por Sofía Cifuentes
Socióloga y Licenciada en Estética
Muchos los consideran inútiles y muchos, también, no necesariamente lindos. Pero para mí, la escritura de diarios de vida ha sido justamente lo contrario: uno de los ejercicios más útiles y bellos que he hecho en mi vida y, probablemente, el más constante: desde 1999, escribo. Hoy tengo más de 50 diarios de vida, guardados en cajas de cartón, casi todos ordenados por año. Mi archivo personal y sesgado, que constata mi necesidad de documentar lo que me está sucediendo desde hace dieciocho años.
Este pequeño ensayo es un relato personal sobre una tradición que, cada vez más, está en desuso: la escritura a mano alzada, en cuadernos cuidadosamente seleccionados, siempre con un lápiz de tinta gel azul 0.7 (manía personal) para descargar todo o, más bien, casi todo —pues no existe el registro parejo y literal de lo que nos sucede, de lo que da vueltas en mi cabeza desde que tengo 10 años.
Esta escritura es una escritura sincera, sin pretensiones literarias ni una búsqueda de coherencia o sentido personal, que cada vez se reemplaza más por otros medios aptos para las confesiones: diarios de vida virtuales y visuales, como las historias fotográficas que miles de personas actualizan diariamente y varias veces al día —una fidelidad que ningún diario de vida a mano alzada ha visto—en Instagram, Snapchat y otras redes sociales. Yo sigo escribiendo en cuadernos relatos muchas veces inconexos y cada vez menos legibles, sobre lo que siento, pienso, dudo. Todo lo que necesito descargar mental y emocionalmente suele quedar plasmado en hojas blancas, mi tipo de papel favorito para escribir.
Breve historia del diario de vida
Antes de decidir escribir sobre esta tradición, nunca había investigado sobre la escritura de diarios de vida y no sabía mucho de sus orígenes. Al revisar en Wikipedia (primera aproximación para cualquier tema) no encontré mucha información en español. Pero al abrir el artículo en inglés, más completo, me enteré de que la palabra diario viene del latín diarium, que se refiere a una “asignación diaria” y por eso, en estricto rigor, escribir un diario de vida significa escribir todos los días una entrada en algún cuaderno narrando lo que ha sucedido o se ha sentido durante la jornada.
El término fue utilizado por primera vez en 1605 en una comedia escrita por el intelectual inglés Ben Jonson. Sin embargo, textos más antiguos de Medio Oriente y de Asia tienen características de diarios de vida, siendo las Meditaciones del emperador Marco Aurelio, del segundo siglo después de Cristo, uno de los primeros ejemplos del género. Durante la Edad Media muchos místicos llevaban diarios de vida espirituales—un caso es el de Ignacio de Loyola—y durante el Renacimiento europeo intelectuales comenzaron a llevar cuadernos donde registraban sus opiniones como un ejercicio per se, sin tener en la mira publicarlos.

Diario de Samuel Pepys. Extraída de pepys.info
La primera edición y publicación de un diario de vida moderno fue en 1825. Samuel Pepys, miembro del parlamento inglés, registró importantes eventos de la restauración monárquica en Inglaterra que pudieron ser leídos por sus pares gracias al escrito de su propio puño y letra, e inició un productivo género a la vez confesional y literario. Durante el siglo XX muchos intelectuales y políticos notables llevaron diarios de vida, como Franz Kafka, Paul Klee, Richard Crossman y Simone Weil, entre otros. En la década de 1990 se popularizó la publicación de diarios virtuales o blogs, un formato que ha modificado la forma en que revelamos nuestras intimidades y conectamos, abiertamente, con otros.
De otros géneros asociados al diario de vida
Los diarios de vida no son la única escritura que remite al mundo interior: también se asocian a él las memorias y las autobiografías, a pesar de tratarse de géneros muy distintos.
Una autobiografía suele narrar, cronológicamente y con mucha documentación, los momentos más importantes de la vida de una persona. Suelen estar correctamente editados y no acumular las miles de páginas que los diarios de toda una vida cubrirían. De las autobiografías que he leído, la de Marianne Faithfull —cantante y actriz de los años 60, ligada a la escena del rock londinense—me pareció muy sincera y bella por la crudeza con que narra su vida, incluyendo sus contradicciones y soledades vergonzosas. Sin embargo, esta escritura es premeditada, es una escritura limpia, depurada, donde la mano del editor externo se nota. No creo que Faithfull llevara un diario de vida, si bien su autobiografía es un precioso ejercicio literario que, probablemente, tuvo por intención contar algo inédito sobre sí misma, redimirse, narrar su propia versión de una época. Pero en esta redención no aparecen procedimientos propios de lo que considero la escritura del diario: el fragmento, el ritmo, la incoherencia, la ausencia de momentos memorables que por su importancia uno tiende a no registrar.
Las memorias, por su parte, describen escenas que, aunque vívidas y subjetivas, cuidan su claridad y coherencia en pos de un lector externo. Muchas memorias remiten a viajes, siendo Memoria de mi residencia en Chile de María Graham una de las más famosas de nuestro país, puesto que es considerada un documento histórico sobre el Chile de principios de 1800. Graham es una mujer aristócrata inglesa que llega a Valparaíso en una fragata de la armada con el cuerpo de su marido, el capitán Thomas Graham, quien murió durante la travesía. Ella es muy bien recibida y se queda durante unos meses, donde mantiene un diario que posteriormente publica. Este no fue el único libro de memorias que publicó: viajó por muchos otros países del mundo como la India (publicado en 1812), Roma (1820) y Brasil (1824). En Chile estuvo entre el 28 de abril de 1822 (fecha de su primera entrada) hasta febrero de 1823. El libro comienza con una primera descripción sobre la Historia de Chile—para ayudar a situar al lector en este país al fin del mundo—para luego dar paso a entradas individuales con su fecha y ciudad correspondiente. Aunque su escritura es muy sincera y descriptiva, su prolijidad manifiesta una edición a posteriori.

Edición facsimilar de diario de Kurt Cobain
Existen, por lo tanto, importantes diferencias asociadas al objetivo del texto, su escritura y edición que distinguen al diario de vida, en estilo y contenido, de memorias y autobiografías. Éste es mucho más confesional, disperso y fragmentario, como podemos observar en el diario de Kurt Cobain o el de Frida Kahlo, ambos artistas que admiro y cuyos diarios fueron publicados en formato facsimilar, por lo que vemos los dibujos y el escrito a mano alzada a la vez que accedemos a una transcripción del texto original: son entradas directas a su mundo interior.
El porqué del diario de vida
Distintos autores han explorado las especificidades del diario de vida, destacándose el trabajo del académico francés Philippe Lejeune, especialista en autobiografías y diarios de vida. Este autor ha estudiado tanto el desarrollo histórico del diario de vida —que asocia a la cuantificación moderna del tiempo, con relojes y calendarios, y a la racionalización de la memoria— como sus variaciones, publicando diversos ensayos sobre el tema. Según Lejeune, no existe una forma definida y rígida para que un texto sea un diario de vida, aunque todo diario debe tener noción del tiempo: la escritura se inicia con la fecha como entrada; si no, no es un diario de vida.
El diario de vida es el punto donde la vida y la escritura se encuentran, un espacio de libertad donde la escritura está en constante cambio y crecimiento. Implica una experimentación en la que todo es posible, modificable y eliminable. Va ayudando a crear la identidad de quien escribe, aún cuando su esencia como soporte sea la discontinuidad y su fin esté siempre abierto, extinguiéndose junto a la vida de su autor. Quien escribe un diario puede hacerlo por mil motivos y si quiere destruir sus cuadernos, también puede hacerlo. El diario de vida es un arte de la improvisación, y el ritmo es su elemento central.
En este sentido Lejeune dice que la función de esta práctica es reconquistar lo que Alberto Giordano, crítico, ensayista y profesor de Teoría Literaria en la Universidad Nacional de Rosario, llama “la continuidad absolutamente real de la vida” (Giordano 5), a través de un ejercicio de lo discontinuo. Es interesante esta reivindicación del género, pues, en general, los diarios han sido considerados como literatura menor o no-literatura, una escritura asociada a lo domestico, lo privado y lo femenino aun cuando la mayoría de los diarios de vida publicados han sido escritos por hombres.
Por mi lado, al reflexionar en torno a la utilidad y la lectura del diario de vida, creo importante leerlo, primero, desde el punto de vista del registro histórico, es decir, cómo se experimenta un acontecimiento desde “adentro”. Así ocurre en el diario de Ana Frank —texto escrito durante la persecución judía en Holanda en la Segunda Guerra Mundial— quien lo trabajó cuidadosamente, tanto así que se encontraron dos ediciones del texto tras su muerte: había escuchado que, después de la guerra, se publicarían los diarios de jóvenes que la hubiesen vivido. Ella no sobrevivió, pero su padre sí. Él editó ambas versiones censurando el contenido sexual y llevó a la imprenta un texto que hoy es libro de lectura obligatoria en la mayoría de las escuelas del mundo.
Sin embargo, si nos alejamos de la mirada histórica con que se leen la mayoría de los diarios o del voyeurismo que nos da el acceso a textos de nuestros ídolos, las claves para leer un diario de vida son escasas y, de hecho, no está demás preguntarse si debemos leerlos del todo. ¿No constituyen, acaso, un documento íntimo que sólo debe ser leído por su autor o por quienes él/ella considere dignos lectores? ¿Por qué como admiradores deseamos con tanto fervor leer los diarios de vida de nuestros autores o artistas favoritos, si es que los tienen? ¿Existe acaso la necesidad de una confesión escondida, o una verdad última en estos textos que nos permiten entender su genialidad o locura?

Primera edición de Bridget Jones’s diary. Extraída de surfaceimpressions.co.uk
Es tal el atractivo del formato diarístico que el género acabó ficcionalizándose. Esto se constata en novelas escritas en el estilo del diario de vida que han tenido gran éxito. Un ejemplo es el famoso Diario de Bridget Jones, escrito por Helen Fielding y cuyo personaje principal es encarnado en el cine por Rene Zellweger, ícono de la mujer soltera del primer mundo que lucha contra su peso y los fracasos sentimentales. O Dar: el diario de Ana María (1965) escrito por Michel Quoist—sacerdote católico y sociólogo francés—que trata de las reflexiones de una adolecente y que busca ser un retrato de la “psicología femenina” asociado a la espiritualidad (cristiana) y madurez personal. Al igual que la primera, la versión masculina Amor: el diario de Daniel (1956) fue un bestseller traducido a más de once idiomas. Existe, creo, una asociación tácita entre adolescencia y escritura de diarios. Es cierto que muchas de mis amigas los escribieron durante su infancia y adolescencia para abandonarlos luego, una vez “superada” esta etapa.
Para algunos escritores, llevar o no un diario de vida es un gran tema, una decisión moral-literaria, cuya duda se sustenta, probablemente, en que muchos intelectuales lo desprecian como ejercicio escritural. El semiólogo francés Roland Barthes, por ejemplo, dudó si llevar un diario o no. Finalmente escribió diarios, tanto de viaje como de vida, aunque los conceptualizaba como “diario de escritor”, un ejercicio más bien intelectual, donde el registro de lo cotidiano se constituye como una “obra” del autor cuya existencia se la da el lector. Como indica Alberto Giordano,
La única justificación posible para sostenerla sería entonces de orden estético: trabajar las notaciones según la poética de los incidentes (la de la suspensión del énfasis y la arrogancia) para que el simulacro de diario se convierta en obra. Esta exigencia moral encubre una distorsión a la que responden las debilidades éticas del experimento barthesiano. El devenir-obra del diario es un don de la lectura, jamás el resultado de una decisión de autor. Es el lector, cuando inventa al diarista como personaje a partir de los desdoblamientos que se desprenden del acto de la notación, el que opera un desplazamiento más allá del egotismo: la afirmación de la vida como potencia impersonal (Giordano 2011b, 137).
La escritora argentina Alejandra Pizarnik también llevaba un diario de vida. Para ella era más bien una imposibilidad no tenerlo, pues dependía de escribir en él, aun cuando reconocía una diferenciación entre su yo y el yo del diario. Giordano selecciona extractos del diario de la poeta argentina en los que se hace explícita su relación tensa y compleja con su escritura más íntima:
El yo de mi diario no es, necesariamente, la persona ávida por sincerarse que lo escribe (Pizarnik, 2003: 234); 1963: ―Escribir un diario es disecarse como si se estuviera muerta (Ídem: 345); 1969: ―Acaricié el sueño de vivir sin tomar notas, sin escribir un diario. El fin consistía en trasmutar mis conflictos en obras, no en anotarlos directamente. Pero me asfixio y a la vez me marea el espacio infinito de vivir sin el límite del diario (Idem: 482); 1971: ―Heme aquí escribiendo mi diario, por más que sé que no debe ser así, que no debo escribir mi diario (Idem: 504) (en Giordano 2011b, 137).
Al igual que en Pizarnik, la escritura de Virginia Woolf es como un sismógrafo espiritual, no un autorretrato certero, sino un ejercicio de extrañamiento que da cabida al autoconocimiento. El mismo Giordano escribe al respecto,
Si confiamos en la autenticidad de este registro, el momento de mayor intensidad, el que manifiesta con más fuerza lo que puede una vida, no coincide con la estabilidad y el dominio de los recursos que se consideran propios, sino con una instancia previa: “la diabólica dificultad de recomenzar” (Woolf 1954: 197). Más fuerte que el asentamiento en la confianza y el orgullo es la sensación de que esos afectos regresan por sí mismos, serenamente: hoy, al fin, la rigidez cedió al deseo y hay posibilidades. “Lo importante ahora es ir muy despacio; detenerse en mitad de la corriente; nunca apresurar; reclinarse y dejar que el quieto mundo subconsciente se vuelva populoso…” (Ibídem). (Giordano 2011a, 7).
Como vemos, existen múltiples aproximaciones al diario de vida que varían según quién escribe y el sentido, o ausencia de él, que le da a esa escritura. El ejercicio diarístico no está exento de controversias, siendo para muchos un tema moral e incluso decadente, mientras que otros lo consideran un saludable ejercicio de autoconocimiento y crecimiento.
Mi propia visión del valor de los diarios de vida, de su especificidad y diferencia con autobiografías, memorias y, posiblemente, diarios de vida digitales, es la posibilidad única de la no-justificación, el fragmento, la inadecuación, la verdad fluctuante. También la posibilidad de tener un espacio libre de transformación, reflexión y sueño sin pudor. Cuando comencé a escribir lo hacía después de llegar de la escuela, casi todos los días, a modo de síntesis y con muchos comentarios sobre mis amigas, eventos o mi familia. Más adulta, me he descubierto escribiendo de noche, antes de dormir y no todos los días, por lo general una o un par de veces a la semana.
Hace un par de años releí todos mis diarios de vida de corrido. Muchas veces pensé en hacerlo, pero no había tenido el tiempo libre para ello. Pero el 2013, de regreso de un viaje de seis meses a India, pensé que sería el momento ideal para hacer ese ejercicio: inspirada en los aprendizajes del viaje, releí todos los cuadernos que tenía. Me tomó un par de meses. Fue una lectura absorbente y emocionante que implicó recordar eventos de mi niñez, escuchar distintas versiones de mí misma y evidenciar que a veces lo que uno recuerda es muy distinto a lo que sucedió, a su registro en el diario de vida. La selectividad de nuestra memoria se convierte en un recurso de supervivencia individual. En este sentido, estoy muy de acuerdo con la siguiente cita y reflexión del diario de Virginia Woolf:
A veces me imagino que, incluso si llegara al final de mi incesante búsqueda de lo que las personas son y sienten, seguiría sin saber nada . . . Porque no hay nada que saber: el fondo que sale a la superficie cuando la realidad es una certeza sin objeto, como «una niebla que viene y se va» no dice ni quiere nada. (207, 256)
Bibliografía
Giordano, Alberto (2011a). Llevar un diario, escribir una vida. A partir de Virginia Woolf en su diario. Universidad Nacional de Rosario, Argentina. BOLETIN/16 del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria.
Giordano, Alberto (2011b). Vida y obra: Roland Barthes y la escritura del diario. Universidad Nacional de Rosario. Analecta, Revista de Humanidades, España. ISSN 0718-414X, Nº 5. pp. 129-141.
Graham, María (1822). Diario de su residencia en Chile (1822) y de su viaje al Brasil (1823). Editorial América, Madrid.
Hurtado, María de la Luz (2002). Frida Kahlo. Del imaginario al lenguaje: un circuito de doble vía. Revista Chilena de Literatura, No. 61 pp. 111-144.
Lejeune, Philippe (2009). On diary. University of Hawaii at Manoa. Biographical Research Center, The University of Hawaii Press.
Woolf, Virginia (1992). Diario íntimo I (1915-1923). Edición a cargo de Anne Olivier Bell. Trad. de Justo Navarro. Madrid, Grijalbo-Mondadori.