por Loreto Casanueva
Editora de CECLI
La ciudad de Viena, junto con todos sus atractivos imperiales, tentaciones culinarias y souvenirs en formato de tazón, chocolate y paraguas con los retratos de sus más emblemáticos habitantes -Klimt, Schiele, Mozart y Sissi-, ofrece un panorama museográfico muy amplio, pero también extraño. A sus célebres museos de arte, como el gabinete de curiosidades del Museo de Historia del Arte-, el Albertina Museum y Leopold Museum, se suman el Museo de Pompas Fúnebres y el Museo de Arte Falsificado, que alberga las más controvertidas pinturas falsificadas de Matisse, Rembrandt, Chagall y, por supuesto, de los famosos vieneses de fines del siglo XIX. Dentro de esta variedad de museos raros, hay uno que destaca por su contingencia temática y porque, sin duda, no solo pretende ser un espacio de contemplación -e, incluso, de satisfacción del morbo-, sino una plataforma de educación y acción: el Museum für Verhütung und Schwangerschaftsabbruch, o Museo de la Anticoncepción y el Aborto.

«Mujer, eres libre». Portada de un folleto de Alex van Paas, sobre contracepción femenina, 1931.
Este museo exhibe la más grande colección, a nivel mundial, de objetos para emprender la anticoncepción y el aborto: esponjas, pastillas, condones, tests de embarazo, calendarios menstruales, bidets, ramas y lavadoras manuales. Algunos de esos artilugios son dignos de la película Dead Ringers (1988) de David Crononberg, protagonizada por un Jeremy Irons que encarna a dos gemelos ginecólogos que ejercen sus labores con un macabro instrumental que parece de orfebrería, mientras visten de rojo. Pero ya hablaremos del color del museo. El MUVS fue inaugurado el año 2007 por el investigador y ginecólogo austríaco Christian Fiala, con el fin de invitar a la sociedad a hablar de anticoncepción y aborto sin prejuicios. Christian ya contaba con una clínica abortista desde 2003. La misión de abrir un museo de estas características no fue fácil porque muchos sectores conservadores de Austria se opusieron al proyecto, protestando afuera de su clínica y su museo. Su emplazamiento, quizás, les ha dado un respiro en los últimos años: el MUVS se encuentra en un barrio poco concurrido desde el punto de vista turístico, pero de fácil acceso a través del transporte público. De hecho, está al interior de un antiguo edificio, en uno de sus pisos superiores y hay que tocar un timbre para poder entrar. Al parecer, es un museo algo desconocido: cuando fuimos con mi esposo, solo éramos 4 visitantes. Su ubicación y la soledad de sus salas invisten al museo de un halo de secreto y misterio. Es la metáfora de los temas tan tabúes que toca.

Instrumental de aborto. Fotografía de Loreto Casanueva.

La esponja, usada especialmente en las primeras décadas del siglo XX como diafragma vaginal. Fotografía de Loreto Casanueva.

El bidet, pieza de mobiliario de baño que, según el museo, fue diseñada para lavados vaginales contraceptivos. Fotografía de Loreto Casanueva.
El espacio museográfico es pequeño y relata, a través de dos salas, la historia cultural de las prácticas de control de natalidad, a través de la exhibición de una prolija selección de objetos y de material audiovisual de excelente calidad. Su objetivo es promover la instrucción y discusión en torno al aborto, contracepción, fertilidad y sexualidad, y el conocimiento y crítica a las posturas que ciertas instituciones políticas y religiosas esgrimen respecto de estos temas. Aunque los textos solo están en alemán, al pagar tu entrada recibes una audioguía en inglés muy fácil de seguir y tanto el material interactivo como las imágenes son más que elocuentes. Mi momento favorito de la visita fue esta rueda con empaques de condones creados entre los años 60 y nuestra década. También se puede interactuar con otros objetos en las salas, por ejemplo, tocar un espéculo -ese temido instrumento para realizar el examen del PAP- o abrir y cerrar archivos judiciales que contienen casos icónicos de aborto a nivel mundial.
En el museo hay secciones dedicadas a instrumentos anticonceptivos y abortivos de todos los tiempos, tanto útiles como inútiles. Entre estos últimos, figuran afiches publicitarios de Coca-cola, bebida que muchas mujeres usaron hasta 1950 para lavados vaginales después de tener sexo. El MUVS afirma que «todo lo que hay bajo el sol se ha usado para inducir el aborto»: ácidos, artículos de costura, drogas, objetos infectados, parafina, jabones. Una barra de jabón podía funcionar como una efectiva herramienta de aborto si se introducía en el útero, pero no solo podía terminar con la vida del feto sino también con la de su madre.

Jabón en barra para practicar aborto. Fotografía del MUVS.
La paleta rosada y el diseño de las vitrinas del museo me hicieron sentir como si estuviera en una clínica de los años 60. Esa atmósfera no es casual si pensamos que la píldora anticonceptiva, objeto destacado del museo, nace justamente en esa época. Pero también la decisión cromática parece funcionar como una apuesta irónica, al menos desde dos perspectivas. Por una parte, el rosado, por muchas décadas, se ha considerado el color femenino por antonomasia y la publicidad de artículos de higiene íntima y productos anticonceptivos insiste en esa gama para predisponer a su futura clientela. Por otra, la presencia de este color tan girly e inocente suele adelgazar el espesor cultural, social, económico, político y afectivo vinculado a la fertilidad, menstruación y contracepción, invisibilizando las peligrosas prácticas que se ocultan tras el uso de los artículos que la industria, de tenor capitalista, ofrece a las mujeres para su cuidado. ¿Por qué las pastillas hormonales, diminutas, a veces necesarias, pero nefastas, generalmente son empacadas en cajas moradas, blancas y rosas? ¿Por qué los anuncios de toallas higiénicas enfatizan en su envoltura discreta y casi siempre llevan motivos florales? Esa promesa de femineidad y libertad suena, a veces, a falsa empatía y nos hace olvidar los daños colaterales que acarrea el empleo de estos productos. Al menos a mí, el discurso crítico del MUVS- tanto la necesidad del autocuidado y la instrucción temprana en torno a todas las aristas de la sexualidad, como su defensa de la despenalización y legalización del aborto (que, en ningún caso, es panfletaria)-, se tensiona con el cromatismo de sus paredes y su mobiliario, aparentemente sutil.
La página web del museo merece un comentario aparte, ya que entrega muchísimo material educativo, tanto en inglés como en alemán: folletos explicativos, entrevistas, videos e incluso un tour virtual. Desde esa sección, puedes bajar, escuchar y/o leer las audioguías en alemán e inglés. En su sección «Proyectos e iniciativas», se destacan una serie de noticias afines a la temática del museo, como estas creaciones de la artista y escritora estadounidense Katrina Majkut, que consisten en bordados de cajas de pastillas, condones y otros métodos anticonceptivos, que cuestionan la relación entre labores femeninas, poder y fertilidad. Así, el sitio web del Museo de la Anticoncepción y el Aborto se transforma en otro museo, que amplifica su sede física en Viena.

Katrina Majkut, Condón femenino. Hilo, látex y tela aida, 2014.
El MUVS es de ese tipo de espacios poco comunes en el mundo pero absolutamente fundamentales para los tiempos que corren. Es de esos museos que te enseñan, te inspiran, te empoderan. ¿Somos realmente libres? ¿Qué decisiones podemos tomar sobre nuestros propios cuerpos hoy?
Museum für Verhütung und Schwangerschaftsabbruch
Ubicación: Mariahilfer Guertel 37, 1150, Viena, Austria (no confundir con Mariahilfer Straße: a nosotros nos pasó y nos dimos una vuelta innecesaria).
Horario: miércoles a domingo, de 14 a 18 hrs.
Precio: para menores de 22 años: €4. Para mayores de 22 años: €8.
Página web: http://en.muvs.org/