por Katherine Muñoz Arqueros
Encargada de Asuntos Mistralianos de la I. Municipalidad de La Serena
Gabriela Mistral, llamada a sí misma criatura vagabunda, ‘desterrada voluntaria’, formó su temple y espíritu en la permanente desintegración y construcción de sus espacios geográficos, vitales y emotivos, a partir de las dinámicas de recaladas y partidas propias de las traslaciones.
Desde la ruralidad, y siendo apenas una niña, emprendió trayectos heroicos propios de la experiencia migratoria, en diferentes contextos y geometrías espaciales. No obstante, pese a todas sus movilidades, creó sentidos de lugar en cada nueva geografía, en cada nueva morada, reconociéndose a sí misma, a sus fundamentos familiares, a su patria, aventurándose a crear su propio mapa de los afectos, desde la lejanía. Creó para sí misma una nueva modalidad de habitar, con las resonancias de sus geografías, residiendo en comunión con las gentes, los paisajes, aromas, materias, en los que espacializó y temporalizó sus nostalgias o ‘saudades’. Decía para sí: «(tengo) una ‘saudade’ de patria».
Gabriela Mistral emprendería un nuevo viaje con el mismo heroicismo, con la misma humildad y entereza desde que salió de su Montegrande. Después de trayectos significativos en sus amplias y diversas labores, nuestra heroína del Elqui, llegó a Petrópolis, Brasil, en labores consulares, con expectativas, a una tierra que revitaliza en ella todo su ser americano y rural. En una carta a Ribeiro Couto señala: “yo, criatura errante, adoro la tierra, el aire, y el resplandor de su país que veo despierta y dormida”.

Bolsa con tierra de Montegrande. Museo Gabriela Mistral de Vicuña
A la mujer de paz, el dolor inevitable de la guerra en Europa la colma de vértigo e incertidumbres. Para ella fue una fuerte preocupación la realidad de hombres, mujeres y niños/as sobre una frontera, sin papeles, sin nacionalidad y, particularmente, la realidad de los judíos, no sólo por sus convicciones altruistas sobre la paz, sino también por su profundo sentido de humanidad. Luego de ‘caminar’ Europa, aprehendiendo las proporciones del viejo mundo para su espíritu, en la que emprendió una plena labor para detener aquel horror, inevitablemente deberá refugiarse en América del Sur, junto a su hijo sobrino, Juan Miguel Godoy. Escribe en una carta a Henriqueta Lisboa, Monrovia, 1940: “Esta hora horrible del mundo, me deprime mucho, me tiene viviendo la tragedia día a día. Necesito, pues, que las almas fuertes y mejores que yo me ayuden a vivir con sus cartas”. Petrópolis será su paraíso americano recobrado, la estrechez espiritual con el universo natural, su hábitat. Para su salud algo resquebrajada, el clima de montaña la hace sentirse renovada, vital.
Su vida, mirada y pensamientos sin resistencias, alojados en el verdor incandescente del gran jardín que domina los espacios de su morada, en el N° 60 de la Avenida Duarte Macedo, la harían recorrer, una vez más las geografías de su valle elquino, en la jugarreta feliz de quedarse ‘metida en una mata grande de hierbas locas’ en un ‘apresamiento de la memoria que atrapa los momentos de violenta emoción’, (re)habitando su América vital. Ese tránsito natural sería una palpitación de vida.: “Después de la tierra, gozo con la música, que me sostiene el ánimo. Todo esto forma un conjunto de alegrías, que hace mi vida en Brasil tranquila y feliz.”
No obstante, Petrópolis, la ciudad imperial del Brasil, en el estado de Río de Janeiro, será en la biografía emotiva de Gabriela una ciudad trizada. Como toda inscripción en la memoria, los sucesos vitales son inseparables de la dimensión espacial, del entorno, donde esos acontecimientos tienen lugar. En el mapa de sus afectos, Petrópolis será un espacio lutoso, gris. Allí, con pocos años de diferencia, se suicidan su amigo Stefan Zweig y su esposa en 1941, y en 1943 su hijo sobrino Juan Miguel Godoy, Yin Yin.
En el transcurso del jueves 15 de noviembre de 1945, Gabriela Mistral se habría levantado temprano, como todos los días para habitar, durante 2 o 3 horas, en su patria predilecta, la escritura, en medio de la estampa de Petrópolis. Aquello seguramente era una urgencia habitual después de la muerte de sus afectos, quebrados, rotos en su memoria. No hubo canción carioca que sostuviera su ánimo aquella tarde. Se hallaba sola en su habitación, con la presencia ausente de sus vivos y sus muertos, y sus recuerdos: “la memoria tiene sus gozos y sus melancolías, sus glorias y sus humillaciones”. Las noticias en la radio, sobre Palestina y luego, lo que vendría después, la noticia sobre el Premio Nobel, transfiguran las imágenes súbitas de sus soledades y el auge desmesurado de su memoria donde ante todo, prevalece su dolor por el destino espiritual de su amado Yin Yin: «Estaba sola en Petrópolis, en mi cuarto, escuchando en la radio las noticias de Palestina. Después de una breve pausa en la emisora se hizo el anuncio que me aturdió y que no esperaba. Caí de rodillas frente al crucifijo que siempre me acompaña y bañada en lágrimas oré: «¡Jesucristo, haz merecedora de tan alto lauro a ésta tu humilde hija!…”
El trayecto de Gabriela Mistral a Estocolmo, en medio de la soledad y los recuerdos aciagos, puede remitirse a este sueño que tuvo en Petrópolis: “yo iba caminando por un lugar y casi sobre el mar… era un lugar fragoso, más bien de cordillera que de mar…anduve algo más y entonces me hallé con un quiebro de la roca que debía pasarse por sólo dos tablas. Una de ellas tenía la mitad astillada. Y yo debía emplear las dos tablas para pasar… de fallarme el tablón derecho, yo caería hacia el abismo, que era el mar cubierto de bruma. Y yo tenía la voluntad de pasar a toda costa, de alcanzar, de llegar a donde iba, sin saber cuál era el lugar adonde iba. Pisé con gran tino y con coraje, y llegué al otro lado. Fue en ese punto, recuerdo, donde me desperté.”
La geografía de su universo espiritual una vez más se reconstruye desde sus facilidades y dolores. Favorablemente, Gabriela tenía temple forjado por sus fundamentos femeniles: Emelina, Petronila, Isabel Villanueva y por la geografía de su Valle de Elqui de ‘gestos bravos’. Frente a la inclemencia, Gabriela Mistral demuestra que es depositaria de una fuerza creadora y transformadora infinita de su propia realidad.
Recibida oficialmente la noticia de la adjudicación del premio Nobel, Gabriela comienza sus preparativos para viajar a Suecia. La premiación se iba a realizar el 10 de diciembre y su partida había sido fijada para el día 18 de noviembre.
Al día siguiente de recibir la noticia del Premio Nobel, Gabriela Mistral se prestaba a preparar sus maletas y baúles, con la clara convicción de no regresar a Brasil. Petrópolis, desgarrada ciudad en su cartografía emotiva, quedaría en su memoria como la representación del hábitat del viaje definitivo de sus suicidas. Casi puedo imaginarla en aquel momento, frente a sus objetos emotivos, en la imagen ineludible de ‘hacer la maleta’. A sus objetos biográficos que la acompañaban en sus trayectos por el mundo y que la remitían a su vida en Montegrande, se sumaban nuevos objetos: el certificado de muerte de su Yin Yin, fotografías, telegramas, tarjetas de pésame, cuadernos, las canicas y pétalos de las últimas rosas que acompañaron la sepultura de su niño amado y otros tantos más.
Siempre llevaba consigo su Biblia, sus libros, su rosario, el retrato de su madre, las cartas, agendas de trabajo, su tabla rasa para escribir, y tierra de su Montegrande. Años y días, porciones de afectos y sentires de toda una vida alojados en las maletas y baúles.
En Estocolmo se sumarían las medallas, pergaminos y archivos de las miles de felicitaciones de todo el mundo, pero para ella siempre lo esencial no serán las distinciones, sino sus profundos afectos enraizados: su verdadero hábitat.

Medallas del nobel. Museo de la orden de San Francisco.
Su maleta es acaso la prolongación de su obra. Además de ser el contenido de su propia vida, son sus objetos un espacio en blanco entre nuestra poeta, sus gentes, su pueblo, para ser develado. Su maleta, como su obra, ofrece la posibilidad de ser leída, ellos, sus objetos son testimonio incluso hoy, de lo que nuestra poeta no dijo por sí misma.
En su trayecto a Estocolmo, Suecia, la acompaña María Ana de Terra, esposa del sobrino del ex presidente Terra del Uruguay. Gabriela se encontraba en regular estado de salud. El 18 de noviembre se embarcan en el vapor Ecuador. Antes de partir, Gabriela declara a un periodista de la Agencia Reuter: «El nuevo mundo ha sido honrado en mi persona. Por lo tanto mi victoria no es mía, sino de América». El Ecuador arriba al puerto de Göteborg el 8 de diciembre y al día siguiente, Gabriela Mistral y María Ana de Terra toman el tren con destino a Estocolmo.
La ceremonia se realizaría el 10 de diciembre a las 17:00 horas en el Konserthuset de Estocolmo. Asistirían más de tres mil invitados, entre los que se contaban miembros de la familia real, el cuerpo diplomático, el primer ministro sueco, entre otras personalidades. La entrega del premio la haría el rey Gustavo V. Gabriela tuvo reino de verdad, incluso antes de ser ‘coronada’ en Estocolmo, nuestra poeta de tres siglos, ya había conquistado América y el mundo. El escritor Manuel Mujica Láinez, enviado especial del diario La Nación, para cubrir esta noticia rememora un encuentro con Gabriela Mistral en el hotel a su llegada de Göteborg: «Los periodistas la asediaban y ella accedía a sus solicitudes con la graciosa hidalguía que le es propia, dejándose retratar con el enorme abrigo que ha traído del Brasil, y que le prestó allí la esposa del ministro de Suecia, pues la poetisa no ha tenido tiempo materialmente para preparar un ajuar adecuado a los rigores de este clima . . . Cuando me encontré con Gabriela Mistral, vi que sus ojos brillaban de lágrimas retenidas, y con el solo título, en este caso sobrado, de ser un argentino que la conoció hace años y que volvía a encontrarla por gracia de la casualidad en este país hospitalario, pero tan distinto, tan remoto de todo lo nuestro, la abracé y le dije: ‘Señora, considere usted que es el abrazo de nuestra América'».
Gabriela está más vital que nunca en su extensa y maravillosa obra: recados, poesía, prosa, cartas y tanto más y también en sus archivos, fotografías y objetos. La mejor manera de celebrar sus vida, sus triunfos, es simplemente leerla, desde todos los umbrales: sus libros, sus pertenencias, en la geografía natural de Chile y toda su América. Detengámonos a oírla. Nos dice Octavio Paz: “Hoy se lee poco a Gabriela Mistral. Este olvido es un signo, uno más de la frágil memoria histórica de los hispanoamericanos. La poesía de Gabriela Mistral es un manantial que brota entre rocas adustas en un alto paisaje frío, pero caldeado por un sol poderoso. Olvidarla sería olvidar una de nuestras fuentes. Más que una falta de cultura es un pecado espiritual.”