Nota

Huevos y copas: apuntes sobre Fabergé y el mundial de Rusia 2018

por Loreto Casanueva
Editora de CECLI

Para mi hermano Sebastián

La selección chilena masculina no clasificó al Mundial de Rusia y tuvimos que conformarnos con mirar las victorias y derrotas de otros equipos, abanderizándonos a ratos con unos, a ratos con otros, por costumbre, afinidad o rencor. Yo, aunque entiendo poco de fútbol, me declaro simpatizante del club Universidad de Chile solo porque mi papá, mi hermano Sebastián y muchos amigos son “chunchos”. Así como a lo largo de los torneos nacionales soy testigo de su temporal conversión en cruzados -pero nunca en colocolinos-, durante este mundial los vi transformarse en hinchas de todas las nacionalidades posibles en cosa de horas, excepto la argentina. Hubo quienes decidieron coleccionar el álbum de turno para pasar las penas, como mi hermano. Láminas repetidas y centenares de retratos de futbolistas fueron su único botín y, por extensión, el único que la hinchada chilena consiguió en este mundial que ya se acaba.

Si hablamos de botines, el mío consiste en algo más que figuritas con los rostros y las piruetas de los jugadores. A mí me cautivaron los colores de este mundial, las formas de este mundial. Me cautivó la rectilínea tipografía con que se escribieron los nombres en las camisetas, trazada a la luz del alfabeto cirílico. Me cautivaron las gráficas con reminiscencias de las cúpulas bulbosas de la arquitectura rusa. En cada transmisión televisiva aceché el cautivante opening oficial, un espectacular sobrevuelo por un paisaje lleno de monumentos e hitos topográficos, como catedrales, puentes, torres, satélites, estatuas y, por supuesto, una cancha de fútbol, y montañas-cristales en las que se proyectaban imágenes de las estrellas de otras versiones mundialistas.

Los espectadores de este video planeamos cual Sputnik I sobre ese espacio de fantasía, pero en el minuto 0:32 entendemos que lo que hemos estado sobrevolando es la superficie de un esplendoroso objeto de color verde oscuro y ribetes dorados, y que los detalles que hemos admirado son sus ornamentos. Ese artefacto es un huevo con forma de pelota de fútbol, inspirado en la firma Fabergé, cuyo interior atesora el gran trofeo, la copa del mundo. Una joya dentro de una joya.

Los huevos de Fabergé son 69 piezas de orfebrería creadas por el artista ruso y joyero de la Corte Imperial Carl Fabergé (1846-1920), de ascendencia francesa.  Para la Pascua de Resurrección de 1885, el zar Alejandro III le pidió a Fabergé que diseñara una joya con forma de huevo para su esposa, la emperatriz María. Este huevo contenía otro huevo dentro, que también se abría, escondiendo una gallina de oro en miniatura que portaba una corona rusa. Este regalo maravilló a la zarina y para cada Pascua -festividad más importante para la religión ortodoxa-, durante casi una década, el emperador le obsequió un huevo de Fabergé, convirtiendo esta práctica en una tradición familiar. Fabergé diseñó casi 60 huevos para la realeza y otra docena para nobles y burgueses, y objetos de lujo como cigarreras, broches y collares, hasta que la Revolución Rusa de 1917 obligó a cerrar la fábrica, compuesta por unos 500 artesanos.

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The Hen Egg, 1885, Faberge.com

Estos huevos eran fabricados con materias primas como oro, plata y platino, y piedras preciosas como jade y ágata, contemplando técnicas de incrustación y esmaltado de varios colores. Conforme pasaban los años, Fabergé complejizaba el diseño de los huevos, desarrollando temas particulares o narrando una historia. Algunas piezas conmemoraban eventos importantes para la familia imperial, como coronaciones y viajes, y avances tecnológicos, como la inauguración del tren Transiberiano. Otras replicaban palacios y catedrales significativas para el linaje zarino. El encanto de estos huevos radicaba en el juego entre la cáscara con sus adornos y figuras, y su interior, en el que siempre se ocultaba una sorpresa en miniatura.

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Trans-Siberian Railway Egg, 1906, The State Russian Museum.

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The Moscow Kremlin Egg, 1906, The State Russian Museum

La productora tras las animaciones televisivas de este Mundial, Noah Media Group, no solamente atendió a las monumentales obras arquitectónicas rusas para crear su particular identidad, sino también a las pequeñas piezas artísticas de la cultura material de esa nación, como las ya clásicas matrioshkas y estos famosos huevos, caracterizados por ser temáticos. El efecto que produce ver la copa del mundo al interior del huevo verde en el opening es similar al de abrir una matrioshka. (Pienso también en las cúpulas bulbosas de las catedrales rusas, que imitan la forma de las cebollas. Desmenuzamos capas para encontrar un tesoro oculto). Dicen que los huevos Fabergé y las muñecas rusas fueron creadas en la misma época, a fines del siglo XIX, así que su afinidad es a la vez formal y contextual.

La referencia a la extinta fábrica Fabergé es ideal no solo porque remite a un momento relevante de la historia rusa -el imperio-, sino también porque combina, simultáneamente, el asombro por lo lujoso y lo pequeño.  Todo el paisaje ruso del opening se despliega a través de planos detalle: sobre su cáscara, todo es miniatura. ¿Cuántas veces soñamos con Rusia como el escenario perfecto de un cuento de hadas y gnomos? Pero el guiño a Fabergé enfatiza esa recurrencia en torno a los motivos de la fertilidad y la riqueza, propios del imaginario ruso: huevos de Pascua y muñecas que se abren y juegan con la idea de la vida eterna. O el triunfo de la vida. O el triunfo, en este caso, futbolístico.

Desde antiguo, la copa y la existencia se han trenzado, y los mundiales no han estado exentos de ese encuentro fructífero, mediado por otras metáforas vitales como el amor y la victoria. No olvidemos que Ricky Martin, para el Mundial de Francia ’98 -el que con más ilusión recuerdo por ser el año en que nació Sebastián-, cantaba un himno que decía: «Consigue con honor / La copa del amor / Para sobrevivir y luchar por ella». 20 años después, la copa del mundo espera a sus nuevos dueños al interior de un huevo. 

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Souvenir mundialista de Aliexpress, con los colores rusos.