por Loreto Casanueva
Editora de CECLI
Una carátula con un plato nostálgico, una voz dulce y un estribillo que repite «té en bolsa, Lozapenco/ el queque con azúcar flor» fueron los tres elementos que me llevaron a pensar que tenía que entrevistar a Niña Tormenta, nombre artístico de Tiare Galaz, cantante chilena que, provista de un ukelele, canta composiciones tan sencillas como profundas. Escucho su música hace un buen tiempo, pero cuando publicó su álbum Loza (2017, Uva Robot) me volví más fan. Todo el concepto, vinculado al famoso plato Willow de Lozapenco, desde la portada hasta las letras de sus canciones, en especial, su espíritu hogareño, me fascinó. Así que nos juntamos a conversar sobre sus melodías -que abrazan en días lluviosos-, el nacimiento de Loza, la preciosa coincidencia entre la publicación de su disco y la creación de una serie de murales conmemorativos de la fábrica chilena de loza en Penco, su amistad musical con Diego Lorenzini y su relación con platos, figuritas de animales y fotografías familiares.

Mural «Plato Willow», Proyecto Mu, Penco. Fotografía: Museo de la Historia de Penco.
Me llamó mucho la atención la portada de tu álbum y, luego, cuando lo escuché, me encantó, en especial la canción “Lozapenco”. Me hizo recordar varias cosas relacionadas con nuestro quehacer, por ejemplo, una ponencia que Cynthia Aguilera presentó en nuestras Primeras Jornadas sobre Objetos y Cultura Material, que trataba sobre la biografía del clásico plato azul de Lozapenco, o la intervención final de Manuel, uno de nuestros editores, cuando en una entrevista que nos hizo Rodrigo Guendelman en su programa Santiago Adicto, él explicó que creía que ese era el objeto más transversal del hogar chileno. Finalmente, lo volvimos a recordar cuando vimos la noticia del mural del plato en Penco. ¿Te has comunicado con la gente de esa ciudad, a propósito de tu disco?
Estuve conversando con el Museo de la Historia de Penco, quienes fueron los que organizaron la realización de los murales que están en las calles. El mural del modelo Willow -emprendido por Proyecto Mu-, está frente a la población de trabajadores de Lozapenco. Es gente que trabajaba en la fábrica, bajo ese modelo antiguo de que los obreros vivían en comunidad en la misma villa, cerca de su lugar de trabajo. Cuando la fábrica quebró, ellos siguieron viviendo ahí y toda esa localidad está muy afectivamente vinculada con ese plato y con la historia de la marca Lozapenco. Para ellos era súper significativo que estuviera ese mural ahí y lo recibieron muy bien. Paulina, de VAM!, me invitó a su primer Museo Pop-Up y desde ese momento que tenemos muy buena onda. Ella me empezó a etiquetar en las publicaciones del Museo de la Historia de Penco, cuando empezaron a armar el mural. Ella me decía “¡Niña Tormenta, tienes que tocar acá!”, y yo le respondía “hazme gancho”. Y el Museo replicaba: “no necesitas gancho”, todo por instagram. Así que les mandé un mail muy emotivo: “miren, yo acabo de lanzar este disco, con esta tapa, este plato me trae estos recuerdos”. Y me respondieron súper tiernos diciéndome que lo habían escuchado y que les había gustado, que sería bacán que hiciéramos algo en conjunto allá. Todavía no se ha concretado por temas logísticos, por el financiamiento para viajar y tocar allá. Me gustaría ir con más músicos, no solo tocar y listo, sino hacer algo enmarcado en el lanzamiento del disco, que se pueda aprovechar la onda de ese lugar tan especial. Ojalá que se pueda hacer pronto. Encontré muy mágico que justo haya lanzado el disco y un mes después se inaugurara ese mural, que apareció en todas las redes sociales. Después de eso, mucha gente me empezó a etiquetar en las noticias sobre el mural. Fue súper bonito. Podría haber pasado un año antes o un año después, y no habría coincidido, pero coincidió. Yo creo que tiene que ver con lo que dices tú, con que ese plato le resuena emocionalmente a muchas personas, en distintas partes del país incluso. Para la gente de Penco es súper significativo, es un valor que tienen como localidad, que está muy ligado con ellos, pero que se reconoce a nivel nacional. Para ellos es un orgullo, eso me contaba la gente del museo.
¡Qué lindo todo!
Sí, en realidad las cosas que han ido sucediendo desde que salió el disco han sido cosas muy mágicas.
Ayer escuchamos el disco de nuevo con mi esposo y comentábamos su excelente calidad, la grabación, la mezcla, la masterización y, obviamente, las canciones en sí, sus letras y arreglos preciosos y tan bien hechos. Tiene unos sonidos muy mágicos.
¡Gracias! La mayoría de las decisiones respecto del disco, cómo iba a sonar o qué instrumentos íbamos a usar, fueron surgiendo mientras lo hacíamos con Diego Lorenzini. Empecé a hacer maquetas y fueron apareciendo sonidos. Lo único que me dije a mí misma es que quería hacer el disco con las cosas que tenía en la casa. De hecho, mi amigo Santo me regaló un teclado Casiotone blanco, que él tenía en su casa, de adorno colgado en una pared, y que se veía súper bacán. Un día le pregunté si funcionaba y me dijo que sí, pero que no tenía pilas. Así que me propuso algo: que me lo regalaba a cambio de discos míos, que cada vez que sacara uno se lo regalara. Así que acepté, era un súper buen trato. Usé ese teclado en el disco, hay muchas texturas de fondo que son de ahí, y lo usé mucho como bajo también. El disco no tiene demasiadas cosas en realidad, tiene muchas capas de voces, tecladitos, bombo, ukelele, una guitarra y voz de Diego en una canción, y unas cajitas musicales en “Canción al cielo”. Son muchas cajitas que las hicimos sonar al mismo tiempo, las grabamos y después Diego las estiró, las editó, les puso efectos.
¿Cuándo saldrá la edición física de Loza? Ahora se puede escuchar en Spotify y en la página web del sello Uva Robot…
Lo tengo que hacer pronto porque vamos a lanzar el disco en vivo con algunas tocatas y para esas fechas tengo y quiero tener el disco físico. Lo único que me falta es hacerle un librito, como si fuera un fanzine, para ponerlo adentro, y que tenga ilustraciones que sigan la línea de la tapa, para cada canción.
Como objeto va a ser tan bonito…
Sí, mucha gente me ha dicho que lo quiere tener en formato físico.
Yo creo que el concepto que trabaja el disco motiva ese deseo, como que los que quieren el disco quieren el plato también. Hay una canción del álbum que se llama “Lozapenco”, ¿qué apareció primero en tu proceso de creación, esa canción o el plato como concepto?
Lo primero fue la canción. “Lozapenco” fue uno de los ejercicios que tenía que hacer en el Laboratorio de canciones que hizo Diego en 2016 en Capitán Cobalto. Diego guiaba estos laboratorios y nos juntábamos una vez a la semana con un grupo de personas que hacían canciones. Al final nos hicimos todos amigos. Diego nos iba dando unos pies forzados para que cada uno, durante una semana, hiciera una canción y después la mostráramos frente al grupo. Ahí compartíamos el proceso que habíamos vivido intentando cumplir con la tarea, y lo interesante es que resultaban cosas muy distintas. El pie forzado de esa ocasión era componer una canción en la que uno enumerara o describiera, en la que uno armara una especie de lista de palabras que no se repitieran. Había que usar también una reiteración en la melodía. Yo empecé a enumerar acciones de mi abuela, haciendo una especie de retrato de ella, primero describiéndola con acciones y después con objetos claves, como el té en bolsa, la lozapenco. Yo sabía que también quería poner el queque con azúcar flor porque mi abuela siempre hace un queque para los cumpleaños de todos, siempre llega a los cumpleaños con un queque muy sencillo, pero que es el mejor del mundo. Lo hace solo para los cumpleaños. Entre medio de eso, me acordé de esos platos que tenía mi abuela y describí ese ambiente de celebración, de once en su casa, y fue así como salió la palabra “lozapenco”. Un año después empezamos a grabar el disco. Mientras estábamos grabando yo pensaba cómo se iba a llamar, qué iba a hacer para la portada. Estaba un poco perdida, se me habían ocurrido cosas que después no tenían mucho sentido. El disco empezaba a tener más forma a medida que lo íbamos grabando, que iba escuchando las mezclas, que iban saliendo los arreglos. Por ejemplo, cuando compuse “Lozapenco” era una canción súper sencilla, una repetición muy monótona de un arpegio en el ukelele y la voz muy planita, pero en la grabación le agregamos bajo con el teclado, bombo, las voces del final y cobró otra dimensión, como más misteriosa, como si fuera un relato medio oscuro incluso, pero la canción no iba precisamente para ese lado. Siento que cuando ya pude escuchar las canciones como estaban pude armar un poquito más el disco, explicármelo mejor, porque la mayoría de las decisiones no las tomé muy conscientemente, no las pensé demasiado de forma racional sino que fui siguiendo la intuición de lo que iba apareciendo, me fui dejando llevar por eso y fui aprendiendo de errores, probando cosas, usando lo que tenía, y de repente ya tenía casi todas las canciones armadas. Ahí fue cuando me hizo mucho sentido “Lozapenco”. Es una de mis canciones favoritas del disco y entonces pensé que podía titularlo así, porque es muy simbólico, porque podía resonar a nivel emocional y el disco es súper emotivo, está conectado con muchas emociones. La mayoría de las canciones surgieron desde ahí, desde estar en momentos intensos tanto familiar como emocionalmente. Después me gustaba más la palabra “Loza” porque es más concreta y un poco más amplia, y porque también sentía que era bacán usar una palabra que tuviese que ver con algo doméstico.
¿Y así surge la portada?
Sí, lo de usar el plato fue lo primero. Me dije: “quiero hacer una portada con este plato”. Y luego decidí que el disco se iba a llamar Loza. De alguna forma, cuando se lo dije a Diego me convencí, porque también pasa que cuando uno hace cosas busca la aprobación de los demás, si lo que estás haciendo es fome o no, si tiene sentido o no. Al momento de ir haciendo las canciones empecé a agarrar una confianza que no tenía, que no tuve hasta que terminé el disco. Lo último fue decidir cómo se llamaría y qué quería hacer para el arte. Quise estar presente en todas esas etapas porque el disco es muy personal.

Portada del disco Loza de Niña Tormenta, Uva Robot, 2018. Arte de Diego Lorenzini y Tiare Galaz.
Claro, pensado o no, el hecho de que se llame Loza me imagino que tiene que ver con que lo grabaste en tu casa, y con que aborda historias familiares.
Sí, así es. El disco lo grabamos en una pieza de mi casa que no está preparada acústicamente para aislar el sonido, entonces de repente se escuchan las patitas de mis perros, mi tos -porque lo grabamos en invierno y siempre estábamos tomando tecito con Diego-, una silla cuando me siento a grabar. Se colaban esos ruidos y a nosotros nos gustaba que se notara que no había sido grabado en un estudio súper pro que pudiera aislar todo eso, sino que en una casa, en invierno, en ese contexto. Y siento que genera esa sensación de estar en tu casa en un día de lluvia, de estar abrigado. Es un disco que te invita a bajar unos cambios, a relajarte, a la introspección, que es muy de esa época del año. Se dio así. Si yo hubiese querido lograr ese efecto desde un principio no sé si habría pasado. Se produjo por el contexto, por las decisiones. Estoy muy contenta del resultado, y de la experiencia de haberlo grabado de esa manera.
¿Qué piensas de las opiniones que se han publicado sobre tu disco?
Lo que algunas personas han escrito o me han dicho sobre el disco me emociona mucho. En general, se han hecho lecturas muy profundas respecto de esas decisiones, pero como te decía esas lecturas son posteriores a lo que yo pensé en el momento, yo sentí más y racionalicé menos. No es tan teórico ni estético, sino que a mí me producía emociones y sensaciones, sentía que esos pedacitos que fui uniendo cobraban sentido juntos. Encuentro que es muy loco que hayan cosas sencillas que terminen siendo parte de una identidad emocional de tantas personas, como este modelo de plato. Es loco que la gente le tenga cariño al diseño de un plato o a la marca, porque en general las personas le dan importancia a las cosas que tienen valor económico, como la loza que se hereda, la más pituca, por ejemplo, la inglesa, que tiene un valor estético y además es cara. Pero en este caso, son platos baratos que estaban en las casas de la gente más humilde y que podía tener cualquier persona. Lo interesante es que además son lindos. Generalmente, las cosas de factura barata no son tan lindas. Yo creo que eso hace que uno le tenga cariño a los platos de Lozapenco: la posibilidad de tener algo lindo en una casa donde las cosas pueden ser súper sencillas, baratas, necesarias. Todo esto es algo que pensé después.

Plato modelo Willow, Lozapenco. Fotografía de Gonzalo G. Galleguillos.
Tienes toda la razón. Esos platos embellecen la casa e incluso hacen volar la imaginación con sus escenas idílicas, la casita, el castillo, los árboles. Es como un telón de fondo, me imagino niños y niñas jugando sobre ese plato con su comida, yo lo hacía cuando chica.
Este plato chileno está basado en un diseño inglés, que a su vez estaba basado en loza china, y eso es re interesante. Todo es una versión de otra cosa. Eso pasa mucho en el diseño, las cosas se van adaptando. Es un plato que genera identidad, sentido de pertenencia a una clase social, a una época.
Claro, porque todo Chile lo conoce, ya sea porque lo usó donde su abuelita, o lo vio mientras cachureaba en una feria. Y ahora pasa que estos platos se encarecieron porque trascendieron su valor de uso y se convirtieron en memorabilia, se pusieron de moda. ¿Tú tienes ese plato?
Sí, el que le quedaba a mi abuela, el plato de pan, pero se me quebró. Yo le decía a Diego que quería hacer algo para el disco con ese plato y lo usamos, roto y todo. Él buscó el diseño de Lozapenco y empezó a jugar con él, haciendo una especie de collage, como si fuera un plato quebrado. A mí me parecía muy bonito. Y como me gustan las cosas sencillas, para mí era suficiente con eso. Y el título, Loza, está escrito en una tipografía como de cuento. Todo eso lo hizo el Diego. A mí me encanta, cuando lo vi listo no lo podía creer.

Fotografía de Marcela González Guillén.
Esta pregunta la hacemos siempre, porque nos encanta saber la respuesta. ¿Cómo es tu relación con la loza, con los objetos? ¿Coleccionas algo?
Me gustan mucho los objetos bonitos y tenerlos en la casa. No soy muy de coleccionar y no tengo tantas cosas, pero sí tengo muchos animalitos de plástico y de madera. Tengo poquitas cosas que son significativas para mí. Me gustan las cosas chiquititas, los detallitos más que las grandes cosas. Le tengo cariño a algunas que ando trayendo hace años. Ahora estoy coleccionando flores secas. No compro mucho, pero cuando veo algo muy lindo pienso dónde podría ponerlo en mi casa y, si tiene sentido, me lo llevo. Me gusta buscar cosas en los anticuarios y las ferias, buscar loza vieja. Me pasa lo mismo con la ropa, compro ropa usada y me gusta encontrar cosas especiales.
Me contaron que viviste un tiempo en Buenos Aires. ¿Qué cosas te llevaste cuando te fuiste a vivir allá?
Cuando me fui la primera vez, cuando iba por un año, me llevé miles de cosas, fue un exceso. Sentí que iba a necesitar de todo, pero terminó siendo un cacho, porque me cambié muchas veces de casa y andaba siempre con una maleta súper pesada y llena de cosas guardadas que no tenían sentido. Pero viajando me di cuenta de que necesitaba pocas cosas, muy puntuales. Lo que siempre llevo conmigo es una foto de mi familia, que es la que tenemos todos juntos. Mis hermanas me la regalaron antes de viajar, en un marquito, y me acompañó en todas las casas que tuve. Las otras cosas fueron y vinieron, y me compré hartas allá, que después me traje para acá, luego de 7 años viviendo en Buenos Aires. Volví el 2013. De a poco me fui desprendiendo de loza que tenía en mi casa, cosas de cocina… No iba a andar trayendo platos, cucharas. Fui empezando todo de nuevo, varias veces. Y es así cómo va dejando de tener tanto sentido tener cosas y trasladarlas. Cada vez aprendo mejor a seleccionar lo que necesito para vivir. Pero ese cuadrito es súper especial para mí y lo tengo en el velador de mi pieza.
Volviendo al disco, actualmente hay una movida grande de músicos chilenos y chilenas autodidactas e independientes. ¿Cómo se enmarca tu disco en ese movimiento?
Si hay algo bueno de este mundo que tiene tantas cosas malas es que existe la posibilidad de que uno aprenda, que si tienes ganas de hacer algo puedas hacerlo, independientemente de que te dediques o no de manera exclusiva a eso, ese es otro tema. Todos pueden hacer canciones, todos pueden grabar en su casa con un computador. Pueden bajar un programa y aprender por internet a tocar un instrumento. Pueden tocar instrumentos a través de aplicaciones. Está todo mucho más al alcance. Eso no quiere decir que no haya diferencias en relación a ese acceso, porque siguen existiendo, pero al menos hay cosas que están ahí y que se pueden usar. A mí me parece bacán poder mostrar eso con mi disco, que no es necesario endeudarse para grabar en un estudio, que no es necesario juntar tanta plata. Puedes hacerlo de otras formas si te dedicas a trabajar en eso. Es un trabajo más artesanal y más manual, con ese espíritu, pero no por eso va a ser menos significativo en el sentido creativo. No necesariamente tienes que cumplir con un patrón para hacer música, hay ciertas libertades que puedes tomarte en este mundo, ahora. Sobre todo encuentro que es bacán intentar hacer las cosas que uno quiere hacer y motivarse. Estamos educados en la lógica de que primero hay que aprender y ser bueno en algo para después hacerlo, y que eso se valida en relación a instituciones u otras personas que saben. Sí, es un camino, pero no es el único. Si realmente quieres hacer música pero no puedes estudiarla, puedes tocar un instrumento y cantar como te salga, y buscar una forma que te sea cómoda. La sociedad te vende el conocimiento y uno está acostumbrado a que tiene que pagar por algo para recibirlo bien, y encontrar en esa validación el impulso para hacer algo, el apoyo, la seguridad. Esas cosas, yo pienso, se van encontrando en la medida en que dejas de ponerte barreras. Hay que hacerlo mal un par de veces hasta que lo hagas mejor, y ese proceso es súper bonito. Uno no debería tener vergüenza de las cosas que se hacen con sinceridad. Yo empecé a tocar hace súper poco, hace como dos años, y antes de eso no le mostraba mis canciones a nadie y mi pololo fue el primero que, después de hincharme mucho, me empezó a escuchar. Ahí me fui soltando. Después conocí a Diego. Ellos me fueron ayudando a superar la vergüenza y la inseguridad. Luego te das cuenta de que no pasa nada malo, que la gente que te va a ver tocar quiere cosas buenas para ti. No estás haciendo nada malo, estás cantando canciones. Así también vas soltando emociones y abriendo espacios en ti, sacándolos afuera y entrando cosas buenas. Vas compartiendo mientras haces canciones, conociendo a otras personas que también las hacen, de las que aprendes un montón, de las que te haces amigos. Son puras cosas bonitas. Además, la música puede ser un refugio, un lugar calientito, un lugar donde estar tranquilo. Esa es la música que a mí más me gusta por lo menos, la música que te abraza.