Entrevista

Cerámica de culto. Entrevista a Diógenes

por Manuel Alvarado
Licenciado en Historia y en Estética

Francisco Castillo Cristi
Licenciado en Diseño y Bachiller en Bibliotecología y Archivística

Una medida de arcilla, dos de cachureos en ferias persa, una taza de sofisticados recuerdos de la abuela, una dosis de punk y dos de nostalgia. Si nos preguntan, ese es el secreto de la fórmula de Diógenes cerámicas de culto, una marca que hace cinco años viene reinventando el oficio ceramista en Chile. Sus artífices, Camila Carrasco y Laura Estévez, diseñadora industrial y artista visual respectivamente, crean y producen cerámica pop, son coleccionistas innatas y los ejes de su trabajo son la técnica ceramista y la memoria colectiva. Por todo ello, y pese que hace tiempo veníamos siguiendo su trabajo, ciertamente no podíamos dejar de conocerlas y conversar con ellas. Fuimos a su taller, abrimos moldes y recuerdos, conversamos, filosofamos y nos reímos, y hasta nos ayudaron a recoger de la calle, a pocas cuadras, unos preciosos y maltratados muebles antiguos que aguardaban el paso del camión de la basura, en definitiva, más que una entrevista, toda una experiencia Diógenes.

¿Cuál es su vínculo con la cultura material?

[Camila] Todo esto nace desde la intuición. Este proyecto se genera desde el valor que cada una de sus integrantes le asignaba a los objetos, sin comunicarlo directamente y sin darnos cuenta de que lo que nos gustaba era la memoria que tenían las cosas detrás. Diógenes nació de la guata, de valorar la memoria personal, y vimos que de repente esa memoria también era colectiva, especialmente para la generación de los 90. Por lo menos Victoria (ex integrante) y yo somos de la cultura del cachureo, de papás que nos llevaban cuando niñas de paseo al Persa Biobío y a las ferias, por eso en nuestro trabajo están tan presentes ciertos juguetes que solo circulaban en ese ambiente. Laura, en cambio, cuando niña vivió experiencias más sofisticadas. Su abuela era una señora muy elegante que le transmitió saberes más refinados, como tipos de materiales, marcas y firmas extranjeras, que, sin embargo, hoy son posibles de encontrar en ferias, pero que sólo Laura podría reconocer gracias a ese bagaje familiar. De esta forma como equipo desde un principio pudimos establecer una sincronía súper interesante que sentó las bases de la memoria de Diógenes, es decir, el valor del cachureo.

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¿Cómo surge el proyecto? ¿Cuál es su contexto?

[Camila] Todas somos de la Universidad Diego Portales. Partimos con Victoria y al poco tiempo se nos unió Laura que quería trabajar con cerámicas, ahí nos juntamos. Igual al comienzo fue complejo, porque yo estudié diseño industrial y mis compañeras son artistas visuales, por lo que el cruce de disciplinas resultaba difícil sobre todo viniendo de una escuela normativa. A mí me enseñaron cosas súper técnicas y prácticas ligadas a la estética, pero sobre todo al ámbito comercial. Cuando salimos al mercado me costó mucho transmitirles a ellas lo que debía hacerse en ese sentido, por lo que tuvieron que aprenderlo sobre la marcha. Así mismo, ellas también me enseñaron cosas a mí, a expandir la cabeza, porque en mi escuela siempre decían que los artistas no son productivos. Nos separaban del oficio. Si eres diseñador no eres artista y si eres artista no puedes ser diseñador, pero lo que hemos hecho nosotras es romper con eso y lograr un cruce de disciplinas.

[Laura] No sé qué tan diferentes son las exigencias de cada área, y viendo a Camila (mi único referente cercano de diseño industrial), diría que son bastante similares. Además, y eso es lo hermoso de trabajar en equipo, la diseñadora industrial de Diógenes es Camila, por lo que mi trabajo tiene que ver con otras áreas del proyecto. Y claro, en ese sentido sí soy muy “artista” y me doy muchísimas más libertades para pensar un objeto desde una emoción o una frase que leí o un olor que sentí al pasar por fuera de una casa. En ese punto es donde empezamos a compatibilizar entre las dos las ideas y conceptos hasta bajarlos a un objeto. Ella me ha enseñado mucho del mundo del diseño y quiero pensar que lo mismo ha pasado al revés. Entonces ha sido un camino lento, sin apuros ni presiones de ningún tipo y donde todo se ha dado de manera muy fluida. De las ideas de cada una vamos armando la línea hasta llegar al objeto, y eso lo hacemos entre las dos, lo que hace de Diógenes algo que tiene elementos del arte y del diseño. Somos una mezcla, y eso es lo que siento hace que funcione tan bien el proyecto.

El nombre “Diógenes”, ¿de dónde surge?

[Camila] Fue muy divertido, porque estábamos en medio de crisis personales y algunos roces de carácter y no hallábamos el nombre adecuado para este proyecto. Un día, estábamos cocinando en el taller de Victoria en Calle Sotomayor 232, Barrio Yungay, muy felices porque se habían vendido todas las cabezas de guaguas que habíamos producido. Las habíamos subido a facebook para esa navidad. Empezamos a pensar en otros juguetes y monos que teníamos y nos dio risa la cantidad de cachureos que teníamos: “¡Qué manera de tener cosas!, tenemos mal de Diógenes…”. Hubo un silencio, nos quedamos mirando… “¡Nos vamos a llamar Diógenes!», gritamos. Así nació el nombre, riéndonos del nivel de acumulación de objetos que teníamos, fue súper espontáneo. Ahí el proyecto adquirió una identidad y se consolidó. Cuando algo tiene nombre existe. Luego concretamos con una amiga, la diseñadora Natalia Cerda, para que nos hiciera el logo.

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El tema de la nostalgia está muy presente en el trabajo de Diógenes. Las Kewpie dolls, las muñecas de porcelana, el Gato Tom y muchos más. Es evidente el rescate y vínculo con la nostalgia de generaciones pasadas por medio de una selección muy cuidada de piezas icónicas. Cuéntanos sobre eso.

[Camila] Las cosas que nos han inspirado, en principio, eran de nuestras colecciones personales. Y después fueron apareciendo cosas en ferias. Mi mamá me formó feriante, mi tío tenía un puesto en la feria también; con ella empecé a conocer las ferias y a comprar cositas. Ahora sé donde ir y qué días ir. También con los recicladores se encuentran cosas muy buenas. Las figuras que mencionan, las encontré yo. Hay algo que no puedo explicar, yo sabía que tenían que ser. La memoria es muy importante en nuestro trabajo. Desde mi punto de vista, siento que todo lo que hemos desarrollado ha sido desde el corazón, la intuición y la reacción. De sentarse a conversar. Si alguien nos preguntara cuál es nuestra bibliografía la verdad es que no tenemos. La estamos buscando. Por eso cuando ustedes CECLI hicieron la charla de Loza Penco fue muy significativo para nosotras.

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¿Cómo fue evolucionando el proyecto Diógenes?

[Camila] Ya les he contado, empezamos con un vínculo muy fuerte con la memoria objetual, pero llegamos a un punto en que no podíamos seguir basándonos únicamente en rememorar un objeto icónico. ¿Por qué? Porque detrás de nuestro trabajo hay una técnica que, a mí como diseñadora, formada en una escuela altamente exitista, me pesa. Nos criticaron mucho, “no puede ser que copies un mono y hagas una cerámica”, no veían el valor del remake de las cosas, para ellos cambiar la materialidad de un objeto  sin cambiar el objeto no tenía sentido. Sin embargo, lo que ellos no veían era lo que hay detrás de un cambio de materialidad, pues también hay estudio y un proceso, donde yo busco un objeto, lo encuentro, y lo hago para que tenga una nueva vida. Eso en el ámbito del diseño no era valorado.

[Camila] Así fue pasando el tiempo y empezamos a trabajar el material, y nos dijimos «esto da para más». Cuando volví de Australia, me metí de cabeza en darle un giro a nuestro trabajo. Nos invitaron a exponer en una muestra que se llamaba “Nos creemos la muerte”. Yo llevaba un buen rato reflexionando sobre la sumatoria de objetos. Entonces, para esta convocatoria teníamos que reflexionar en torno a la muerte y, a partir de eso, proponer un ánfora. La propuesta surgió a partir de una serie de preguntas: ¿Por qué cuando alguien muere tiene que tener solo un ánfora? ¿Por qué no puede existir un ánfora familiar? ¿Por qué no podemos descansar todos en familia en un mismo lugar? Se pueden comprar mausoleos comunes, ¿por qué no un ánfora familiar? ¿Por qué las cenizas se tienen que esparcir? Ante esto diseñamos un contenedor pensando en una familia de cuatro integrantes, cuatro cabezas iguales superpuestas verticalmente. Ahí tuvimos que manejar con mucha precisión los grosores de las cabezas para controlar la estabilidad de la pieza y el soporte base era redondo y más ancho. En la exposición fue la primera ánfora que se vendió de los cerca de treinta diseñadores convocados.

Después de esta experiencia, nos dijimos: “Esto tiene que seguir”. Laura hace tiempo también tenía la idea de hacer un diplodocus de dos cabezas. ¿Recuerdan ese juguete que era un dinosaurio de tres cabezas? Lo hicimos y con eso nació “Engendros”, la nueva línea que estábamos buscando desarrollar, y eso nos lo permitió el manejo de la técnica. Todo lo que les contaba de la memoria y los objetos íconos es la identidad de nuestra marca, pero ahora vamos un poco más allá, trabajando esa identidad, pero creando nuevos objetos. Y, de paso, pagamos esa deuda que tanto nos habían cobrado desde el mundo diseño. “Engendro” es el resultado de todo lo que queríamos evolucionar y del manejo de la técnica. Ahora seguimos trabajando en esta serie, particularmente, en una tetera que aún no sabemos cómo será, podría tener dos o más caras… Se viene un juego de té. ¡Un desafío! Y las tazas me tienen muy nerviosa. ¡¿Cómo van a ser esas tazas?! Son tantos detalles como, por ejemplo, la llegada al suelo, el tipo de pico, el asa, el contenedor del té, etc.

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Cuéntanos sobre sus procesos productivos, series de productos, marcajes, etc.

[Camila] En este tema CECLI es muy importante, porque cuando asistimos a la Charla de Loza Penco, nos dimos cuenta de que no tenía consciencia de lo que estaba haciendo. Las piezas no iban a tener registro histórico si no llevaban un sello. La producción siempre es contra el tiempo, pero estábamos atendiendo una problemática súper importante. Esto hay que solucionarlo y tenemos que tener un sello. Y ahí claro, nos dimos cuenta de que el sello era todo un tema, dado que no se trataba solamente del diseño de éste, sino de cómo trabajar la cerámica; si el sello se va estampar en la cerámica, si va a sobresalir o si se hará con pigmento. Son todas decisiones de diseño en las que estamos trabajando ahora. Hemos investigado bastante.

No todos los productos Diógenes son seriados, pero las nuevas colecciones, como los vasos que diseñamos para el bar La Providencia, van a tener series numeradas. Algunas piezas como las tazas, los “guaguos” zambos o los Bowie no van a ser numeradas, nacieron hace mucho tiempo y ya son así.

Nos interesa desarrollar piezas asequibles para todo el mundo. Diógenes no pretende ser un diseño de elite. Para nosotras es importante ese tema, porque pretendemos que sea lo más barato que podamos venderlo en consideración a todo el proceso.

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Hace poco fueron parte de la exposición “POP, la cerámica que no pensábamos”, organizada por un colectivo de ceramistas locales del que forman parte. Eso estuvo muy interesante, cuéntanos más.

[Camila] Pop nació de manera espontánea. Siento que la “cerámica pop”, como llamamos a nuestros trabajos en ese momento, está en el proceso de creación de cada artista. Lo cierto es que la exposición logró poner en evidencia que en Chile están sucediendo cosas en torno a la cerámica y que la gente cataloga o identifica este tipo de trabajo como abiertamente, cerámica pop, para nosotros eso es un avance muy importante.

Algo está pasando, a la gente le está gustando la cerámica. Era un material que estaba dormido y, de repente, surgen talleres, artistas y lugares donde se fabrica. Si hay exposiciones, la gente va y, no solo eso, sino que compra piezas. Más allá de la cerámica, siento que la gente, las generaciones jóvenes, están valorando tener objetos con identidad, y una historia personal que los identifique. Pensábamos que todas estas marcas extranjeras y masivas iban a arrasar con el mercado – es cierto que lo hacen–, pero hay detalles que no pueden reemplazar como las emociones o la identidad. El bagaje cultural de los jóvenes chilenos respecto a otras generaciones ha cambiado y para bien, lo que ha ayudado harto al oficio y al trabajo de autor.

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