Nota

El ajuar de Egon Schiele

por Loreto Casanueva
Editora de CECLI

Egon Schiele (12 de junio de 1890- 31 de octubre de 1918), artista austríaco que aún sufre la censura de sus desnudos, acaba de cumplir 100 años en la otra orilla de la vida. Yo celebro su existencia recordando sus objetos, sobre todo aquellos que cruzaron el lienzo y fueron pintados por él. Me fijo en su vestimenta -la suya y la de sus criaturas pictóricas- y en su colección de arte popular del siglo XIX. Intento buscar dónde está su caballo, un juguete al que quiso tanto que tuvo retratarlo en varias de sus obras y afiches, y que hoy descansa en el interior de la vitrina de un museo vienés, sin que nadie lo invite a jugar.

1. Ropa:

La suya

Me encanta enterarme con lujo de detalles sobre las preferencias indumentarias de mis escritores y pintores favoritos. Leo biografías. Busco fotos e ilustraciones en libros y en Google, y las guardo en carpetas especiales. Tengo unas de Gabriela Mistral y Honoré de Balzac. Hice una de Egon. Miro las fotos y me llama la atención la sobriedad de su vestir: sus trajes de dos piezas van siempre acompañados de una camisa blanca y una corbata. Mi favorita es aquella en la que posa frente al espejo de su estudio del 101 Hietzinger Hauptstrasse, en Viena. Me da la sensación de que el pantalón le queda grande y se lo afirma con un cinturón, pero también con sus manos, que lleva dentro de los bolsillos. Una vez leí que, durante su adolescencia, usaba la ropa que le heredaba uno de sus tíos y se fabricaba cuellos de camisa de papel. Me gusta pensar que su estilo vestimentario es una huella de ese pasado familiar convulsionado.

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Egon Schiele ante el espejo de su estudio, 1915. Fotografía de Johannes Fischer.

La de sus personajes

El sello de agua de la pintura de Schiele es la representación de figuras cimbreantes, enjutas, desnudas. ¿Por qué fijarse en los cuerpos vestidos? La vestimenta es, sin duda, un contrapunto. En muchas ocasiones, los trajes con los que Schiele cubre a sus personajes espejean las búsquedas textiles, los motivos y los colores recurrentes de la Secesión vienesa. Las líneas y los zigzags me hacen pensar también en el simbolismo de las rayas como marcas de la locura, la desadaptación, la marginalidad y la rareza, que historiza Michel Pastoureau en The Devil’s Cloth: A History of Stripes. La túnica de Friederike Maria Beer -a quien Gustav Klimt también pintaría más tarde- luce un vibrante patrón geométrico, tan ondulante como ella misma. A través de esos motivos puedo presentir los estampados listados de otros vestidos de Schiele, como los que porta su hermana Edith en varias pinturas.

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Egon Schiele, Bildnis der Friederike Maria Beer, 1914, colección particular.

Ropa tendida

Schiele, ya lo he dicho, es famoso por sus desnudos, pero lo cierto es que no solo pintó cuerpos desvestidos o a medio vestir, sino también paisajes de provincia, en los que se destacan árboles otoñales antropomórficos, tan cimbreantes y enjutos como sus figuras humanas. Dentro de esos panoramas, se encumbran edificios de baja altura cuyas ventanas son coronadas por ropa tendida. Muchos dicen que esa presencia remite a la pobreza y la nostalgia del terruño, invistiéndola de un aliento pintoresco. A mí, esas camisas y mantos tendidos me hacen pensar en ciudades despobladas: nadie se asoma por las ventanas de las casas, nadie pasea por sus contornos.

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Egon Schiele, Hauswand am Fluss, 1915 (detalle). Leopold Museum. Fotografía de Gonzalo G. Galleguillos.

2. Sus colecciones

Su caballo de juguete

Entre mis hallazgos fotográficos hay uno preciado, el más: este retrato, también tomado por Johannes Fischer, en el que Egon aparece delante de una vitrina con su colección de arte popular del siglo XIX, libros y otros tesoros.

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Egon Schiele y su colección de arte popular, 1915. Fotografía de Johannes Fischer.

El año pasado contemplé uno de los objetos que formaban parte de esa colección, un caballo de juguete con tres patas que se exhibe en el Leopold Museum. Por más que busco al caballo entre los artilugios de la vitrina no lo encuentro.

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Spielzeugpferd aus Schieles Volkskunst-Sammlung, siglo XIX, madera pintada. Fotografía de Gonzalo G. Galleguillos.

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Spielzeugpferd aus Schieles Volkskunst-Sammlung, siglo XIX, madera pintada. Fotografía de Gonzalo G. Galleguillos.

La década de 1910 fue la edad de oro de este caballo de juguete. Debe haber sido un objeto muy preciado para Schiele, porque vivió múltiples existencias: no solo fue atesorado en su taller, sino también retratado en sus pinturas y fotografiado por el lente de Anton Josef Trčka. Por ejemplo, en Stillleben mit Büchern (Naturaleza muerta con libros), de 1914, Egon despliega el escritorio de su taller, sobre el que reposan libros, herramientas y otros insumos. En el borde derecho de la mesa se levanta el caballo, cuya fisonomía parece replicar un segundo animal, con jinete, que está dispuesto muy de él cerca.

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Egon Schiele, Stillleben mit Büchern, 1914, Leopold Museum. Fotografía de Gonzalo G. Galleguillos.

Ese mismo año, Anton Josef Trčka -el artista que capturó esa inquietante serie de imágenes en las que Schiele juega con sus manos- tomó esta fotografía. Egon toca a su caballo con orgullo mientras mira directamente a la cámara. Sus dedos están tensos, tal como figuran en las otras fotos de la secuencia. Son los dedos de quien sufre distonía. El pintor pudo elegir posar con otro objeto que se adaptara a sus manos, pero escogió su juguete. En el equipaje que preparó para sus vacaciones de 1913, cerca del lago Traunsee, en Austria, su caballito figuraba entre los artículos de primera necesidad.

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Un año después de la memorable foto de Trčka, Egon Schiele diseña este afiche protagonizado por el mismo caballo, para la promoción de una exposición de sus pinturas y dibujos. Me conmueve que haya seleccionado al caballo como ícono de su trabajo, ¿acaso el jinete es Schiele?

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Pferd und Reiter, afiche de exposición de Egon Schiele, 1915. Galerie am Hof.

Una última aparición pictórica del caballo, aunque en segundo plano, se manifiesta en un retrato del coleccionista de arte Guido Arnot, pintado por Schiele en 1918. Silenciosamente, el juguete se empina sobre un mueble. ¿Será el caballo una metáfora autorial? ¿Será un ancla a su pasado? ¿O será una forma de tensionar la  vida y la pintura  permitiendo el ingreso de un juguete del mundo real a los dominios de la ficción pictórica?

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Egon Schiele, Der Kunsthaendler Guido Arnot, 1918.

Colecciones imaginarias: cerámicas pintadas a mano

A su colección de arte popular quisiera sumar una imaginaria, compuesta por cerámicas. Nuevamente, escondidas entre las célebres efigies desnudas de Schiele, tan ocultas como las pinturas de paisajes, emergen peculiares naturalezas muertas. A diferencia de Stillleben mit Büchern, en estas los jarrones, los vasos, las botellas y los lecheros con diseños florales y polka dots de estilo campesino parecen flotar sobre fondos amarillentos. Estas piezas pintadas a mano -por la mano del artesano y la mano del pintor- se alinean mostrando sus galas, pero también sus trizaduras: la mayoría de ellas están rotas. Rotos como su caballo de juguete. Rotos como los cuerpos cimbreantes, enjutos y desnudos de sus pinturas. Como ellos, las cerámicas pintadas a mano también tienen fisuras, tal vez irreparables.

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Egon Schiele, Bauern Krug, 1918.

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Egon Schiele, Bemalte Bauernkrüge, 1918