por Susana T. Santoyo
Maestra en Letras Comparadas
UNAM
El coleccionista se complace en suscitar un mundo que no es solamente lejano y difunto, sino al mismo tiempo mejor; un mundo en que el hombre está realmente tan desprovisto de lo que necesita como en el mundo real, pero donde las cosas quedan libres de la servidumbre de ser útiles.
Walter Benjamin, París, capital del siglo XIX
Tengo una caja llena de boletos para usar el transporte público de mi ciudad. Algunas veces me invaden las ganas de usarlos. En esos momentos creo que ese volumen de papel rendirá una eternidad en idas y vueltas. Luego me doy cuenta de que ni el año haría, pues uso el Metro con mucha frecuencia. Entonces, olvido mi aparente despilfarro y me instalo en la contemplación de este cúmulo de pequeños pedazos de cartón con diversas impresiones al frente, pero siempre con una línea café al reverso, justo a la mitad, marcando la horizontal del lado más ancho, la llamada “banda magnética”, que siempre he creído una línea de tinta serigráfica.
No recuerdo cuándo usé el Metro[1] por primera vez; tampoco recuerdo con claridad cuándo comencé mi colección. Es probable que ese boleto con la leyenda “abono” [2] sea el primero, no lo sé. Lo que sí puedo asegurar es que existen algunas condiciones que guían la búsqueda y selección:
– La primera es el gusto. No los colecciono todos, especialmente desde que se conmemoran constantemente aniversarios de múltiples dependencias y programas gubernamentales.
– No todos los días compro boletos, aunque sí lo hago todas las semanas. Si por alguna razón no tomo el Metro una temporada, procuro pasar a la taquilla; eso me permite tener constancia y variedad de modelos. Me obligo a comprar pocos boletos en una estación y esperar el fin de mi viaje o un cambio de ruta para ver las existencias en otras estaciones. Incluso, a veces me acerco discretamente a la taquilla para ver cuál es el modelo que llevan las personas y no tener que comprar un diseño repetido. Detesto cuando las taquilleras entregan los boletos con la cinta magnética hacia arriba y no puedo decidir mi compra a partir de lo que veo.
– Acepto e incluyo los que me obsequian expresamente para formar parte de mi colección.
– Colecciono todos los boletos de aniversario. El primero se emitió en 1989, era el vigésimo año de servicio del Metro pero yo era muy joven y aún no compraba mis propios boletos, así que ese no existe en mi colección. Es hasta 2001 que vuelven a emitir un boleto de aniversario, conmemorando 32 años de servicio. Desde entonces han celebrado anualmente su existencia. Tengo desde el 32 hasta el 47, es decir, desde que inició esta campaña he estado atenta y he logrado coleccionarlos todos con excepción del 43[3].
Este recuento me hace ver que llevo alrededor de dieciséis años seleccionando y guardando boletos. Y que estas condiciones, o principios, me han permitido conservar más de 150 diseños.
Si bien esta actividad ha sido un regocijo individual, a lo largo del tiempo he conocido a otras personas que comparten esta afición. Por ejemplo, traté con una asociación de coleccionistas de boletos, funcionaban en ese entonces alrededor de un “grupo” en Facebook [4]. Ahí, uno de sus integrantes más experimentados (creo que era el fundador) actualizaba el inventario histórico de diseños, además de asegurar la sociabilidad y comunicación entre los miembros.
Era una comunidad muy organizada (me parece que sigue siendo activa): tenían diversos inventarios de los diseños, hacían reuniones mensuales en donde convivían e intercambiaban boletos (estaba prohibida la compra-venta, todo cambio debía ser trueque); incluso entre ellos había diseñadores que se inventaban sus propios boletos conmemorativos y los otros miembros opinaban sobre ellos. Pero esencialmente, se mantenían informados sobre los diseños actuales y venideros.
Con todo, en ese contexto me sentía como una traidora: yo no quería buscar cada diseño al momento de su emisión, no quería ir a Xola sólo porque ahí estaba “el nuevo”. “¡No, vamos a Refinería! Ahí aún no se terminan”… Era demasiada presión. No podía seguir el ritmo de la búsqueda. Nunca fui a las reuniones mensuales.
En realidad, extrañaba el azar y el encuentro. A mí lo que me gustaba era emocionarme por ver que iniciaba la temporada de boletos con tinta azul, o reconocer que el diseñador en turno había hecho un gran trabajo, decepcionarme cuando no era así y la composición era repetitiva o, como había que terminarse la tinta azul, todos los boletos de la temporada la tenían… Yo lo que quería era ver resbalar por la taquilla un diseño que no había visto nunca. Además, me negaba a guardar mis boletos en carpetas con argollas.
Pertenecer al grupo hacía que la sorpresa fuera imposible, la información se filtraba rápidamente: las imágenes o temáticas de los boletos nuevos, así como la actualización continua sobre las estaciones en donde se podían encontrar. Llegué a pensar que el propio STC Metro alimentaba al grupo tanto de boletos, como de información privilegiada.
Cuando conocí ese grupo, empecé a preocuparme más por las razones del coleccionismo. Tal vez es evidente: abandoné el grupo. Pensé entonces en mis otras colecciones, por ejemplo en la de clips encontrados en el suelo [5]. ¿Debí hacer una lista rigurosa del año de aparición y punto geográfico de cada clip? ¿Siempre estuve errada y debí inventariar cronológicamente todos mis encuentros? Y, ¿cómo me posicionaría frente a mis otras colecciones (cajas, tazas, etc.), las retomaría para hacerlo “bien”? ¿Cuál era la naturaleza de mis colecciones? ¿Tenían algo en común?
Todo eso me llevó a revalorar el placer del encuentro, así como el de la estimulante pero a la vez desesperante materialidad provocada por la acumulación. Si bien hay un filtro de selección, no existe un orden lineal y único, coincido con lo que señala Georges Perec “mi problema con las clasificaciones es que no son duraderas; apenas pongo orden, dicho orden caduca”[6].
Como si las colecciones tuvieran identidad y razón de ser sólo por estar “completas y ordenadas”. ¿Qué es una colección completa? Si el motor del coleccionismo radica en la necesidad constante de un objeto más. Y ¿el orden de la colección, lo dicta la aparición cronológica de los objetos? Yo pienso que no; lo dictan las relaciones que se establecen entre ellos: el azar o acontecimiento pone las piezas, gracias a ese nuevo conjunto se proponen las conexiones y relatos.
A pesar de tener una colección de casi 200 boletos (considerando diseños repetidos), su orden respondía a un cambio permanente y su estado material era más bien cercano a la acumulación. A razón de este texto, decidí ponerlos en unas guardas libres de ácido para transparencias que tenía un tanto arrumbadas. Mis boletos siempre han vivido en un par de cajas metálicas a las que llegan ya sea el día de su compra, si fue un boleto muy buscado y lo he llevado con mucho cuidado hasta su resguardo. O llegan un tanto doblados y marcados, pues se quedaron en mi bolsa durante varios viajes antes de decidir si los usaba o los guardaba. Esos boletos arrugados hablan de mis dudas, pero también de mi gusto y el empeño.
A partir de hoy, las cajas están llenas de guardas con una nueva organización de los boletos más destacados, principalmente los de aniversario y los que más me gustan o me parecen emotivos: los 60 años de la Torre Latino, los 100 de la Universidad Nacional Autónoma de México, los 40 de la Universidad Autónoma Metropolitana, los 80 de las Escuelas de Iniciación Artística del Instituto Nacional de Bellas Artes, también 80 del Palacio de Bellas Artes, los 125 de la Sección Amarilla, el dedicado a Neri Vela, el que celebra los mercados de la ciudad, el dedicado a los “mercados sobre ruedas” (debería decir “tianguis”) y algunos conmemorativos de feriados nacionales. Mención especial merecen algunos extraordinarios intentos de comunicación con las leyendas: “Antes de entrar, permita salir”, “Evita tirar basura en el Metro”, etcétera. Así como los que promueven el programa “Para leer de boleto en el Metro”.
Muy pocos boletos indican el año en el que fueron emitidos, lo cual obliga a revisar cuándo han pasado tantas cosas. Así, los boletos me cuentan la vida de la Ciudad de México. No es algo que me hubiera interesado en particular al iniciar la colección. A mí me gustaba el Metro. Me parecía el transporte más eficiente y uno de los más hermosos, junto con el Trolebús. Tuve una relación bastante amorosa con él durante un buen tiempo; hasta que éste ya no fue suficiente para las demandas de movilidad de la zona metropolitana. Ahora, francamente, lo sufro [7]. Y mientras fabrico utopías de viajes justos, rápidos y dignos, me sigo aferrando a los boletos.
Vuelvo al punto, mi colección ya me habla de la ciudad. De nuestra historia, al menos de la oficial. Pero también me habla de mi relación con esos hechos y datos, de quién soy y cómo estoy frente a ellos. Además, me muestra cosas sobre el tiempo, los viajes y mis recorridos, de mi estar en la ciudad. No sólo es un catálogo de mi gusto y particular organización, es un almanaque visual y sintético de una historia en diálogo. Además, la colección ha tomado su rumbo propio y no la puedo parar: “¿Qué son cinco pesos? Pero si ya no vas a ningún lado. Guárdalo”, me dice.
Durante un tiempo, amenazaron con cambiar al sistema de cobro por tarjeta. Me negué siquiera a imaginarlo. Me entristecí. Pensé que podría reponerme si sucedía, coleccionaría las tarjetas. Pero es absurdo, son de plástico, más caras, más grandes y ordinarias. Alguna vez intenté coleccionar tarjetas de teléfono público, no pude. Algo hay en las tarjetas que incomoda y no seduce. Afortunadamente, alguien boicoteó las máquinas expendedoras de plástico. Ahora las taquilleras venden y recargan las tarjetas, pero no han dejado de vender boletos.
Debe ser el papel eso que me devuelve la atención a los boletos del Metro, tan delicado y susceptible a la transformación: en mi colección hay arrugas, cambios de tono, grietas y roturas. Así como el formato, tan práctico, íntimo y discreto. Y las tintas casi deslavadas, que no tienen colores vívidos. Además de su carácter simbólico, “un viaje” dice una leyenda en cada boleto, cada papelito representa la posibilidad de ir o volver una sola vez.
Actualmente renuevan algunas estaciones del Metro y han puesto más torniquetes que funcionan con tarjeta, tal vez se acerca el momento en que finalmente descontinúen los boletos. Ese día estará “completa” mi colección. Y me despediré del pequeño placer que aún guarda para mí el STC Metro a pesar de su decadencia. No habrá más encuentros, ni sorpresas. Cesará la emoción en la fila que contrarresta la espera indeseable hasta la taquilla. No miraré más, indolente, a las manos de los pasajeros que se alejan luego de comprar boletos. No acumularé otros pedacitos de la historia de mi ciudad. Ojalá no pasara y nunca completara esta colección que me ha dado, por cada viaje no realizado, un recuerdo y un cromo de mi propia identidad.
[1] Sistema de Transporte Colectivo Metro, transporte subterráneo de trenes eléctricos en la Ciudad de México. En él, la entrada es por medio de torniquetes en los que se introduce un boleto y la máquina no lo devuelve. A diferencia de lo que sucede en otras ciudades del mundo, lo rompe en su interior y posteriormente algún encargado retira esas mitades de boleto (ignoro si los restos son reciclados para hacer nuevos). En esta ciudad, desde hace algunos años, los boletos llevan diseños diversos, ya sea para difundir programas del mismo sistema o conmemorativos de fechas, personajes y dependencias locales o nacionales. Anterior a la época de diseños variables, y a lo largo de la historia del sistema, la dimensión y diseño del boleto han sido modificados pocas veces, aunque cabe señalar que no siempre fue de cartón blanco.
[2] De abril de 1986 a diciembre de 1995 se vendieron boletos con esa leyenda, así lo indica el mismo organismo, estos boletos permitían la entrada reiteradas veces, es decir, con un sólo boleto-pago obtenías varios viajes, el torniquete sí regresaba estos boletos (http://data.metro.cdmx.gob.mx/organismo/boletoabono.html [consultado el 21 de junio de 2017]). Recuerdo un sistema posterior de “abono”: a principio de cada mes las taquillas atendían una fila inmensa pues vendían una planilla con la que se obtenían boletos a menor costo, el mismo organismo lo refiere: “de 1996 a 1998, dio paso nuevamente a las Planillas, las cuales contenían 25 boletos cada una” (http://data.metro.cdmx.gob.mx/organismo/costoboleto.html [consultado el 21 de junio de 2017]).
[3] Si alguien lo tiene, por favor comuníquese. Hago intercambios, tengo unos cuantos diseños repetidos.
[4] Grupo Coleccionistas de Boletos del Metro México DF en Facebook:
https://www.facebook.com/groups/coleccionistasboletosmetrodf [consultado 31 de julio de 2017].
[5] Levantaba clips abandonados en los suelos de las calles, oficinas, escuelas, bibliotecas, etcétera. Al llegar a casa, generalmente los enjuagaba un poco y los guardaba en un envase con tapa de rosca que había contenido gel para peinar. Un día, decidí que no cabían más clips en el envase, ahí terminó la colección. El recipiente sigue casi lleno, empecé a usarlos pero el volumen ha bajado poco pues a veces compro clips o reutilizo los comprados, me niego a usar los de la colección, me gusta ver aún ese volumen de metal con acentos plásticos de colores.
[6] Georges Perec. Pensar / Clasificar. Trad. Carlos Gardini. Barcelona: Gedisa, 1986, p. 116.
[7] Me angustia cada minuto de retraso que logra sumarme el Metro, ya nadie me cree: ¿Cómo pude una llegar cada vez más tarde? Me pregunto ¿con cuántas horas de anticipación tendría que salir para llegar a tiempo? Antes, los recorridos usuales no me tomaban más de 45 minutos, ahora pueden ser de 2 horas, nunca menos de una y cuarto. Los cercanos y ligeros de 20 minutos, ya pasan la media hora. Y la “hora pico” se ha extendido tanto a lo largo del día que resulta imposible sentarse (hasta creo que contratan gente para que los asientos permanezcan ocupados siempre). Además está esa respuesta de parte de algunos usuarios al menor indicio de incomodidad “¡si no le gusta, tome un taxi!” ¡Claro que no, ningún taxi! ¡¿Quiénes y cuándo nos convencieron de que ahí abajo no merecemos dignidad?! Ojalá diseñaran un boleto con la frase “Viaje económico, eficiente y digno” para conmemorar que un día recuperaron su vocación de servicio.