por Javiera Barrientos
Editora del CECLI
El año pasado, de visita en Amsterdam, Paloma me comentó medio en broma medio en serio: ’Acá hay museos de lo que quieras. Hasta existe un museo de los microbios’. Contraria a su expectativa, mi emoción superó con creces la de visitar el museo del propio Van Gogh. La posibilidad de que existiera un lugar que girara en torno a organismos invisibles me pareció a la vez maravilloso e intrigante ¿Cómo sería un museo dedicado exclusivamente a seres vivos y no vivos imperceptibles al ojo humano? ¿Cómo exponer, clasificar y archivar a miles de millones de criaturas hasta hace poco inclasificables? ¿Cómo poner al alcance del público a especies microscópicas cuya influencia en nuestra manera de entender el mundo es tan reciente como la invención del champán o el cepillo de dientes? A pocos días de publicado el artículo “Generación espontánea: genealogía de bacterias y otros microorganismos en las artes” de Marisol García, mis ganas por explorar el mundo de lo microscópico encontraba su cauce.
Micropia, el museo de los microbios, forma parte del ARTIS Royal Zoo (abreviación de Natura artis magistra o ‘Naturaleza maestra de las artes’), zoológico con más de 170 años de historia que llegó a tener cerca de 1.360 especies en cautiverio en periodos donde la exhibición animal era considerada un signo de desarrollo económico y cultural. Haig Balian, ex-director del zoológico, envisionó la idea de un espacio donde pudiera exhibirse aquella parte oculta de la naturaleza, no tradicionalmente estudiada ni explorada en zoológicos o museos de historia natural. Si estos han sido el escaparate de animales exóticos, inasequibles para el público general de un lugar determinado más que a través del confinamiento, Micropia se erige como un espacio único en su clase: revela a la vista aquellos seres que nos rodean cotidianamente, que viven a nuestro alrededor pero también en nuestro interior. Explora las ramas olvidadas e invisibilizadas del árbol de la vida y hace patente el modo en que la naturaleza no es sino una red de interconexiones de la cual somos solo un pequeño eslabón.
Explotando su belleza y estructuras cuasi artísticas, Micropia exhibe distintas variedades de microorganismos, desde bacterias hasta virus, pasando por tipos de fungi, exóticos algunos, comunes y corrientes ejemplares de cocina, otros. La visita al museo es, por sobre todo, una experiencia que transforma al espectador en un sujeto activo. Lo obliga a acercarse a microscopios, interactuar con pantallas táctiles, levantar tapas de frascos, observar videos, plantas, fotografías, tocar y oler superficies, voltear páginas e interactuar con otros miembros del público y el staff, sumido en una tibia atmósfera a media luz—ideal para la conservación de este tipo de organismos. En su interior, cuenta la historia y el descubrimiento de distintas clases de microbios, a la vez que los pone en contextos cotidianos globales y particulares. ¿Qué bacterias encontramos en materiales como la lana, el metal, la madera, la cera o el plástico? ¿Cuál es la diferencia entre un hongo que se da en un lácteo y otro propio de una fruta? ¿Cómo se valora socialmente la propagación de virus como el VIH? ¿Qué hacer para prevenirlo? ¿Qué vínculo podemos establecer entre la microbiología, la tecnología y la medicina? ¿De qué modo nuestra comprensión del mundo de lo microscópico propicia el desarrollo de una conciencia bioética y medioambiental?
Al evidenciar su región más primitiva, Micropia pone al espectador en el centro sin dejar de mostrar la interdependencia que existe en el funcionamiento y la evolución de la naturaleza: los organismos uni o multicelulares que una vez fuimos y de los cuales provenimos tanto seres humanos como plantas y animales son los personajes principales de esta breve pero no por eso menos interesante travesía. Además de estimular el desarrollo de las ciencias, este museo busca registrar y rastrear la estrecha conexión entre naturaleza y cultura a través de un microscopio. En un recorrido que comienza en la absoluta oscuridad y termina a la luz del día, se nos van revelando las diversas maneras en que seres humanos y microbios hemos interactuado a lo largo de la historia, ya sea a modo de descubridores, consumidores—en el caso de productos como el pan o la cerveza— y más sorprendentemente, hábitats.

© Museo Artis Micropia (2017)

© Museo Artis Micropia (2017)
Micropia cuenta, además, con un pequeño laboratorio de preservación y conservación de microorganismos— a la vista del público—con la finalidad de poder exhibir y mantener con vida sus muestras los 7 días de la semana durante todo el año. Asimismo, socializa ciertas investigaciones que relevan la importancia de bacterias y virus en el desarrollo de nuevas tecnologías de cuidado medioambiental. Un buen ejemplo de lo anterior es el descubrimiento de un equipo de científicos japoneses del Kyoto Institute of Technology y la Universidad de Keio el año 2016 de un tipo de bacteria que se alimenta de plástico PET, uno de los más frecuentes en el packaging de alimentos y la confección de indumentaria hasta hace poco no considerado como materia biodegradable. Esta bacteria, nombrada Ideonella sakainesis, secreta dos enzimas capaces de transformar el plástico en energía para su subsistencia. En el curso de seis semanas a una temperatura constante de 86 grados Fahrenheit un grupo de Ideonella sakainesis es capaz de desintegrar un fino film de este material, descubrimiento revolucionario para el tratamiento de desechos y basuras inorgánicas.

© Museo Artis Micropia (2017)
A diferencia de muchas iniciativas de divulgación cultural vigentes hoy en día, la ciencia lleva la delantera y Micropia es un claro ejemplo de ello. A la vez interactivo e informativo, sin por eso caer en la caricaturización, acerca al público general y especializado a un aspecto del mundo natural poco explorado por ser, precisamente, imposible de exhibir a simple vista. El desarrollo de tecnologías museográficas al servicio de la conservación de microorganismos y la difusión de su importancia en el mundo contemporáneo, transforman a este museo en una experiencia sensible y sensorial, en la que el gusto, el tacto y el olor se ponen en primer plano, y, también, en un espacio lúdico donde distintas generaciones pueden intercambiar saberes, experiencias y opiniones. Mi parte favorita fue un pequeño memento en forma de cápsula de petri donde ibas timbrando distintos microbios en la medida en que avanzabas por el museo. Como buen naturalista del siglo XIX, el placer se halla en completar una colección de microbios cuyo número, como en la naturaleza, aun no conocemos por completo.
Lugar: Plantage Kerklaan 38-40, 1018 CZ Amsterdam, Netherlands
Horario: 9 am – 6 pm
Entrada: 14 Euros
Teléfono: +31 900 2784796
Más información en http://www.micropia.nl/en