Entrevista

Naturalia. Entrevista a Juan Ferrer, fundador del Museo del Hongo.

por Loreto Casanueva Reyes
Editora del CECLI

Primero fue una tímida mancha amarillenta en la pared. Luego, un descascaramiento progresivo de la pintura blanca. Tres noches después, se asomaron los dos muy juntitos, erguidos y frescos, desde una de las esquinas superiores de nuestro comedor. Vivieron poco más de veinticuatro horas y transitaron del blanco al negro, hasta secarse. Los dejamos vivir y morir no tanto por defender su salvajismo como por temor a acercanos a ellos. Alguien vino a eliminar sus restos. De vez en cuando, vuelven a aparecer. Hay una filtración entre el baño y el comedor, eso es seguro. En nuestra casa crecen hongos, casi sin previo aviso. En Chile hay un Museo del hongo. Entonces, me acuerdo de esa belleza de manifiesto que escribió el novelista Orhan Pamuk para alentar su Museum of Innocence: «The future of museums is inside our own homes».

Aunque a sus cercanos pudo parecerles extraño que reemplazara, hace algunos años, su deseo de ser médico por convertirse en diseñador, el episodio tiene hoy todo el sentido del mundo para Juan Ferrer. Él es el flamante fundador y director del Museo del hongo, un espacio chileno itinerante dedicado al estudio y la difusión interdisciplinar del, injustamente desdeñado, reino Fungi. En menos de tres años, el museo y sus hongos han «aparecido» en diversas galerías, casas culturales e instituciones museales, renovando los votos entre ciencia y arte a través de una propuesta interactiva fascinante y atenta a los retos actuales de la museografía: las obras son los hongos que se cultivan y emergen ante la mirada de las y los espectadores, obras que además interactuan con instalaciones y performances. Para este 2019, planifican una nueva muestra dentro del contexto de la Bienal de Artes Mediales- donde presentarán una serie de obras en distinto formato, como experiencias de realidad virtual-, la Colección Única Extrema del fungario FFCL de la Fundación Fungi, un monumento hecho de micelio que trabajarán con el BioFab Lab FADEU, entre otros proyectos. 

Una amiga y ex alumna muy querida me habló de este museo y de Juan, y nos puso en contacto. Él admitió que, al principio, no entendía muy bien por qué quería entrevistarlo. Pensó, al desglosar la sigla de CECLI, que consideraba a los hongos como organismos lindos, pero inútiles. Tampoco estaba tan equivocado: las criaturas que brotaron en mi casa me parecieron de lo más inservibles y repugnantes. Sin embargo, después de la increíble conversación de dos horas que tuvimos con Juan, admiro el ímpetu, la resistencia y la sospechosa e insospechada conveniencia de los hongos y, sobre todo, su versatilidad como objeto museográfico.

¿Cómo fue que te internaste en el mundo de los hongos?

Cuando entré a la universidad, me metí al College de Ciencias Naturales y Matemáticas. Yo quería estudiar Medicina, quería ser cirujano. En los dos años que estuve ahí, tomé ramos como “Biología de organismos y comunidades”, donde estudiamos a los hongos y aprendí que eran los descomponedores. Luego me cambié a Diseño, y en el 2015 la Fundación Armar financió un proyecto que se llamaba “Justicia al reino Fungi”, que consistió en una serie de activaciones que hicieron Camila Marambio, Nico Arze, Nico Oyarce y Giuliana Furci -que es la directora de la Fundación Fungi– en distintas universidades, y en el que estuve involucrado. Todo el proyecto incluía una visita al Festival de hongos de Telluride, Colorado, al que vamos a ir este año precisamente.  

El museo partió de mi proyecto de título. Para la primera entrega del Seminario, que fue un Prototipo de Museo del hongo, la profesora me dijo: “esta propuesta no es de diseño, es de artes visuales”, a lo que respondí: “tuvimos un taller entero que se llamaba “Interacciones”, y en esta exposición estoy diseñando interacciones, experiencias”. Al final, ella fue la única persona de mi comisión que asistió a la exposición y estaba feliz tomándose una kombuchita con sus hijas. El museo nació de la necesidad de esa interacción real con el hongo vivo. En un momento pensamos ponerle Museo del hongo vivo. La empatía se genera con una experiencia indeed, cuando estás en el bosque y encuentras un hongo, y después empiezan a aparecer todos, es loquísimo. Ese momento es único porque viven bajo la tierra o dentro de las plantas y cuando salen, además, son muy efímeros, porque aparecen solo para liberar sus esporas. Pero dicen que el ser vivo más grande el mundo es un hongo que vive bajo un parque nacional en Oregon, que mide como 890 hectáreas, y que tiene como 2.400 años de vida.

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Afiche de Prototipo para un Museo del Hongo, noviembre 2016, Club Social de Artistas, Santiago, Chile © Museo del hongo.

Recolectar hongos debe ser como salir a buscar un tesoro…

Y tu aporte a la micología puede ser muy significativo si tuviste la suerte de encontrar un hongo que no había sido clasificado. Esa retribución es demasiado emocionante. Cada cosa que hagas al respecto puede ser increíble. El hongo como objeto museográfico es muy desplegable, tiene demasiadas dimensiones, que son las que tratamos de abordar en cada exposición, como en la primera, la de mi título, que fue demasiado educativa: la primera sala, “Introducción a los hongos”, mostraba una infografía de hongos de Chile con fotos de la Fundación Fungi. Armé un mapa de Chile con una obra de Rodrigo Arteaga que eran las regiones del país hechas con contenedores de hongos, con la Guía de campo de la Fundación al frente. Interacción pura. La segunda sala era la de la reproducción, en la que teníamos los cultivos de hongos vivos, colgados -me encantaba, como que estaban flotando- y había hongos creciendo en diferentes etapas y acompañados de una especie de caleidoscopio que en el fondo tenía un GIF de la reproducción asexual del hongo que iba girando. Después había una sala de usos ceremoniales y luego de usos contemporáneos, medicina, diseño industrial, gastronomía. Todo muy educativo, para mostrar el panorama.

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Rodrigo Arteaga, Atlas de Chile Regionalizado, 2013, cultivos de hongos filamentosos, resina, imágenes, 4.30 x 1.98 m. © Fundación Fungi.

GIF

Juan Sáez, Fonda, Videoinstalación que representa la reproducción tanto sexual como asexual (fragmentación) de los hongos, 2016, observatorio de vidrio, video en loop, 3 x 2 m. © Museo del hongo.

Soy fan de los museos raros y me parece maravilloso que exista uno dedicado a los hongos. ¿Qué diferencia al Museo del hongo de otros museos sobre el tema?

Podemos armar museos de lo que queramos, a todo podemos darle una vuelta y transformarlo en un objeto museográfico. Además, mis intereses son muy variados, me gusta la medicina, la moda, el arte… Hay otros museos de hongos igual, yo me puse a investigar y hay en España, donde salir a recolectar setas es una actividad familiar, y en México, con todo el tema de María Sabina, que es una chamana mazateca que hacía ceremonias con hongos alucinógenos, con un fondo súper católico pero también súper sincrético. En Youtube está el documental, “María Sabina, mujer espíritu”. Es lindo porque hay muchos registros de las ceremonias. Se consumen hongos alucinógenos en occidente en parte por el descubrimiento que se ha hecho de esta señora. Así que en México existe el Museo del Hongo María Sabina. En el Jardín Botánico de São Paulo hay un pabellón de micología. He ido descubriendo otros museos micológicos pero al final son súper científicos, exponen las especies sin hacer el cruce que hacemos nosotros y que, yo siento, es el que le da el valor. Se puede estudiar los hongos, hay bibliografía, no tanta en español. Las estadísticas dicen que el 70% de los hongos no los conocemos y no se sabe cuál es su rol dentro de nuestro ecosistema. A lo largo de la historia de la biología, la micología ha sido un poco dejada de lado.

¿Cómo se reproducen los hongos? Después del episodio de hongos domésticos necesito una explicación.

El hongo siempre crece en simbiosis con otros organismos, no crece por sí mismo, sino sobre un sustrato. El hongo se reproduce cuando se dan las condiciones, está siempre bajo la tierra o adentro de las plantas, es ese hilo blanco, esa red de filamentos, el micelio, que está siempre vivo, interactuando con todos los actores de la naturaleza. Se dice que el micelio es una red de interconexión subterránea. Si se está quemando un bosque por allá le manda información de estrés a los árboles de acá. Es alucinante y súper contingente. Necesitamos investigar más a los hongos, nos pueden brindar soluciones de muy bajo costo y sus aplicaciones hoy en día son muchos, y sus usos ceremoniales son solo una arista.

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Fotografía de la Aparición 2 del Museo del hongo, en el marco de la exposición Vigilantes de Iván Navarro, Museo de Arte Contemporáneo de Valdivia © Museo del hongo.

Cuando empezaste a armar el museo, ¿qué referentes museográficos consideraste?

El Museo de Historia Natural de Nueva York, quedé loco con eso, sobre todo con la idea de mostrar la ciencia no solo para científicos. Ese museo me llegó de una forma especial. En mi afán comunicacional yo sentí que eso era importante dada la relevancia de la temática de los hongos. Han sido inspiradores también otros museos de arte en general, como el Whitney, Moma PS1, Museo de Arte de São Paulo, esos museos que te cuentan una historia, que te entregan una experiencia. Nuestros dispositivos de montaje vienen del mundo del arte, pero comunican la ciencia.

Tu museo es itinerante y organiza sus exposiciones como “Apariciones”. ¿Esta itinerancia tiene que ver con la imposibilidad de levantar, en un lugar establecido, un museo del hongo, es decir, de organismos vivos y potencialmente dañinos, o también con la poética del proyecto, con que la aparición del hongo es la aparición del museo?

Claro, nuestro museo es temporal e itinerante, las exposiciones -las Apariciones- son únicas. El museo se adapta, como los hongos, a los lugares. Yo creo que eso enriquece mucho más el relato, se generan expectativas en torno al hongo vivo, a la obra de arte viva. Es súper importante para nosotros mostrar el proceso de crecimiento del hongo, cómo se cultiva, cómo aparece. Pensamos en algún día contar con un edificio, una casa… Yo pienso un establecimiento que sea un laboratorio de investigación micológica con sitios de exposición, que vincule ciencia y arte todo el tiempo.

La Aparición 2 del museo fue el año pasado, en el Museo de Arte Contemporáneo de Valdivia, y contó con la obra Vigilantes de Iván Navarro. ¿Cómo se te ocurrió hacer una exposición ahí? ¿Cómo fue la experiencia de meter hongos en un museo, los enemigos acérrimos del patrimonio?

Cuando empezamos a pensar en exposiciones se nos ocurrió que era obvio que teníamos que hacer una exposición ahí. En Valdivia hay millones de hongos, tienen las condiciones climáticas para que crezcan, hacen el FungiFest -que se realizará este año en mayo-, la gente de allá tiene una onda con los hongos muy bacán, sabíamos que era un público que iba a apreciar un montón el trabajo. De hecho, la exposición iba a estar solo durante agosto y estuvo todo septiembre. Fue increíble, fue como una residencia. Los cultivos los armamos desde cero adentro de las bóvedas. Trabajamos con productores locales de hongos que estuvieron presentes desde la esterilización del sustrato hasta el cultivo, que consistía en kilos y kilos de paja hervida metida en bolsitas junto con los hongos, que pusimos en unos invernaderos que armamos para poder mantener la temperatura. Contamos con dos tipos de hongos: los que preparamos ahí en la bóveda, que eran champiñones ostra, que son descomponedores primarios, pero también cultivamos otros que son los clásicos del supermercado, los Agaricus, que son descomponedores secundarios, eso quiere decir que la materia que están descomponiendo ya tiene que haber estado descompuesta por otros organismos antes. Entonces esa preparación, de ese sustrato, era muy compleja. Por eso conseguí sustrato con una empresa de champiñones, Abrantes, que nos donó un camión tres cuartos lleno de sustrato incubado de tres semanas. Hubo que preparar los 50 metros de muro de la bóveda para eliminar microorganismos y nivelar el pH con cal. Las condiciones de humedad eran extremas, estaba todo mojado… En una ocasión apareció una cascada en la bóveda. Muchos cultivos no funcionaron, se nos infectaron. 

Vigilantes

Iván Navarro, Vigilante I,  2018, tubos fluorescentes, dimensiones variables. 
Encargo especial para la Aparición 2: haciendo una analogía con los espantapájaros que cuidan las plantaciones, se generan figuras de vigilantes para el Reino Fungi. © Museo del hongo.

Los museos están casi siempre hechos de maderas exquisitas que los hongos disfrutarían mucho. Los hongos se pueden comer una colección completa. Son los enemigos de la conservación de todo, básicamente. Si tú guardas comida en tu refrigerador por muchos días aparecen hongos. Pero me gustan los desafíos exhibitivos. Esta Aparición fue un hit. El público tenía que entrar con mascarillas, lo que añadía una experiencia más performática para el visitante también. Al final de la exposición hicimos una cena de risotto en el mismo museo y regalamos todos los cultivos. Todo Valdivia comió callampas de la exposición, nos comimos el arte.

¿Qué nos pueden decir o enseñar los hongos sobre lo lindo y lo inútil?

El lenguaje popular usa una frase que disminuye a los hongos, “vale callampa”, que les da una connotación negativa, que los piensa como inútiles, creando concepciones y realidades equivocadas. Eso me parece grave. Una vez fui a un edificio para pedir que me prestaran un espacio para una Aparición y me dijeron que no, porque les iban a hacer bullying por el nombre “Museo del hongo”, que la gente iba a pensar que su edificio valía callampa. Una de las campañas de la Fundación Fungi fue “Yo valgo hongo”, con orgullo. Valer hongo es bacán. Hay que tomárselo con humor. Los hongos son hermosos, puedes hacer una exposición fotográfica de hongos y te vas a encontrar con infinitas formas y colores que, incluso, no se ven tan frecuentemente en la naturaleza, con posibilidades visuales tremendas. Son formas de vida muy bellas. Gracias a los hongos la vida pasó del agua a la tierra, nos permiten conocer la vida. En el fondo son lo más útiles que hay. Todo depende del sustrato y las condiciones. Las esporas pueden volar años y pueden estar años en dormancia esperando que se den las condiciones para aparecer… Hay esporas que viajan al espacio, que aguantan la radiación. Hay teorías sobre el origen de la vida asociadas a los hongos que trajeron algunos meteoritos. Siento que son tecnologías superiores. Es bonito ese juego entre lo lindo y lo inútil.

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Juan Ferrer, Penicilina, 2016.  Instalación de naranjas en proceso de pudrición por el hongo Penicillium chrysogenum (moho) © Museo del hongo.

¿Y sabes de dónde viene la expresión “valer callampa”? ¿Es chilena?

Sí, es chilena, y tiene su origen en los pinballs, en la callampa del pinball que no te daba puntos. Dicen que también puede ser por las sopas enlatadas de champiñones de la dictadura o por las poblaciones callampa, porque proliferaban como los hongos. Hay que reposicionar y resignificar esa frase. Los hongos son la disidencia, yo siendo queer le tomo otro peso, pueden ser considerados como una minoría, la marginalidad… Con el museo me siento activista desde varias dimensiones.

Yo comprendí lo que era valer hongo cuando en mi comedor aparecieron esas callampas…

Sí, es cierto que tienen todo ese lado metafórico, poético y maravilloso, pero también pueden intoxicarte. Por ejemplo, unas 500 especies de anfibios están en declive y 90 se han extinguido por un hongo patógeno que infecta a los animales hasta pararles el corazón. El hongo se ha convertido, según un nuevo estudio, en el patógeno que más daño ha hecho a la biodiversidad de la historia. Hay hongos malos y buenos para nuestra salud, pero están cumpliendo siempre su labor de descomponer la materia… De todas formas, el quehacer humano y el cambio climático influyen directamente en las interacciones entre las especies que conforman nuestra ecología.

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Juan Ferrer, Nicolás Oyarce, Óscar Llauquén, Paola González, Javier Godoy, Pleurotus ostreatus, 2016, cultivos de champiñones ostra, tiras LED, dimensiones variables. © Museo del hongo.

Parece que en los hongos está nuestro pasado pero también nuestro futuro, el futuro de las artes y de las ciencias. Todas las disciplinas podrían alimentarse de los hongos, en un sentido literal y en uno figurativo.

Me da mucha risa porque le digo a alguien: “háblame de lo que quieras y te lo puedo relacionar con los hongos”. Sí, todas las disciplinas pueden relacionarse con los hongos, por ejemplo, si pones a secar el scoby -la simbiosis de levadura y bacterias- de la kombucha obtienes celulosa, obtienes biomaterial. Suzanne Lee, una diseñadora textil, hace ropa con scoby de kombucha que te dura dos años, que luego se deshace y la puedes compostar. El tema de los biomateriales puede ser una revolución en la arquitectura, la producción industrial, etcétera. Desde nuestro museo, siento que mi rol como curador es poder hacer cruces y generar nuevas relaciones, como el hongo básicamente, que va entrecruzando todos los campos del conocimiento, que es una especie de rizoma.