la historia y a distintos maestros contemporáneos, sino también el interés por mejorar las herramientas. Hay personas que le han puesto empeño a su fabricación para compensar las dificultades que tenemos en nuestros propios países para importarlas de Estados Unidos, por ejemplo.

Justamente una de las cosas más difíciles en Chile, al menos, es el tema de encontrar herramientas bien hechas…

Sí, a mí hace 15 años se me ocurrió salir a buscar un martillo de encuadernación acá en el Centro Histórico y todos se rieron en mis narices.

Es parecido a lo que dice el encuadernador Jeff Peachey sobre la fabricación de sus propias herramientas y cómo estas van a durarle toda la vida. Al final el rescate de estas tradiciones y oficios no tiene nada que ver con el desecho

Exacto. En qué momento dejamos de apreciar los objetos  y los transformamos en basura. Hoy cualquier cosa se usa y se tira. Quizás lo pueda decir mejor un analista de la cultura, pero es nuestra angustia por lo inservible lo que nos ha hecho rescatar estos oficios, ha hecho reaccionar a la cultura de lo material.

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¿Qué vínculo ves entre la encuadernación artística contemporánea y el rescate de estructuras históricas?

Bueno, yo no me dedico a la encuadernación contemporánea en sentido estricto. Por falta de tiempo no podría desarrollarla de la manera en que lo hace Sol Rébora, por ejemplo. Y a lo mejor tampoco tengo el talento para llegar ahí. Por eso me gusta tanto cuando Keith Smith dice que él no es un encuadernador, sino un explorador. A mi me pasa parecido: ocupo una cantidad de tiempo en estudiar una estructura, hago el acopio bibliográfico y de imágenes, la replico acá y, luego, alguien más puede retomarla para lo artístico. Uno no puede darle la salida a todo. El otro día le comentaba a una alumna que Otto Dorfner nunca escribió un libro, pero gracias a su quehacer Jean de Gonet tomó la estructura del bradel y creó la suya propia. Es importante investigar, pero con el afán de difundir.

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Entonces, ¿cuál sería la importancia, según tú, del rescate de estructuras históricas?

Creo que no solo se trata del rescate de estructuras. El año pasado investigaba sobre el libro griego y me hice la pregunta ¿con qué pegaban? Porque en Europa pegaban con cola animal, hoy pegamos con adhesivo blanco. Pero las glorias de la encuadernación griega fueron hace doce siglos y no había papelerías para ir a comprar pegamentos. Entonces te encuentras con gente que ya estudió estos temas y te maravilla que te platiquen que el engrudo griego se hacía de los asfódelos, una planta con una flor blanca muy bella. De ahí se puede sacar un engrudo fuertísimo. Ahí nos damos cuenta que también deben rescatarse los materiales: los hilos, la piel, los papeles. Es importante ir más allá de una estructura nueva o de una cabezada que no conocíamos. De un libro habla todo. Si se le sabe preguntar al material, el material responde.

Es como lo que ocurre cuando se occidentaliza la estructura de un libro pensado para materiales orientales, por ejemplo…

Por supuesto que ambas cosas importan, la estructura y el material. Yo no sé si la ideología determina a los materiales o los materiales que se encuentran son los que determinan el pensamiento de la gente que escribe en ellos. Hay un poema italiano que dice que la plumilla de caligrafía europea se contrapone al pincel oriental de la misma manera que lo hacen sus sensibilidades. Las herramientas de escritura seguro te determinan.

Es entonces cuando uno descubre la importancia de enseñar y hablar sobre el libro y los soportes de la escritura no solo de manera teórica, sino también desde la experiencia material

Definitivamente. El año pasado me decidí a hacer un curso sobre historia de la encuadernación y me di cuenta que sabía poco y nada de la historia del papiro. Sí te sabes el cuento de que el papiro es una planta que se corta a la mitad para luego entretejerla, etc. Pero no sabes por qué o cuál fue el momento preciso en que comenzaron a plegar el papiro en lugar de hacerlo un rollo. Se dice que fue el capitán judío Simón Bar Kojba uno de los primeros en doblar su correspondencia de papiro, por ejemplo. Esto es interesante porque cuando se encuentra un documento llegan los paleógrafos y los codicólogos y dicen “eso es demótico antiguo, eso es copto, eso es saídico” pero ¿y en qué está escrito? La historia material sigue un poco relegada.

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The Law of Jutland. Denmark. Manuscript ca. 1490, Binding ca. 1540

Cuéntame ¿Cuál es tu estructura de libro favorita?

Siempre me ha vuelto loco el libro de cintura.

Los girdle books

Claro. Esta es una encuadernación gótico medieval que servía para ser acarreada. En general se trataba de libros manuscritos religiosos: libros de horas, libros dedicados a la virgen, devocionarios y breviarios. De los veintitantos que sobreviven solo hay uno que trata de leyes (The Law of Jutland, MS ca 1490) y, si mal no recuerdo, está en la Royal Library of Denmark. Este es el más grande de los libros de cintura, que, en realidad, ya no es de cintura porque es tan grande que ¿cómo haces para ponértelo? Estos libros bien podían encuadernarse desde el comienzo dentro del apéndice o ser recubiertos con esta bolsa de cuero a modo de camisa. Es lo que generalmente ocurría en la encuadernación románica. También se les llama libros de compañía. Marta, por ejemplo, los llama de ese modo.

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Bueno y para terminar ¿Cómo ves el futuro de la encuadernación?

Yo decía que cuando estuviera lo digital ya bien puesto como está hoy íbamos a ver mejores producciones editoriales porque ya no se iba a gastar tanto papel en cosas que nadie leía o en cosas que no importaban tanto. El papel podría usarse para hacer buenos libros. Acá en México, al menos, no he visto que a la industria editorial le interese mejorar en ese sentido. Pero creo que ese es un fenómeno que ocurre a nivel mundial: ver al libro como una mercancía.

Pero sí de repente nos encontramos con editoriales como Almadía, ¿no?

Bueno, sí. La emergencia de la edición independiente es algo muy rescatable. Pero no podemos pensar en alcanzar la producción masiva junto con la calidad. Cuando William Morris lo intentó a fines del siglo XIX el negoció le tronó. No podía hacer que un buen libro hecho e impreso a mano fuera barato. A mí se me antojaría que la industria editorial dijera, en el futuro cercano, “desde cierto tiraje vamos a hacer libros de muy buena calidad para venderle al encuadernador”. Así tendríamos buenos libros para encuadernar.

Volver a la encuadernación en rama

Exacto. Con un papel de muy buena calidad que aguante el proceso de encuadernación. Eso sería bonito verlo acá en México. Sería bueno plantear esta posibilidad a las editoriales, que se revalorizara el oficio del encuadernador.

Y no solo dentro de la industria editorial…

Claro que no. Yo vengo de un ámbito, la fotografía, que pasó de ser una actividad poco considerada académicamente a un cuerpo válido de estudio. Ojalá pasara eso mismo acá en México con la encuadernación y las artes del libro en general, que sean más tomadas en serio. Hoy hacer libros sigue siendo una curiosidad cuando debiera ser materia obligada en casos como el diseño gráfico y editorial.

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