por Paloma Opazo
Empecé a bailar hace casi 18 años (me duele un poco escribirlo) por una razón bastante simple: mi ansiedad infantil me hacía comerme todo lo que encontraba a mi paso. Cuando mi mamá me preguntó si había algún deporte o actividad física que me gustara hacer, lo único que se me ocurrió decir fue “quiero bailar”. No sabía si me movía con gracia, sólo sabía que me sentía bien al hacerlo (y de inmediato pienso en la niña de Little Miss Sunshine). En particular, contaba con dos recuerdos relacionados con la danza que me hacían pensar que mi intento por ser bailarina no iba a ser tan desastroso. Primero, mis bailes en el living del departamento de mi mamá sacudiendo mi pelo mientras de fondo sonaba Gloria Trevi, “y voy, y voy, voy a traer el pelo suelto”. En ese momento sentía cómo mis largos cabellos se mecían de arriba hacia abajo al ritmo impuesto por Gloria aunque tuviera un corte a lo príncipe valiente. Segundo, una canción de Rubén Blades que ponía una y otra vez a mis 6 años en el departamento de mi papá (padres divorciados, la moda de los noventas) llamada “Caminando”. Debo añadir que mi relación con la salsa se mantiene más o menos similar a esos años: mi cuerpo se mueve de forma automática, aunque no entienda muy bien qué está haciendo.
Como sea, entré a clases de danza sin entender de pies estirados ni de piruetas. Lamento decepcionar y decir de inmediato que jamás logré mi cometido de convertirme en una diosa de la danza, pero al menos esas clases fueron el inicio de algo que persiste hasta el día de hoy: una fascinación por el movimiento como forma de expresión artística. Cualquier persona que haya bailado ballet en su vida puede corroborar lo siguiente: el ballet es difícil. La técnica con los años se va internalizando en el cuerpo con la intención de lograr líneas en todas las extremidades. Pero el ballet no perdona. Unas cuantas clases perdidas y de inmediato debes volver a empezar.

Foto extraída de The Guardian
Más que mi vida como bailarina frustrada, les quiero contar sobre mi vida como espectadora de ballet. Para muchos el ballet causa rechazo por el excesivo control impuesto a los cuerpos. Ante esto han nacido otras corrientes dentro de la danza contemporánea que buscan formas de movimiento orgánicas, sin la rigidez de la técnica académica. Debo admitir, sin embargo, que después de años viendo bailar ballet hay un par de obras que me siguen emocionando cuando las veo: Giselle y El Lago de Los Cisnes. Hoy quiero escribir sobre esta última no solo porque crecí mirando la foto de Ana Pavlova con su traje de cisne, sino porque aún queda mucho por decir de una pieza que ya ha pasado a formar parte de la cultura popular.
El argumento de El Lago de Los Cisnes (de ahora en adelante, Lago) cuenta con cuatro actos y es conocido: una noche el Príncipe Sigfrido ve ante sus ojos un hermoso cisne que de pronto se convierte en la Princesa Odette. Ella, junto a sus doncellas, son prisioneras del hechicero Rothbar y están condenadas a vivir como cisnes. En este momento se da un hermoso pas de deux, también conocido como “Love Duet” que exhibe el virtuosismo de la bailarina que interpreta Odette, al ser una pieza técnica pero altamente emotiva. El siguiente video muestra a Svetlana Zakharova y Andrei Uranov en el Bolshoi. Debo añadir que la música en este apartado siempre logra que me entre una basurita en el ojo:
Como tantas otras historias del período romántico, la dualidad entre la realidad y la posibilidad de trasladarse a otros mundos fantásticos siempre está presente (como en La Bayadera cuando uno de los personajes principales, Solor, consume grandes cantidades de opio para descender al inframundo a ver a la muerta, Nikiya). Dado que lo único que puede salvar a Odette es un voto de amor verdadero y de fidelidad (nada de amores postmodernos por acá), Rothbar hace de las suyas y lleva a su hija Odile a la gran gala en la que el príncipe debe elegir a una mujer para desposar. Aquí ocurre otro famoso pas de deux, pero esta vez entre el príncipe y Odile, quien está vestida con el ya reconocido traje negro. Odile y Odette tienen aspecto similar, pero la fragilidad de los movimientos de Odette se contrapone con la agilidad y seducción de Odile, como pueden ver en este video del Royal Ballet:
Ante tamaña performance, Sigfrido cae rendido a los pies de Odile y le declara amor eterno, rompiendo su voto de fidelidad con Odette. Cuando se da cuenta de lo que ha hecho, corre en búsqueda de Odette y pide su perdón. Ahora bien, históricamente el final de Lago ha tenido múltiples variantes: si bien la más clásica es aquella donde Sigfrido y Odette optan por vivir su amor en la otra vida saltando juntos al lago, hay versiones en las que Sigfrido se lanza solo con la intención de romper el maleficio de Rothbar. Otro final destacado es aquel utilizado en la Unión Soviética, donde se cambia el desenlace trágico por uno donde Odette y Sigfrido viven felices para siempre. Al contrario, la desesperanza se intensifica en una versión del 2006 del New York City Ballet donde Odette se ve obligada a permanecer viva como cisne mientras el príncipe llora solitario a medida que baja el telón.
Dentro de algunos elementos interesantes de Lago se encuentra la hermosa música, compuesta entre 1875 y 1876 por Pyotr Ilyich Tchaikovsky, compositor de La Bella Durmiente y Cascanueces. Su estreno en 1877 fue en el afamado teatro de Moscú, el Bolshoi, de la mano de la coreografía de Julius Reisinger. Se suele decir que su argumento fue tomado tanto del folclore ruso como de un cuento llamado «The White Duck» y la historia del autor aleman Johann Karl Musaus, “Der Geraubte Schleier” (El velo robado). Es también popular la versión que vincula el trágico destino del Príncipe Sigfrido con el del rey Ludwig II de Baviera, denominado Rey Cisne, quien murió ahogado en el lago Starnberg.
Sorpresivamente, tras su estreno, la recepción del público fue bastante negativa. Previo a Tchaikovsky las composiciones para el ballet eran de menor complejidad y buscaban principalmente exhibir las cualidades de los bailarines. De acuerdo a Angelica Frey, el compositor ruso llevó la música del ballet más allá otorgándole una construcción sinfónica poseedora, en palabras de Ismene Brown, de una «emoción wagneriana» poco usual para la época. Lamentablemente, tanto la audiencia como los bailarines de la versión original la consideraron demasiado compleja. Sumado a ello, parece ser que Reisinger no era un coreógrafo muy respetado. Suele ser descrito como mediocre además de poco original y falto-de-inspiración, como señala Aaron Green. Todo lo anterior hizo de los inicios de Lago un grandísimo fracaso.

Anna Sobeshchanskaya como Odette en la producción original de Lago (Moscú, 1877)
La fama de Lago llegaría gracias al maestro Marius Petipa (la mente maestra detrás de clásicos ballets como Don Quijote, La Bella Durmiente y tantos otros) y Lev Ivanov, quienes en 1895 revivieron la obra, modificando su coreografía y también su música. Tchaikovsky murió en 1893 sin revisar la composición de acuerdo a la nueva coreografía de Petipa e Ivanov, por lo que el italiano Riccardo Drigo quedó a cargo de las modificaciones, que incluyeron alteraciones en el libreto como la inclusión del hechicero y el intercambio de la madrastra de la princesa por Odile como antagonista. Esta es la versión que escuchamos hoy en día.

La adaptación de Lago a partir de Petipa e Ivanov, 1901.
Si bien en un comienzo el papel de Odile/Odette era interpretado por dos bailarinas, se hizo común que una bailarina hiciera ambos roles. Es posible nombrar muchas bailarinas que se hicieron famosas en su rol de cisne, como Maya Plisetskaya, Ulyana Lopatkina, Margot Fonteyn y las contemporáneas Svetlana Zakharova y Polina Semionova. Pierina Legnani es considerada una de las grandes bailarinas del siglo XX y uno de sus roles más famosos fue el del cisne. Fue ella quien instauró los 32 fouettés–paso de ballet extremadamente complejo donde se gira únicamente con una pierna de soporte, mientras la otra da vueltas; suele describirse como si fuera un verdadero látigo–ya clásicos del Lago.
No obstante, debo detenerme en la legendaria Anna Pavlova, quien incluso en su lecho de muerte pidió recostarse junto a su traje de Cisne. La bailarina murió a los 49 años en la Haya, Holanda, pero su corta edad no le impidió ser reconocida a nivel mundial, especialmente por un solo que hasta el día de hoy es alabado por la crítica: La muerte del Cisne. Este solo de cuatro minutos muestra los últimos instantes de un cisne antes de morir y fue especialmente diseñado para Pavlova. Anna, bailarina del Teatro Mariinsky, le solicitó a Michel Fokine la creación de la obra en 1905, para lo cual el coreógrafo utilizó la música de Camille Saint-Saëns. La composición se llama Le Cygne y proviene de Le Carnaval des animaux.
Lago y La Muerte del Cisne son obras distintas y eso se evidencia en los movimientos de las bailarinas, mucho más contenidos producto de la emoción que busca ser transmitida. Para ello, gran parte del solo ocurre en puntas con pequeños pasos (en ballet esto se conoce como pas de bourrée suivi), mientras que el foco se sitúa en el tronco y los brazos. A pesar de esto, ambas piezas guardan muchas similitudes, como el vestuario con el correspondiente tutú romántico y, sobre todo, los movimientos de brazos de las bailarinas aparentando los aleteos de un cisne.
Aunque la coreografía de Fokine ha sido adaptada por otros creadores, Pavlova sigue siendo un referente en cuanto a la intensidad emocional del cisne y su lucha contra la muerte. Para poder entender los cambios en la técnica y la coreografía de La Muerte del Cisne, les dejo un extracto de Pavlova en 1925:
Y otro más reciente de la maravillosa Uliana Lopatkina:
Podemos apreciar la influencia de Lago en nuestra cultura contemporánea a partir de su constante reaparición en filmes (desde El Cisne Negro con Natalie Portman a películas animadas para niños y niñas como La princesa Encantada), musicales (como Odette – The Dark Side of Swan Lake), videojuegos, libros, entre tantos otros posibles formatos y medios. Una de las obras contemporáneas más destacadas es El Lago de los Cisnes creado por Matthew Bourne en 1995. A pesar de que esta historia tiene tintes más satíricos, su inspiración es bastante evidente: un príncipe que luego se suicida lanzándose a un lago se enamora de un cisne. Sin embargo, en lugar de mujeres para el rol de los cisnes el coreógrafo optó por elegir a bailarines hombres. El papel de Odile/Odette es realizado, también, por un cisne masculino. No está demás decir que los conservadores del ballet se sintieron escandalizados ante la representación y muchos optaron por irse en su estreno, tal como ha ocurrido con otras tantas obras maestras (como L’Après-midi d’un Faune del genio Nijinsky).
Creo que uno de los principales motivos por el que vuelvo a ver una y otra vez Lago se relaciona con la atmósfera creada por la música de Tchaikovsky. La coreografía de Petipa e Ivanov conforma una verdadera armonía entre música y danza en la que uno como espectador siente y se proyecta por medio de la historia. En mi caso, es inevitable sentir empatía ante el miedo y fragilidad de Odette al conocer a Sigfrido. Tal vez podría actuar como los críticos de ballet y mirar la obra en forma técnica perdiéndome en minucias como cuán alto saltan los bailarines o cuán estiradas están sus piernas, pero no veo la necesidad de hacer algo así. En una clase de hace unos años, la profesora nos enseñó el ejercicio de ballet en el centro y, al poner la música, gritó: “eso, chicas, sean cisnes”. Y por unos segundos sentí que lo fui.
Bibliografía
Beaumont, Rachel. “The Swan Lake mystery: An amalgam of different fairytales”.
Bolshoi Theatre. “Swan Lake”.
Brown, Ismene. “Will the real Swan Lake please stand up”.
Frey, Angelica. “Four Curious Facts About Tchaikovsky’s Swan Lake”.
Classic FM, “Tchaikovsky’s Swan Lake: A beginner’s guide”.
Green, Aaron. “History of Tchaikovsky’s Swan Lake. The History of Tchaikovsky’s Great Ballet”.
Macaulay, Alastair. “‘Swan Lake,’ and Its 32 Fouettés”.