por Sebastián Arancibia
Editor en Naranja Librería

Crédito de la fotografía: Sebastián Barrante
Durante la década de los 60s en medio de una Avenida Paulista en la que se desarrollaban cambios urbanos determinantes, se construía y finalizaba uno de los edificios paradigmáticos del modernismo brasileño: el Museo de Arte de São Paulo (MASP) diseñado por la arquitecta ítalo-brasileña Lina Bo Bardi.
Surgido para acoger una de las colecciones de arte de mayor alcance internacional con la que contara un museo latinoamericano, el MASP destacó por su emplazamiento y por sus osadías estructurales: su planta libre–la más larga del mundo en su época–se comporta como una extensión de la Avenida Paulista y un balcón del Parque Trianon, dotando al edificio de una imagen urbana potente y de una configuración programática altamente flexible que, según los preceptos del movimiento moderno, fueron utilizados en su mayor pureza conceptual: la sala de exposiciones como un espacio libre y rodeado de paños vidriados que permeaban la ciudad al interior.

Crédito de la fotografía: Sebastián Barrante
Lina Bo Bardi, responsable de la obra, además de ser una de las mayores arquitectas del siglo XX, se destacaba por un ritmo de trabajo bastante ajeno al siglo en el que desarrolló su carrera: sus proyectos los realizaba pausadamente, tomando la cantidad de años necesarios para que su visión tomara forma y fuese lo más fiel posible a aquella imagen y principios que quería expresar. Por ejemplo, desde que el edificio del MASP fue ideado hasta el momento de su inauguración, pasaron cerca de 12 años.
Con los años, estas voluntades expresadas por la arquitecta fueron modificadas, especialmente durante los años 90, cuando la planta libre desaparece, y se pone en su lugar tabiquerías que dividían el relato a la usanza de los museos tradicionales. Sin embargo durante los últimos años, el segundo nivel fue intervenido para devolver los valores iniciales de la muestra. Para ello se recuperó la planta libre y fueron reconstruidos los icónicos caballetes de cristal diseñados por la arquitecta.

Crédito de la fotografía: Sebastián Barrante
La idea de permeabilidad y flexibilidad programática en la arquitectura moderna es un concepto que los nuevos materiales de construcción permitieron definir y concretar. Así, las estructuras de acero y el hormigón armado lograron la obtención de espacios más abiertos y mutables que aquellos posibles de lograr con las antiguas técnicas. Sin embargo, en la concepción de museo de Lina Bo Bardi, el trabajo del arquitecto debía ir un poco más allá. El arquitecto debía tener voz en como las obras debían ser expuestas, construyendo un lenguaje material coherente con los lenguajes del mismo edificio y ofrecer, desde la posición sudamericana, una respuesta alternativa a la tradición europea de cómo las obras debían ser expuestas, observadas y leídas.
De esta manera, Bo Bardi, diseñó unos caballetes constituidos por una base de hormigón tableado donde el cristal se posiciona a través de una cuña de madera y fijaciones de metal. Así, la base soporta un vidrio donde la obras aparentan quedar suspendidas en el espacio de la planta libre, generando un diálogo entre el edificio, la ciudad y la obra de arte. A todo aquel que llega el segundo piso del museo, le es ofrecida una panorámica impresionante, donde las obras antiguas, contemporáneas, medievales y decimonónicas se mezclan en una instalación caracterizada por la levedad, con una jerarquía y dignidad expositiva común, independiente del estilo, el tamaño y la relevancia internacional del artista ejecutor de la obra. Toda la obra se une, en el primer vistazo, bajo un mismo espacio, constituyendo un conjunto que el visitante es capaz de medir y reconocer.

Crédito de la fotografía: Sebastián Barrante
Otro aspecto interesante de los caballetes de cristal es que permite aparecer el atrás de la obra, el soporte en sus cualidades materiales y cargas históricas. De este modo, además de tener una visión del total por sus frentes, podemos alcanzar una visión completa de sus espaldas, destacando no tan solo la diversidad de tamaños, sino de la composición de sus marcos, la modificación del color de la tela producto del paso de los años, timbres que hacen referencia a las galerías a través de la que se adquirieron las obras o, incluso, indicadores de los métodos de transporte que fueron utilizados para llevar a Brasil los trabajos. Hábilmente, el Museo utiliza las caras traseras de los caballetes para exponer la memoria de la obra, obligando al visitante a conocer la obra antes del autor, buscando la apreciación desprejuiciada de elementos complementarios a la obra misma.
El ejercicio de Lina Bo Bardi efectuado a través de estos caballetes de cristal es llevar al extremo la comunión entre mobiliario y edificio, convirtiéndolos en elementos coherentes que están al servicio de la puesta en valor de las obras. El aspecto más interesante de estos caballetes es su capacidad de proponer una situación que si bien hoy se caracteriza como patrimonial, sigue siendo transgresora en el contexto museal, aportando tensiones y lecturas que permanecen tan frescas y radicales como el día de su inauguración, el 7 de noviembre de 1968.

Crédito de la fotografía: Sebastián Barrante