por Jorge Sánchez S.
Doctorando en Filosofía, mención Estética y Teoría del Arte.
Universidad de Chile
El cómic, su estudio y experiencia, está lleno de preguntas, partiendo por su nombre: ¿cómic, manga, historieta, tebeo, fumetti, bande dessinée o tira cómica? Tal vez una de las pocas ideas claras al respecto es que el cómic incomoda, le gusta incomodar. Recuerdo la sensación de extranjero que sentí cuando fui por primera vez al Crazy All Comic, la mirada de la persona que atendía, la confusión entre tanta imagen. Sobre todo, sentí incomodidad, no sabía qué hacer, qué y cómo mirar. Otro recuerdo es cuando por llegar constantemente atrasado al colegio nos “castigaban” dejándonos media hora más en una sala de castigo de lectura. La primera vez que fui sentenciado a leer, llevé un comic de “Flash”. La profesora, al ver lo que estaba leyendo (debía registrarlo en una especie de ficha de control de castigos de lectura), me dijo que no podía leer “eso”, ya que “solo estaba permitido leer literatura”.
El cómic no se ajusta, no quiere. Uno de estas incomodidades es la relación que se establece con las exposiciones de cómic en los museos, ese tercer espacio que mencionaba Laura Vásquez en la conferencia inaugural de “Dibujos que Hablan”, espacio en que el cómic se despega de la base del texto, de su soporte material hacia un lugar otro que no se sabe cómo tratarlo o recibirlo, implantando modos de exposición propios de las pinturas en los que ciertamente no se adecua.
La implantación de las curatorías, hegemonizada por la idea de que el cómic es un conjunto de pinturas/ilustraciones, se limita a seleccionar un corpus de viñetas o páginas y “colgarlas” en las paredes de una sala. Se suma a esta operatoria el colocar, a disposición del público, cómics para leerlos o “enjaulados” en vitrinas de vidrio para contemplar las portadas. En esta disposición visual se concibe al cómic dentro de la idea de la ilustración, despojándolo de sus aspectos claves, reduciendo o anulando los efectos de representación particulares que posee y de las preguntas que éste se ha realizado desde su inicio, referidas a las formas de experimentación del tiempo y el espacio en nuestra sociedad.
Un museo que soslaya la manera clásica de relacionarse con el cómic es el The Comics Art Museum Brussels. Este lugar con 25 años de funcionamiento se encuentra en Bruselas, Bélgica, en un edificio que data de 1905 diseñado por Víctor Horta, que en 1985 fue remodelado y acondicionado para exhibir únicamente cómics. Tiene muestras permanentes en las que se narra la historia del cómic, sus particularidades estructurales y los representantes más conocidos de Bélgica, entre los cuales se encuentra Tintín y los Pitufos.

Segundo nivel del Museo del Cómic. Fotografía de Victoria Jiménez.
Más que detenerme en un objeto o imagen en particular deseo destacar cómo la disposición del museo traduce y expande aspectos propios del cómic en un espacio ajeno a su soporte, por medio de la disposición de las imágenes y los objetos expuestos, logrando tal expansión a un tercer espacio (que no es ni el de la historia ni el conformado por las viñetas).
Si bien el museo expone imágenes de forma convencional, es decir, ilustraciones, planchas originales o viñetas colgadas en las paredes, se van sumando a esto objetos y espacios creados a partir del mundo del cómic, como si los personajes y espacios salieran de la página, creando una temporalidad ajena tanto a la nuestra como a la del texto impreso. Esto se sugiere en la siguiente fotografía, donde se observa cómo la imagen de la protagonista se aleja de la pared, como un pequeño e inicial gesto de la expansión del cómic.

Planchas, portadas e ilustración del cómic Robbedoes. Fotografía de Jorge Sánchez.
Teóricos como Chutte, McCloud, Peeters y Groensteen resaltan el gesto formal de los cómics de implicar al lector en la articulación de las viñetas, generando transiciones de significado y otorgando ritmo al tiempo producido. Aquello siempre lo he leído como una tensión con el tiempo en tres niveles: el tiempo y espacio que está en una viñeta, la secuencia entre viñetas y el tiempo que se sale de la viñeta y actúa en el mismo cuerpo del lector. En este último nivel pienso no solo en autores como el aclamado y famoso Chris Ware (quien genera provocaciones que llaman al lector(a) que van desde armar las historias hasta a destruir páginas) sino que también en los tradicionales cómics de grapa sobre superhéroes en que los lectores enviaban cartas participando en el mundo ficticio creado o decidían el final de una serie, como en el caso de la muerte de Robin.
Este museo se hace cargo de dichos niveles, por ejemplo, colocando inmensas viñetas que se montan en el espacio, enfrentando y fragmentando a otras imágenes:

Expansión/lectura/rematerialización de una viñeta de Tintín. Fotografía de Jorge Sánchez.
La fotografía muestra la doble rotura anclada a las formas del cómic, referida al espacio cortado y a la mirada del lector/visitante del museo, que debe asumir un “fuera de campo” tapado por la imagen y que él debe completar, el famoso gütter del comic, esa línea entre viñetas que exige la creación de un puente semántico entre imágenes por parte del observador. Acá se puede caminar por dicho interespacio.
Otro aspecto notable del museo es extraer objetos de los cómics y escenificarlos, guiño clave con los lectores asiduos de estos escritos, que tenemos claro que no solo se lee y observa, sino que existen materialidades externas asociadas que amplían el goce de la lectura. Me refiero, por ejemplo, a la adquisición de figurillas, ropa y juegos realizados a partir del cómic. En la exposición se encuentran objetos como autos, espadas, sombreros, báculos sagrados, entre muchos otros, basados en las historias y pertenecientes a determinados personajes.
Pero se llega todavía más lejos al escenificar materialmente una viñeta, como en la expansión de una sala de clases sacada e interpretada del cómic L’elève Ducobu. El juego en que uno entra en este espacio es el de la interrelación y tensión de lo material entre el pizarrón, los libros, las mesas y sillas, los cuadros colgados, los cómics que están en las bancas y los dibujos en las paredes, complejidad de referentes en donde ya no basta con mirar.

Fotografía de Victoria Jiménez.
Esta expansión, que triza la relación del espectador con la obra, insta al visitante del museo a participar en ese tercer nivel que comentaba anteriormente, referido a actuar en la imagen, en desplazar esa separación con la imagen, e integrarse en dicho espacio/tiempo.
Un momento fascinante en la visita es la sección en la que, para poder ver un conjunto de entrevistas a autores jóvenes, se debe montar en una bicicleta y pedalear para que el video se reproduzca. Nuevamente, el cuerpo del visitante debe actuar de forma completa para poder desnudar la lógica secuencial de cualquier narrativa gráfica.
Tanto en la sala de clase como con la bicicleta, la idea de estar “dentro” de la materialización de la ficción de los cómics se linkea con, como ya he esbozado anteriormente, el tipo de lectura particular que se ha construido en el ejercicio de leer cómics, una lectura alejada a la caricatura del “buen lector” asociada al silencio y la letra. En la lectura de los cómics hay juego, tactilidad y mundos ficticios abiertos a la participación activa del lector. ¿Qué hacer en la sala de clases del museo? ¿Qué hacer con la bicicleta? Al parecer el espectador ideal o que capta el guiño comiquero no solo observa, sino que participa en el juego.

Fotografía de Victoria Jiménez.
Para terminar, quiero destacar un último aspecto, que es el empleo de los espejos y la estructura que sostiene a las imágenes, que logran producir el efecto de estar, nuevamente, dentro de una viñeta. Recurso que, unido a los anteriores, incorpora al visitante en la ficción. La diferencia con estos últimos es que estos no son evidentes, es una especie de treta del cómic en la que, sin querer queriendo, capta los cuerpos aun cuando no deseen participar del juego, empleando el espejo como una viñeta a llenar, con un significado siempre penúltimo, en ese arte invisible como califica McCloud al cómic, ese arte móvil, participativo, y siempre incómodo.

Fotografía de Victoria Jiménez.
El Comics Art Museum Brussels, como he intentado explicar, expande rasgos claves del cómic, sus tiempos, sus quiebres, sus usos y formas de lectura, todo esto a partir básicamente de la materialización de dibujos, escenificación de viñetas y captación del cuerpo del visitante, como si estuviera moviéndose dentro de uno. Incómodo para algunos, fascinante para los que nos gusta encontrarnos dentro de una viñeta.
Comics Art Museum Brussels. The Belgian Comic Strip Center
Ubicación: Rue des Sables 20
Horario: Todos los días, desde las 10:00 a 18:00 horas.
Valor: 10 euros
Página web: www.comicscenter.net/en/home