Nota

Album amicorum nº23

por CECLI

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Durante nuestras Segundas Jornadas sobre Objetos y Cultura Material «Encontrar y Guardar», conocimos a las amigas Inés Figueroa y Soledad Martínez, antropólogas sociales, y Macarena Crisóstomo, arqueológa y artista textil, quienes conforman la Oficina de Objetos Perdidos, un interesante proyecto chileno que, en palabras de sus fundadoras, «consiste en incorporar en nuestros caminares cotidianos una atención especial hacia el entorno urbano por medio de los gestos de encontrar, registrar, recoger/guardar, clasificar/coleccionar e imaginar, para así ensayar una suerte de arqueología urbana de objetos perdidos, olvidados o tirados. Toma como base la observación de las características de los objetos encontrados y la observación del contexto de hallazgo para construir un corpus de narraciones. Mediante el acto de imaginar la vida de dichos objetos se crea un pequeño archivo de «historias extraviadas» o «historias encontradas», según quiera mirarse». La Oficina de Objetos Perdidos es una especie de hermana perdida de CECLI, con la que nos reencontramos el año pasado. Para celebrar su existencia como ejercicio de coleccionismo urbano, invitamos a sus creadoras a  mostrarnos sus inesperados y elocuentes descubrimientos callejeros y sus hallazgos en tiendas–tras seguirle la pista a juguetes y libros perdidos en la infancia: el extravío y el reencuentro. ¡La página número 23 de nuestro Album amicorum huele a nostalgia y asfalto!

1. La obra de Georges Perec

La obra de Georges Perec

Nos inspiran los libros de Perec, en especial, Especies de Espacios y Pensar Clasificar. Creamos algo nuevo a partir de cosas encontradas. La clasificación opera al localizar en distintas calles, ciudades, países, objetos de la misma especie: ‘objetos perdidos’. Los encontramos y recolectamos. Pasan entonces a formar parte de una misma colección de objetos encontrados. Los traemos de vuelta a la vida a través de historias imaginadas. Una actividad inútil y placentera.

“Este pánico de perder mis huellas fue acompañado por el furor de conservar y clasificar” (Perec, 2001:53).

2. Cartas

Cartas

Desde hace unos cinco años que constantemente encuentro cartas en la calle. Como soy una amante de las señales que manda la vida en todos sus formatos, les pongo mucha atención. He encontrado más cartas de las que aparecen en la foto. Recuerdo un momento particular, cuando la vida estaba siendo pesada, en que encontré tres a la vez. Todos los significados de esas cartas eran de alegría y esperanza.

Objeto de Macarena Crisóstomo

3. Lots of love, Grandma

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Encontrada de vuelta del gimnasio el 25 de Abril del 2017, Finsbury Park, Londres. ¿Hubiese creído esta abuela inglesa que la tarjeta que enviaba el 12 de marzo del 2017 a su nieta en Londres desde su residencia para adultos mayores en Bristol terminaría en Barcelona, en manos de una chilena?

Objeto de Soledad Martínez

 4. Lost & Found/ Los Pitufos

Los Pitufos 4

Cuando niña sentía una adoración extrema por Los Pitufos. Cuando recién aprendí a leer, mi tía menor entraba en la adolescencia y me regaló todas las historietas. No conservo ninguna, pero recuerdo su aroma a libro viejo y a casa de mi abuelo. Pero lo mejor estaba por venir. Un día tomó sus figuras de los pitufos y las dividió entre sus sobrinos. Tres para todos, dos para mí. Sólo dos, pero entre ellas la más hermosa y deseada por todos: el pitufo encarcelado. Fui muy feliz con ellas. Pero mi  adoración se vio temporalmente interrumpida cuando leí la fotocopia de un libro que postulaba que Papá Pitufo “era satánico”. Entonces, activé mi pensamienTOC. ¿Qué hacer con la figurita? Decidí que lo mejor era enterrarla en el patio, lo que hice en un ritual junto a mi amiga Carola. Nunca más la vi. Quizás fue encontrada por algún siguiente habitante de Tarragona 3698. En tanto, la infraestructura penitenciaria del pitufo canero sufrió de un paulatino desguace hasta finalmente desaparecer, con jaula y todo. El recuerdo de esos juguetes siempre estuvo conmigo, hasta que en 2009 mi prima Claudia vio una réplica exacta en Buenos Aires y me lo trajo de regalo. Para el 2013, encontré a mi querido pitufo canero en eBay. Oferté por él, incitada por mi pololo. Fui muy feliz cuando llegó, en una cajita con sellos postales alemanes. Ahora están conmigo en mi estante de libros, junto a otros objetos  pitufilost, pitufifound.

Objeto de Inés Figueroa

5. Libros perdidos, libros encontrados (prospecciones en librerías)

Libros perdidos, libros encontrados (prospecciones en librerías)

Pienso, al ver las compras literarias de mi papá, que con el paso de los años buscas conectar con los objetos que tuviste y te hicieron feliz años antes; objetos que abren recuerdos y te conectan con un pasado evocado. Esto también guía en parte mis búsquedas literarias y de objetos: mini-juguetes, libros para pintar, libros para leer que alguna vez tuve y perdí.

Recuerdo haberlo encontrado husmeando en un librero de mis papás. Una edición de El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia grueso, de hojas color café. Aromáticas, roñosas y quebradizas. La tapa de un color celeste desvanecido. Las historias dentro. Lo leí y releí muchas veces. A los catorce años lo llevé de vacaciones al sur. Parte de sus hojas se volaron en el lago Conguillio. Las volví a meter al libro, pero algunas de ellas se perdieron. Lo resentí. No era sólo “el libro”. Era el libro, la forma, los colores, el olor, las palabras precisas que despertaban imaginarios. Con los años busqué alguna edición similar, comprando a tientas en Mercado Libre, pero siempre terminaba decepcionada al constatar que no era “mi” edición. ¿La premisa? Que comenzara con un “Érase un muchacho que no pasaría de los catorce años, alto, desmadejado, de cabellos rubios como el cáñamo. El pobre no servía para maldita la cosa”. Libros rotos, ediciones adaptadas, traducciones otras y un billete sueco recibido de regalo después, he encontrado el Nils Holgersson que buscaba. ¿Los traductores? C. Talavera y V. Clavel. Aún no lo adquiero, pero esa es mi edición, la que leí de niña y me acostumbró a sus palabras. Allá voy, pronto. La foto muestra el libro original (y una pequeña lectora que fue de mi mamá —y luego mía— cuando niña).

Objeto de Inés Figueroa

6. Caja, tijeras y dedal

Caja, tijeras y dedal

Me encantan las antigüedades, algo que heredé de mis padres. Siempre las miro y me fijo en ellas, gracias a ellos desarrollé un ojo “especialista”, tal vez por eso estudié arqueología. Este año, durante un viaje a Italia, en San Gimignano, un pueblo medieval de la Toscana, encontré esta cajita que trae una tijera y un dedal. Uno de mis grandes placeres es tejer, coser, bordar, así que cuando vi esta joyita no dudé en comprarla. El señor que la vendía me dijo que es de alrededor de 1920.

Objeto de Macarena Crisóstomo

7. Caja de lata

Caja de lata

Esta caja estaba desde que tenía uso de razón en la casa de mi abuelo, en el sur. Es una caja donde venía té en hoja, y mi abuelo la tenía en una repisa, junto a otras latas. Era bien Diógenes el caballero. Cuando mi abuelo murió, viajé con mi papá a la casa del sur y le pregunté si me podría llevar la caja. Con mi abuelo no tenía una relación cercana, pero su casa en el sur fue el lugar que nos recibía cada verano. Ver la caja me recuerda esos días eternos de vacaciones infantiles. Ahora esta caja guarda mi ahorro de monedas de 500 pesos, y comparte una repisa con otras cajas de latas. Parece que heredé lo Diógenes de mi abuelo.

Objeto de Macarena Crisóstomo

8. Frutillita

Frutillita

Cuando tenía tres años, mi mamá me inscribió en el club Frutillita J, tenía credencial y todo. En mi cumpleaños número cuatro, el club Frutillita me mandó una tarjeta de felicitaciones y esta figura de plástico de Frutillita. Recuerdo que olía intensamente a Frutilla y  que me encantaba morderle las patitas, por eso tiene los zapatos mascados con mis pequeños dientes. No sé cómo ha sobrevivido a tanto cambio de casa y a los años, pero aún me acompaña y es parte de mi set de cambio de casa.

Objeto de Macarena Crisóstomo

9. Cisne inflable traspapelado

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Hasta que me fui de la casa a los veinticuatro años, solamente una vez nos cambiamos de domicilio. Nos cambiamos de los departamentos frente a la rotonda Grecia donde viví hasta los cinco años, a las casas ‘al otro lado de Av.Grecia’ (allá por el año ’87). No recuerdo bien cuándo fue que me asaltó por primera vez esa sensación de ‘haber perdido algo para siempre’. No sé si fue inmediatamente después, a los meses o quizás años tras el cambio. Sí sé qué ocurrió al ver esta foto que, a juzgar por el daño que evidencia, también debe haber estado extraviada u olvidada por ahí. El objeto extrañado es ese cisne de plástico inflable. ¿Dónde estaba? Recuerdo haber estrujado mi memoria pensando dónde podría haber quedado. Recuerdo mi sensación de incomprensión ante el hecho dramático: ¿cómo podía ocurrir eso de perder algo? No podría decir que fuese mi juguete favorito, pero el hecho de no tenerlo y no saber qué había sido de él, lo convirtió en un mito. Recuerdo haberle preguntado a mí mamá; recuerdo su respuesta: ‘debe haberse traspapelado cuando nos cambiamos de casa’. ¿Traspapelado? Recuerdo la frustración al tratar de entender la palabra. ¡Mi cisne no era un papel! ¿Cómo pudo traspapelarse? Me lo imaginaba arrebatado por una ráfaga de viento, tal como una hoja que se vuela. De vez en cuando, o tal vez obsesivamente, el cisne volvía a mi memoria junto con las posibles explicaciones de su desaparición y las conjeturas acerca de su destino.

Objeto de Soledad Martínez

10. Amelín Suayer y su gato Torcuato

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Este fantasmita de goma ha estado perdido y ha sido encontrado al menos dos veces. La primera ya se borra de mi memoria. Fue en la carretera, no recuerdo si estaba haciendo dedo o simplemente caminando para llegar a algún pueblo durante algunas vacaciones o quizás en mis primeros terrenos en la universidad. Siempre he creído que sus anteriores dueños fueron un par de niños que iban jugando en el asiento trasero de un auto y que en lo álgido del juego este fantasmita salió disparado, inadvertido, por la ventana. Pueden haber sido una niña y una niño o dos niños. Mis prejuicios de género moldean mi imaginación al considerar que el gesto que lleva Amelín en su mano derecha fue obra de un niño ‘hombre’. En el mismo viaje encontré este gato de plástico que es el que traían los vinos Gato Negro o Gato Blanco (¿sigue siendo así?). Juntarlos para que se hicieran compañía fue de lo más natural. Había que darles un nombre. Para el fantasma elegí un nombre compuesto: dos palabras ‘mal pronunciadas’, una por mí y la otra por una amiga (esa es una historia más larga). Al gato le puse Torcuato porque era un nombre que me obsesionaba en ese momento (alguien a quien bautizan como Torcuato no vivirá la misma vida que si le hubiesen llamado Pablo, esa materialidad sonora que te identifica es determinante). Este fantasma, encontrado probablemente por ahí por el 2003, viajó conmigo a Barcelona en el 2007. Fue guardado y dejado en una ‘caja de recuerdos’ en el 2013 cuando me fui a Londres. Fue olvidado, por completo. Hace unos meses volví a vivir en Barcelona. Hace unos días revisando cajas olvidadas (y ahora encontradas) donde guardé esas lindas cosas inútiles que construyen la huella material de mi paso por este mundo, Amelín Suayer y su gato Torcuato fueron encontrados nuevamente.

Objeto de Soledad Martínez

Nota: los objetos nº 1, 2 y 3, si bien pertenecen a una determinada participante, representan el espíritu de la Oficina, por ser inspiradores para su proyecto o, bien, hallazgos en el contexto de sus «prospecciones».