por Bernardita Marambio
Diseñadora Industrial
Cuando tengo que hablar de objetos no puedo evitar referirme a aquellos creados durante la Época Victoriana (1837-1901)[1], en pleno apogeo de la Revolución Industrial, pues no sé si estoy obsesionada con sus significados o con sus hermosas formas. Algunos de estos artículos se transformaron en los canales que conectaban a los sentimientos del corazón con la materia concreta, así como otros eran símbolos de lujo para aparentar sutil o abiertamente frente al resto. Todo esto en el contexto de una sociedad reprimida que, no obstante, contaba con el desarrollo de una abundante cultura material que llegaba al extremo de cubrir hasta las más mínimas y extravagantes necesidades.
Para ejemplificar lo anterior, haré referencia a dos delicados contenedores de flores cuya función tenían mucho que decir y muchas apariencias que guardar: el Tussie-Mussie (posey o ramillete de flores) y el Épergne (violetero).
La Revolución Industrial, época de pujanza económica, albergaba bajo su nube gris a una compleja sociedad, con una clase alta y media que debía comportarse de acuerdo a los dictados de una estricta moral. En este contexto, los sentimientos amorosos y el deseo sexual, fuera del margen del matrimonio, no eran bien vistos. El recato dominaba y la sexualidad era un tema tabú. Por lo tanto, hay casos concretos en que la cultura material de esta época pasó a jugar un papel fundamental como medio de expresión, cuyo mensaje podía ser encriptado en los accesorios que acompañaban a los objetos, como es el caso de las flores en los Tussie-Mussie y los Épergne.
El Lenguaje de las Flores o Floriografia fue un medio de comunicación en la época victoriana, en el que los ramilletes de flores se usaban para enviar mensajes secretos que expresaban sentimientos que de ninguna otra manera se podían manifestar. La historia de este código se remontaría al Oriente donde se originó, existiendo en China un alfabeto compuesto a partir de flores y raíces. En Egipto, en tanto, Cleopatra usaba los pétalos de rosas de manera extravagante en lujosas fiestas, esparcidos en los lugares donde estas se llevaban a cabo y en las cañerías de agua caliente. Mientras, en la Grecia Antigua se llevaban como collares que se intercambiaban los amantes en su matrimonio o que se colgaban en las puertas cuando nacía un niño. En los libros góticos vemos emblemas compuestos de flores. Lo anterior me permite concluir que se trata de un lenguaje antiguo, pero que no envejece porque cada primavera renueva sus caracteres.
Las lilas simbolizan el primer amor, la peonía la belleza, la rosa roja fuego del corazón y así existe todo un diccionario. Cabe mencionar que, paralelamente al surgimiento de este lenguaje de las flores, en la Inglaterra del siglo XIX, donde se desarrollaban las ciencias, se aceleraban los estudios referidos a las características, las propiedades y las relaciones de las plantas y sus procesos vitales, lo que se conoce como Botánica. Aquí se genera una relación perfecta, ya que mientras estaba en boga el interés por demostrar sentimientos por medio de las flores, la ciencia, por su parte, buscaba comprender toda su estructura biológica.
El tussie-mussie era el objeto que contenía un ramo formado con distintos tipos de flores según el mensaje que se quería transmitir. Mejor que la escritura, estas interpretaban los más dulces sentimientos de ternura y amor puro. Durante esta misma época también existieron otro tipo contenedores para guardar ramilletes de flores, llamados posey, generalmente fabricados de metal, acero, marfil, vidrio, porcelana pintada, ámbar, carey, con incrustaciones de joyas, perlas, y pequeños espejos, que contaban con dos pequeñas cadenas, una con el anillo para el dedo y otra para asegurar las flores. En estos se mantenían las flores tanto para embellecer los atuendos femeninos como para perfumar el cuerpo. Resulta interesante mencionar que las mujeres que armaban estos ramilletes para ocasiones especiales estaban tratando de comunicar sus sentimientos frente a algún pretendiente en un evento social; otras, los recibían con mensajes ocultos en su interior.

Imagen del Diario La Mode illustrée: journal de la famille, Firmin-Didot frère, fils et cie, 1863.
Además de una vida amorosa reprimida, la vida social de los ingleses de la época consistía principalmente en breves encuentros para tomar el té, así como en eventos sociales como cenas, bailes y fiestas, que estaban reglamentados por estrictas normas, por lo que era obligación de todos comportarse de un modo civilizado y cortés. Algunas de las reglas existentes solo para la conversación, recogidas por Charles Dana (2005), eran las siguientes:
- No se deben expresar citas en latín o griego si sospechamos que el resto de los invitados desconocen las lenguas clásicas.
- No es correcto hablar de temas médicos ni relacionados con enfermedades. Tampoco con ningún tema que consideremos inapropiado y que pueda de algún modo herir la sensibilidad de los comensales.
- No se debe presumir del hecho de tener amistades pudientes, distinguidas o de sangre azul.
Estas normas me hacen pensar que, si bien no era posible hablar ni jactarse de los bienes, por considerarse de mal gusto, la manera de demostrar la posición económica era a través del decorado y de todo lo que contenía el interior de las casas. Por ejemplo, al cenar, la comida se servía en la más fina porcelana y los líquidos en delicadas copas de cristal. Los centros de mesa, en tanto, se adornaban con enormes fruteros o canastos de plata con todo tipo de frutas y flores, acompañados por candelabros.

Ilustración de la Mesa Victoriana
Fuente: The encyclopædia of practical cookery, Harold Furniss, et al. Londres: L.U. Gill, 1898.
A propósito de estos protocolos, el siguiente contenedor que quiero mencionar es el Violetero o Épergne, nombre proveniente del francés Épargne que significa ahorros o reservas. Estos objetos eran centros de mesa, que podían llegar a contar con entre 2 a 7 ramas con cestas y candelabros, en los que se colocaban flores, frutas, dulces y velas ubicadas en el remate de los brazos; se dice que los invitados que asistían a una casa, al enfrentarse a estos frondosos arreglos, debían sentirse tranquilos porque no les faltaría nada durante su estadía. Un aspecto que no puedo pasar por alto, ya que también ilustra las extravagancias victorianas, es que se volvió altamente cotizado incorporar plantas exóticas, generalmente helechos, dentro de los arreglos, lo que generó una verdadera locura por poseerlos llamada pteridomanía. Estos delicados centros de mesa estaban hechos de porcelana, pero también podían ser de metal y vidrio.

Ilustraciones de Épergnes en los catálogos de Butler Brothers de 1909

Eloise Harriet Stannard, A Still Life of Flowers in a Glass Epergne on a Marble Ledge with Gloves, Wicker Basket and Scissors, óleo sobre tela, 1889 / 43×38 cms.
Estos son solo algunos ejemplos de cómo una sociedad callada, que estaba en plena industrialización, se expresaba por medio de muestras de lujo, a través de los más coloridos elementos de la naturaleza, artefactos -portátiles como el tussie-mussie, usados en la mesa en el caso del épergne- que guardaban y exhibían flores que no solo ornamentaban los atuendos y los espacios sino que, especialmente, canalizaban aquellos sentimientos silenciosos a través de un refinado código floral.
Bibliografía
De La Tour, Charlotte. Le Langage des Fleurs. París : Garnier Frères Libraires-Éditeurs, 1858.
Laufer, Geraldine Adamich. Tussie-Mussies: The Victorian Art of Expressing Yourself in the Language of Flowers. Nueva York: Workman Publishing Company, 1993.
[1] El término Victoriano, referido al largo reinado de la Reina Victoria, se adopta para denominar a a estos objetos tras la Gran Exposición de Londres en 1851, donde se mostró el trabajo de la industria de todas las naciones. En dicha ocasión más de la mitad los artículos expuestos en el Crystal Palace eran productos ingleses, lo que evidenciaba su liderazgo en la industria mecanizada.