por CECLI
Tras el revuelo que provocaron las III Jornadas sobre Objetos y Cultura Material, nuestro album amicorum abre sus páginas para invitar a conocer los diez objetos que inspiran el trabajo de Daniela Franco, artista conceptual, traductora, escritora y música que vive entre México y París. Su trabajo —que ha sido reconocido por instancias de prestigio internacional como la beca Fullbright, la Fundación Rockefeller y la fundación Jumex— está fuertemente arraigado en la vida cotidiana, los archivos, la topografía, los lindes entre ficción y realidad, la casualidad y los objetos encontrados. Daniela Franco ha trabajado sobre esta línea en dos proyectos señeros: el libro Los Sandy en Waikiki (RM, 2011), que explora la historia de una familia norteamericana a partir de las diapositivas encontradas en un mercado de pulgas y las historias escritas por un grupo de colaboradores, y la exposición J’aime mon quartier, je ramasse, que reúne varios objetos hallados en distintas partes de París con textos de quienes, aunque no los poseen, «conocen perfectamente su historia».
1. Generación Collyer
Es un gran predicamento para mí «escoger» objetos; gran parte de mi trabajo e intereses giran en torno a los objetos: coleccionar o acumular y archivar son para mí una obra en sí misma, parte de mi práctica artística que han ido mutando de la acumulación de objetos a la acumulación de archivos (digitales).
A primera vista, lo mío podría definirse como una filia fetichista, pero creo que mi obsesión con los objetos es una suerte de anclaje nostálgico. Pertenezco a la última generación, creo, que tiene un pie en cada lado del espectro analógico-digital: La última generación que tendrá que escanear sus archivos para digitalizarlos o que tuvo que “pasar” sus discos a mp3.
Aquí objetos que son colecciones y cuya relevancia proviene sobre todo de su acumulación (muchas veces datada: con el paso de los años la suerte de los hermanos Collyer se presenta más como una realidad que como una curiosidad y hay que poner un hasta aquí). Traducciones de la Disparition de Georges Perec (que nunca he leído). Entradas de cine (2005-2015). Obituarios en periódicos (2003-2014). Cuadernos de notas y recortes (2002-2015).
2. Propiedad
Mi madre, por lealtad generacional, se negaba rotundamente a comprar un televisor; así que el único remanso de lo que devendría una vida de pantallas y monitores, era «la tele» de mis abuelos frente a la que pasé muchísimas de mis tardes. Aunque nadie en mi familia tuviera interés en los objetos heredados que enlisto aquí, el simple hecho de desearlos yo los volvía valiosos. El coleccionista, decía Benjamin, actualiza concepciones arcaicas de la propiedad que aún se encuentran latentes.
La tele es de quien la trabaja.
3. Pre-modernidad
Mi bisabuelo usaba esta grabadora para mandar «mensajes de voz» a sus hijos. Enviaba un cassette por correo y los destinatarios, usando el mismo cassette, mandaban la respuesta grabada. Este intercambio era ya, por supuesto, increíblemente moderno y premonitorio… de los intercambios de mix-tapes por correo de finales de los ochenta.
4. Rememoración
Estos lápices de colores permanecieron a mi abuelo (va quedando evidente la relación entre nostalgia-objeto-filiación) a quien nunca vi dibujar con ellos. Los usé hasta la adolescencia, cuando comprendí que su valor era mayor que su utilidad y nunca volví a usarlos. Entendí entonces lo que era el fetichismo, supongo. La «rememoración», decía también W.B., es el esquema de transformación de la mercancía en objeto de coleccionista.
5. Documentación
Una de las primeras «obras» que hice (claramente inspirada por Meret Oppenheim) como estudiante de arte: pasar las tardes forrando todos los objetos a mi alcance con las páginas amarillas del directorio telefónico de San Francisco. Recién llegada al mundo del arte, este proceso de forrado no tenía ninguna intención específica, hasta que algún colega me quitó la ingenuidad: «enes que documentarlos». La relación del arte (y / de) nuestra generación con los objetos se activa siempre a través de la documentación (como prueba, este blog).
6. Ese oscuro deseo del objeto
En la calle Rivoli de París, hubo durante años una tienda de más de 300 metros cuadrados de objetos «inservibles» (o utilísimos según se vea) a menos de 5 euros. Me gustaba ir al menos una vez por semana. La tienda se quemó varias veces (no es de sorprender, era un verdadero cuchitril. Y también es plausible que algún empresario/incendiario apresurara el trámite que le permitiría abrir ahí un Zara). Antes de su última quema compré este Michael Jackson. Cuando todavía estaba vivo, la gente solía reaccionar con un poco de incomodidad ante (la extravagancia de tener un) mi muñeco de MJ. Ahora, sobre todo cuando no los veo, intentan sacarlo de la caja o tocar su cabeza.
7. Basura para uno, tesoro para el otro
En la década que precedió a la edición y publicación del libro Los Sandy en Waikiki, las diapositivas en sí fueron el objeto de objetos: las limpiaba, clasificaba, numeraba. Las mostraba a todo el mundo. Viajaban entre Francia y México en fletes pagados por museos y editoriales. En quince años se perdieron sólo tres. Al transformarse en libro, la documentación superó al objeto y ahora están arrumbadas y desordenadas en carpetas; lo único que queda de su aura original son las cajitas en las que venían los descartes.
8. Caza autógrafos (documentación 2)
Ya en otros lados he hablado de mi relación con el Oulipo y Harry Mathews. Este pedazo de papel marca en cierta forma el inicio de dicha relación. En mis primeros meses en París fui invitada a una presentación del Oulipo en homenaje a Harry Mathews: Harry un Oulipien qui vous veut du bien (basado en el título de una película de Sergi López); era un evento perfectamente coreografiado, en el que cada miembro del Oulipo jugaba un rol. Al final subí al escenario y Harry fue presentándome, por primera vez, a cada uno de los miembros (y yo aproveché para robar una copia del script de la presentación). (JR means Jacques Roubaud <3).
9. La obra de arte en la era del Post-it
Mientras ambos residíamos en la Cité des Arts en París, el artista ruso Yuri Leiderman y yo hablábamos de coincidencias y referencias en el trabajo (sobre todo el mío, yo tenía mucho más que aprender de él). Alguna vez mencionó a Joseph Grigely (el artista sordo que trabaja principalmente con post-its) cuyo trabajo yo desconocía y Yuri pensaba, con razón, que encontraría afín. Escribió su nombre en un post-it sin darse cuenta de la ironía. El post-it duró años pegado en mi muro y acabé por enmarcarlo: una edición única de «un Grigely» hecho por Yuri Leiderman.
10. La anécdota como alma del objeto
El primero concierto al que asistí fue Joan Baez en un Festival Cervantino llevada por mi mamá, a mis quizá seis años. Joan Baez se retira en 2018 y he comprado ahora yo las entradas para llevar a mi mamá.
Ninguno de los objetos en esta lista tiene valor o utilidad. Su interés, de tenerlo, releva únicamente de la historia que lo acompaña. ¿Es la anécdota el punto intermedio entre las colecciones materiales y los archivos digitales? La acumulación de lo inmaterial. Ya Goldsmith le ha dado todas las vueltas posibles al ultraleve de Duchamp en la era de la acumulación digital, pero creo que en la colección y transmisión de anécdotas tenemos un último resquicio que permite lo ultraleve, pero escapa al internet. Y sin embargo aquí estamos, en internet: hablando de objetos digitalizados que sólo existen porque yo cuento sus anécdotas