por Loreto Casanueva
Editora de CECLI
Descubrí hace poco la existencia del Museum of Failure cuando, en un momento de ocio, me puse a actualizar un GoogleMap en el que archivo los museos raros que he visitado o quiero visitar. En cuanto di con este museo lo integré a mi mapa, y supe que tenía que comunicarme con sus creadores. Le escribí a Samuel West, su fundador y curador, e inmediatamente accedió a responder estas preguntas, además de contarme que había estado hace poco en Viena visitando museos extraños. Somos del mismo equipo. Samuel es sicólogo clínico, especializado en terapia cognitiva conductual. Hace 10 años atrás comenzó a investigar al alero de la Universidad de Lund y obtuvo su grado doctoral en 2015. Hoy en día imparte workshops y charlas sobre aprendizaje organizacional, especialmente, sobre cómo incorporar positivamente la experiencia de la falla. Pero, pese a su currículum académico abultado, su mayor éxito es haber levantado este museo dedicado al fracaso. Es, además, un norteamericano-islandés muy simpático que odia a Trump.
El Museum of Failure se describe a sí mismo como “la casa oficial de los productos y servicios fallados”. Este joven espacio (¡hace poco cumplió un año!) se regocija en el fracaso y la fragilidad de las cosas. Ubicado en la ciudad de Helsingborg, en el sur de Suecia -aunque también cuenta con una sede en Los Angeles-, el MOF aspira no solo a ser una vitrina de artefactos arruinados, acompañados de sus cédulas-epitafios, sino también una plataforma de aprendizaje que valorice el defecto y el error. Errar no es solo humano. Los objetos también se equivocan.

Samuel West, curador del Museum of Failure.
¿Cómo se te ocurrió la idea de crear el Museum of Failure?
Estaba buscando una nueva forma de comunicar y estimular el interés en la investigación. La mayoría de las investigaciones se quedan en el exceso de información. ¿Tal vez usar una exhibición para comenzar discusiones importantes? Entonces, se me ocurrió la idea del Museum of Failure después de visitar el Museum of Broken Relationships en Zagreb, Croacia.

Bic for her (2011). Fotografía de Jake Ahles (Hollywood Location, 2018).
Cuéntame algunos hitos que consideres relevantes de este primer año y medio de vida de tu museo.
Hitos: la loca tormenta medial… Nuestra aparición en New York Times, BBC, CNN… Y un largo etcétera. Todo el mundo está interesado en este proyecto. Nuestra apertura en Los Angeles también ha sido un gran hito, muy excitante.
¿Cuáles son los criterios de selección de los objetos y servicios exhibidos? ¿Qué tipos de fracasos y fallas buscas en ellos?
Los criterios son: 1) que los objetos o servicios sean una innovación, un nuevo producto o método. 2) que hayan devenido en fracaso. El fracaso es definido como “una desviación de los resultados esperados o deseados”. 3) Tienen que ser interesantes para mí.
¿Cuál(es) de los objetos exhibidos en MOF son tus favoritos? ¿Por qué?
Mis favoritos son dos:
Olestra, 1996-1999: “100% satisfacción, 0% culpa”. Estas papas fritas libres de grasa contenían un controversial aditivo llamado Olestra. Durante la moda low-calorie de los 90s, se lanzaron muchos tipos de papas fritas bajas en calorías. ¿Qué podía ser mejor que unas papas fritas sin ninguna caloría? Olestra fue aprobado como un aditivo en 1996, pero rápidamente perdió popularidad debido a sus incómodos efectos colaterales. El cuerpo no podía absorber la sustancia, lo que en cantidades altas provocaba calambres estomacales y diarrea. Olestra y las papas fritas se volvieron conocidas por causar incontinencia fecal.

Pringles con aditivo Olestra. Fotografía de Jake Ahles (Hollywood Location, 2018).
Kodak,1888-2012: Kodak fue una firma pionera y exitosa en el desarrollo de las cámaras digitales. La DC40, estrenada en 1995, estuvo entre las primeras cámaras digitales más vendidas. Cuando Kodak creó la cámara digital en 1975, la respuesta del equipo directivo fue: “Es linda, pero no le cuenten a nadie sobre ella”. Fue abandonada por miedo a que amenazara el rentable negocio de los rollos fotográficos. Kodak incluso desarrolló un servicio online para compartir imágenes, pero fue usada para tratar de vender más fotos impresas. Su fracaso fue una inhabilidad para abrazar de verdad los nuevos modelos de negocio, abriéndose a un cambio disruptivo. Kodak quebró el 2012.
Creo que en la exhibición del museo se huele la inutilidad. Algunos objetos están rotos, son anticuados, frágiles e, incluso, inútiles desde su nacimiento. De hecho, han perdido su valor de uso y hoy funcionan para otros propósitos. ¿Cuál es la “utilidad de lo inútil” -para citar el precioso libro de Nuccio Ordine- en este museo?
El fracaso es siempre contextual. Por ejemplo, el vehículo eléctrico Segway (2001) fue un gran fracaso comercial, pero le dio una mejor calidad de vida a personas con dificultades motrices. Aunque es una maravilla de la tecnología y sigue vendiéndose, merece estar en nuestro museo, considerando la definición de fracaso que di hace un momento. Las expectativas de Segway eran grandes: “Segway será al auto lo que el auto fue al caballo y la carreta”, “Segway será el producto que más rápidamente consiga alcanzar el billón de dólares en ventas en toda la historia”, “la infraestructura de las ciudades será planificada respecto de Segway”, “Segway será más importante que Internet”. Como medio de transporte, el Segway fue un completo fracaso. Se convirtió en un fracaso comercial porque era demasiado caro y pesado. Actualmente es más usado para actividades recreativas grupales o para guardias de seguridad en centros comerciales.
Otros ejemplares son inútiles desde el principio, como la máscara Rejuvenique (1999-1999). Esta máscara de belleza tonifica los músculos faciales con electricidad. De acuerdo a las instrucciones, la máscara debía ponerse sobre el rostro por 15 minutos, de 3 a 4 veces por semana. Linda Evans, la mujer que aparece en la caja, es una estrella televisiva norteamericana conocida por la serie Dynasty. En el video instructivo de Rejuvenique, ella felicita al dueño por su excitante compra y le asegura que es una buena inversión. Sin embargo, según la reseña de un usuario, la máscara “se sentía como si miles de hormigas me mordieran la cara”. La máscara parecía sacada de una película de terror. Además, el dispositivo nunca fue aprobado según las normas de seguridad.

Rejuvenique Mask. Fotografía de Jake Ahles (Hollywood Location, 2018).
El Roland 303 (1981-1984) es un buen ejemplo de la “utilidad de lo inútil”. El TB-303 era un sintetizador análogo que aspiraba a ser un acompañamiento de bajo para guitarristas. Fracasó parcialmente porque no sonaba como un bajo. Pero el mayor problema era lo dificultoso de su uso: el manual pesaba más que la máquina. Nadie lo quería, incluso cuando Roland bajó de precio. Se rumoreó que la compañía había botado miles de sintetizadores sin vender a la bahía de Tokio. El sintetizador fue redescubierto casi 10 años después, y se transformó en el fundamento del nuevo estilo musical Acid House. Desde los 90s, el TB-303 ha sido un ícono de la música electrónica.
En el prólogo de The Material Culture of Failure. When Things Do Wrong (2017), editado por Timothy Carroll, Dimitris Dalakoglou dice: “Como Paul Virilio sugiere, la invención de cada tecnología es la invención de su fracaso. La invención del auto es la invención del accidente de auto, y la invención de las máquinas para volar es la invención de la caída de aviones. La invención del capitalismo es la invención de sus fallas sistémicas». ¿Cuál es tu opinión al respecto? ¿Crees que realmente hay una conexión entre fracasos tecnológicos y capitalismo?
Hay una absoluta y clara conexión entre innovación tecnológica y fracaso. La innovación requiere del fracaso. El fracaso es esencial para el progreso. La conexión con el capitalismo es más compleja. El capitalismo es un motor de innovación en cierto modo. Y el capitalismo como ideología está condenado a fallar si no a causa de su propia auto-destrucción, por los avaros y estúpidos humanos que se cagan nuestro planeta.

«Trump, the game» (1989). Fotografía de Sandra H. Gao (exhibición original del Museum of Failure, 2017).
Dimitris Dalakoglou explica que “la producción en serie de objetos materiales son asequibles para las masas, hoy más que nunca, pero son de pobre calidad y simplemente no duran. La mayoría de los dispositivos y las máquinas mueren al final del periodo de garantía. El reclamo de tu abuelo, de que ya no se hacen cosas en el modo que se hacían antes, parece cierta”. ¿Crees que tu museo no solo es un espacio para contemplar el fracaso tecnológico sino también un lugar para la nostalgia y la memorabilia?
MOF es una experiencia nostálgica. Pero ese no es el propósito del museo. La declaración de que las cosas eran fabricadas de mejor manera antes es errada. La calidad ha mejorado para casi todo, y obviamente esto cuesta más que la versión barata de los productos. La mayoría de los bienes manufacturados eran mucho más caros antes.
Cuando vi el maravilloso video que NBC hizo sobre tu museo no pude dejar de pensar en textos como Nuevos inventos y últimas novedades de Gaston de Pawlowski o Catálogo de objetos imposibles de Jacques Carelman, es decir, en autores y libros que han creado máquinas extrañas e incluso inútiles que caricaturizan a nuestra sociedad de consumo y su tecnología. ¿Hay alguna obra literaria o artística que haya inspirado tu proyecto?
La verdad es que no, pero me parece que los Chindogu japoneses son muy interesante.

101 Unuseless Japanese Inventions: The Art of Chindogu, de Kenji Kawakami, 1995.
¿Qué actividades contempla el futuro de MOF?
Tendremos exhibiciones mini pop-up en Shanghai, en enero, y en Munich en febrero. Los mini pop-up son exposiciones de 50m2 contratadas por eventos relacionados con innovación. ¡AMARÍAMOS ir a Chile con nuestra exhibición!