por Natalia Isla Sarratea
Encargada de Colecciones Museo Histórico Nacional
El cabello humano es un testimonio de vida, una pequeña muestra de que alguien existió y de que además de alma tuvo un cuerpo físico, representando así la inmanencia. Desde tiempos remotos se registran reliquias y objetos que almacenan el cabello humano. En el nicho de muerte de Tutankamón se halló una caja con cabellos de su abuela. En el período renacentista se documenta el uso de objetos personales portables que contenían mechones de pelo, y un par de siglos después, durante el Romanticismo, se recuperó esta práctica con el empleo de nuevos avances técnicos llegando incluso a establecerse gremios de artesanos del trabajo en pelo, talleres de orfebres dedicados al arte de elaborar composiciones sobre soportes tales como vidrio o marfil. Todos los anteriores rememorando la ausencia del otro, de un ser querido, ya sea a partir de su lejanía o de su muerte.
El apogeo de la producción de alhajas y composiciones realizadas con este singular material tuvo lugar durante la Era Victoriana (1837-1901) en que se masificó una especie de “moda de luto” que se expandió desde Inglaterra al resto de Europa. La monarca, quien enviudó siendo muy joven y llevó luto por casi 40 años en honor a su consorte, estableció ciertas prácticas de vestuario rigurosas entre las que incluyó la circulación de piezas ornamentales de uso personal que incorporaban cabello humano.

Guardapelo del Sargento Juan de Dios Aldea (MHN 3-31876)

Collar de pelo trenzado, portarretrato y retrato iluminado (MHN 3-33594)

Detalle
Dentro de este tipo de objetos se encuentran los guardapelos en miniaturas, adornos llevados de manera colgante en la vestimenta, integrados a joyas tales como collares, brazaletes o prendedores. Asimismo, se guardan pequeñas cajas que contengan los cabellos provenientes de la cabeza del que está ausente. Muchas veces también el pelo era atado con un hilo fino y ubicado al reverso de un retrato fotográfico de pequeño formato, encuadrado en un marco decorado.
De la misma forma se presenta una tipología de objeto más complejo correspondiente a piezas que refinan la técnica del uso del pelo, ya que lo integran dentro de una composición artística, dotando a la materia orgánica de una carga simbólica que redefine el significado de la obra y da lugar al cuadro de duelo o cuadro de luto. Se trata de objetos en los que se adherían fibras de cabello, organizados en mechones no muy gruesos, sobre un soporte de vidrio generando una textura tupida, similar a la del bordado, para rellenar las figuras de una composición, generalmente naturalista. El formato puede corresponder a un rectángulo, cuadrado u ovalo, enmarcado por travesaños de madera.

Homenaje mortuorio a los hermanos Carrera (MHN 3-1974)
Esta usanza que se enmarca en las artes decorativas, al integrar el espacio doméstico e íntimo de un salón, no tardó mucho en llegar a Chile, y es así que podemos ver el tránsito de este objeto al Nuevo Mundo en manos de las familias de la aristocracia criolla. La colección patrimonial de Pinturas y Estampas del Museo Histórico Nacional evidencia en el cuadro de duelo titulado “Homenaje mortuorio a los hermanos Carrera”, una prueba de ello. Se data cerca de 1828 y se atribuye a Rafaela de la Lastra, quien suscribe con la dedicatoria “Dedicado por Rafaela Lasrta [sic] a su mamita D.ª Javiera de Carr.ª”[1].

Detalle 1
La novela de ficción inspirada en sucesos históricos titulada Javiera Carrera. Madre de la patria señala entre sus páginas que esta imagen está realizada con cabellos pertenecientes a Javiera Carrera. No obstante, puede tratarse de un cuadro que conmemora la muerte de Javiera Carrera por parte de su nieta, pues el hijo mayor de la prócer, Manuel, tuvo cinco hijos con Rafaela Valdivieso, y la cuarta hija -quien lleva el mismo nombre de su madre- es quien firma el cuadro de luto a modo de dedicatoria[2]. Sin embargo, la cédula museográfica actual indica una data aproximada de la obra en el año 1828, la que coincide con la fecha en que muere uno de los hijos de Javiera, Pío, trágicamente asesinado por su tío, Diego Antonio de Ureta Carrera, en una riña durante la noche del 04 de octubre. De modo que puede que no se trate de un homenaje a la muerte de los hermanos Carrera, tal como indica el título actual.
Cabe señalar que la producción de este tipo de obras estaba a cargo de artífices que trabajaban por encargo, usando modelos de catálogos que incorporaban figuras que actuaban como símbolos de la muerte. No siempre se respetaba la congruencia entre el personaje conmemorado y la procedencia del cabello, sino que se usaba pelo de distintos orígenes, que permitieran contar con una paleta o gama de colores según los requerimientos plásticos[2].

Detalle 2
En la composición estudiada, se observa un sauce en el primer plano, el cual está ubicado en un paisaje agreste en cuyo centro destaca un monumento fúnebre, un monolito, en el que apoya su cuerpo una mujer que cubre su rostro con su mano derecha y con la izquierda sostiene un manto gris que envuelve parcialmente su vestido largo y oscuro. Tras ella se observa otra figura de sauce, de tonos más pálidos que el central. Muy cerca del monumento se incluye la figura de un perro, ubicado al centro, en posición yacente.
Durante la era victoriana el lenguaje de las flores o floriografía, fue un medio de comunicación en donde variadas flores y arreglos florales se usaban para enviar mensajes codificados, para expresar sentimientos. En este marco, el sauce llorón simbolizaba la melancolía. El perro, por su parte, suele representar la fidelidad y su actitud es serena frente al drama de la muerte y la soledad de la mujer que se lamenta.
Los cuadros no corresponden a diseños personalizados, sino que más bien responden a modelos de catálogos que se encargan a los talleres de trabajo en pelo. Tal como se señala en la identificación de cuadros de luto del Museo del Romanticismo de Madrid:
También en este siglo XIX van a proliferar las publicaciones en las que se mostraban y proponían diseños de joyas y cuadros realizados con cabello. Los modelos para estas labores se presentaban en cuadernos litografiados que alcanzaron una gran divulgación. Uno de los primeros fue el que se editó en París en 1859, firmado por M. Carné, conteniendo 522 muestras. Los motivos decorativos representados en estas composiciones tenían generalmente un carácter simbólico: urnas funerarias, sauces, cipreses, hiedras, cruces, corazones o animales como palomas que representaban el duelo, o la serpiente, animal relacionado con la muerte. (CERES, Museo del Romanticismo).
El cabello tiene propiedades particulares que hacen que se conserve en buen estado durante mucho tiempo, ya que no se degrada ni descompone fácilmente, portando entonces el valor de la perdurabilidad, de la fantasía de eternidad, que puede asociarse al estado del alma. Por otra parte, el pelo, al contrario del resto del cuerpo, no duele ya que es un biotejido formado por células que mueren alrededor del folículo capilar, el que no contiene células del sistema nervioso. Y quizá porque es precisamente la parte de la composición física que no adolece, la que está libre de daño, se le ubica en otro plano del imaginario. Estos valores asociados a la materialidad potencian el significante de la obra ejecutada con técnicas que utilizan el cabello del individuo rememorado/conmemorado, volviéndose finalmente tautológica.
El pelo como material usado en este tipo de objetos luctuosos tiene una consonancia con el romanticismo propio de la composición y el simbolismo de la obra: la inmortalidad del alma. El cuadro de luto como representación simbólica del alma se encuentra preservado por el marco y el soporte vítreo, donde no hay dolor que lo toque, no hay aflicción que le alcance.
[1] Para mayor información visite aquí.
[2] Fue uno de los tataranietos de la patriota quien donó el objeto al museo en 1958.
[3] Conocido como Palette Work.
Bibliografía
Seaton, Beverly. The language of flowers. A history. Londres, Reino Unido: 1995. 196.
Vidal, Virginia. Javiera Carrera, Madre de la Patria. Santiago, Chile: Ril editores, 2010. 146.
CERES, Museo del Romanticismo. Cuadro.