Nota

Objetos en el archivo. Nota a modo de expediente

Marisol García Walls 
Maestría en Estudios de Arte
Universidad Iberoamericana 

El área de Acervos Históricos de la biblioteca Francisco Xavier Clavigero (BFXC, Universidad Iberoamericana) está separada del acervo general por medio de unas puertas de vidrio que emiten un potente zumbido cada vez que entra un visitante. Detrás de los cristales, la biblioteca alberga más de treinta fondos documentales que han llegado a la universidad por medio de donaciones. Es frecuente escuchar el tópico de que los archivos son materia muerta, historia remota —mero “archivo”—. Sin embargo, en la misma medida que se puede decir, como menciona Georges Didi-Huberman, que lo propio del archivo es su laguna, su naturaleza horadada, también es cierto que el archivo es un lugar propicio para la vida, incluso cuando ésta parece ser, simultáneamente, una de las razones que arriesgan su supervivencia: a nadie se le escapa el hecho de que los archivos se encuentran en un riesgo constante por acción de los microorganismos que habitan en su interior. Hay casos en que la laguna, el hueco, no siempre son metáfora. El archivo ebulle: a espaldas de los investigadores, coleccionistas, bibliotecarios y archivistas, las bacterias, hongos y otros seres microscópicos se alimentan de los materiales orgánicos como la piel, el cuero, el papel y el cartón que abundan en el archivo. Por eso, es mejor siempre fumigar.

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Fotografía de la autora de objetos en una bodega. Acervos Históricos, Biblioteca Francisco Xavier Clavigero, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.

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Ocurre con frecuencia, sin embargo, que el archivo se llena de vida a partir de objetos que desbordan los sistemas de clasificación destinados a organizar los acervos bibliográficos. Junto con los libros, álbumes y documentos que son donados a las bibliotecas, aparecen objetos tridimensionales que desafían el imaginario común de lo que puede encontrarse dentro de ellas: monedas, pipas, instrumentos musicales, artesanías, herramientas, bastones, videocaseteras, tocadiscos y máquinas de escribir son algunos ejemplos. 

El término que se utiliza para describir a estos objetos es realia, que puede traducirse del latín como “objeto cotidiano”. Muchas instituciones reciben la realia con escepticismo —o bien, se niegan por completo a hacerlo—, en parte porque incorporarlos al archivo supone una serie de problemas de clasificación y almacenamiento. No todas las bibliotecas tienen espacio para guardar objetos de grandes dimensiones, ni están adecuadas para conservar textiles en descomposición, zapatos pestilentes o restos humanos, como cabello y dientes. Sin embargo, muchas otras —la BFXC entre ellas— acogen a estos objetos con gusto y les procuran un espacio dentro de sus colecciones. La New York Public Library, por ejemplo, conserva fragmentos del cráneo de Percy Shelley, las pantuflas de Elizabeth Barret Browning y el bastón que Virginia Woolf llevó hasta su muerte. En la Beinecke Rare Book and Manuscript Library de Yale podemos encontrar un ladrillo de la casa de Milton y los lentes de Benny Goodman, mientras que en el Harry Ransom Center, de la Universidad de Texas, los mocasines de D.H. Lawrence conviven a lado de la máquina de escribir de Anne Sexton. Si bien los objetos a veces forman parte de exposiciones curadas por el personal de estas bibliotecas, suelen estar guardados en condiciones especiales para asegurar su preservación. John Reed, curador de la exposición Things que la Beinecke mantuvo en 1995, recuerda que dos objetos no pudieron incluirse en la muestra porque fueron robados: un cuervo disecado que perteneció a Charles Dickens y los boxers extra grandes del académico William Howard Taft. 

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Fotografía de la autora de objetos en una bodega. Acervos Históricos, Biblioteca Francisco Xavier Clavigero, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.

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En enero le pedí a mi amigo Luis Inclán, coordinador del área de Acervos Históricos de la BFXC, una visita guiada a través de los objetos que han llegado a la Ibero. Ser visitante asidua de un archivo implica familiarizarse con sus dinámicas: con los sonidos de las alarmas contra incendios, las rutinas habituales del personal que trabaja ahí, los protocolos para pedir un libro o un documento específico, los materiales de las cajas en las que se guardan los tesoros de la biblioteca. No diría que conozco bien el área de Acervos Históricos de la BFXC: siempre siento una especie de emoción en el fondo del estómago cuando consulto el catálogo de la biblioteca y la búsqueda arroja un nuevo material que está en el área de Acervos. Estar en contacto directo con los vestigios del pasado es entrar a un mundo secreto, un mundo en el que hay un universo de cosas que permanecen en su sitio en el archivo después de que se apagan las luces y nos vamos a casa. Ingenuamente, esperaba encontrarme con una veintena de objetos interesantes entre los que me imaginaba que podía extraer una lista de cinco —máximo diez—. Por supuesto que se rió de mí: en realidad, mi vista al archivo consistió en una mañana entera en la que fui conducida a través de filas y filas de estantes fijos y móviles, bodegas y cajas fuertes a través de las cuales fueron surgiendo los objetos. Gracias a Luis también pude entablar conversaciones valiosas con quienes se encargan de catalogar, preservar y estudiar el patrimonio de la biblioteca universitaria.

En la intersección entre la antropología y la historia, la cultura material reconoce en los objetos que llegan al archivo un valor documental. La realia da cuenta de las relaciones entre los humanos y las cosas, así como de las prácticas de coleccionismo que permiten que lleguen a instituciones como bibliotecas integradas. Pronto dejamos de enfocarnos en la idea de que los objetos son proveedores de información sobre quienes los poseyeron para enfocarnos en lo que éstos pueden decir sobre sí mismos y sobre el mundo objetual. Con esta idea en mente, en lugar de elegir objetos en específico decidí hacer una lista ultra-breve sobre las colecciones que los acogen, con la esperanza de hacer una segunda edición de esta nota en la que aborde algunos ejemplos específicos con mayor profundidad. 

1. Las cámaras y el violín de Mariana Yampolsky

Mariana Yampolsky, fotógrafa nacida en Chicago en 1925 y naturalizada mexicana en 1954, tuvo un papel destacado en la historia del arte en México, primero a partir de su vinculación con la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado, así como por su participación dentro del Taller de Gráfica Popular, donde fue una de las pocas mujeres activas. Entre los objetos que llegaron a la biblioteca en 2018 se encuentran más de setenta mil negativos, once mil libros y diversos materiales documentales que están siendo catalogados y preservados para asegurar su consulta en un futuro cercano. La pasión de Yampolsky por México se deja ver en su colección de arte popular, en la que es posible encontrar alebrijes, cerámica y canastas. Además de estos tesoros, entre los más valiosos de la colección destacan los objetos personales de Mariana: un violín que la artista conservó desde su infancia y dos cámaras —una Rolleiflex y una Hasselblad— con las que tomó sus fotografías más conocidas. En esta foto aparecen junto con una cajita de conchas marinas.   

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Objetos de Mariana Yampolsky, fotografía de la autora. Acervos Históricos, Biblioteca Francisco Xavier Clavigero, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.

2. La “carpeta de curiosidades” de Chuy

Al ser una universidad jesuita, la BFXC ha recibido importantes donaciones de libros religiosos, muchos de los cuales provienen de personas relacionadas con la Compañía de Jesús. Entre las páginas de los manuscritos e impresos del archivo es común encontrar lo que se conoce como “testigos”: una amplia gama de materialidades entre las que figuran tarjetas, anuncios, invitaciones, poemas y ex-libris. Estos vestigios, que suelen arrojar información valiosa para investigadores y bibliotecarios sobre la historia de los libros, también nos ofrecen una mirada a las prácticas de lectura. A partir de los testigos es posible reconstruir la historia de un ejemplar, rastreando a quiénes perteneció y por qué ciudades estuvo. En la BFXC se ha conformado un pequeño archivo de testigos, conocido como la “carpeta de curiosidades”, en el que se van guardando conforme son hallados en los libros. María de Jesús Díaz Nava, mejor conocida como Chuy, se ha encargado de rastrear su historia, así como de ordenarlos de forma cronológica. 

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Carpeta de curiosidades, fotografía de la autora. Acervos Históricos, Biblioteca Francisco Xavier Clavigero, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.

3. Los cascos de la colección de Porfirio Díaz

Aunque el área de Acervos Históricos de la BFXC es de consulta pública, son pocos los visitantes que se trasladan a este costado de la Ciudad de México. Uno de los fondos documentales más visitados, sin embargo, es el archivo personal de Porfirio Díaz, quien  el presidente que dirigió México durante treinta años hasta que estalló la Revolución en 1910. El archivo de Díaz está intregrado por más de 800 mil cartas, folletos, recortes de periódico, fotografías y otros impresos. Además de este legado, a la BFXC llegaron varios objetos asociados a la colección entre los que destacan un juego llamativo de tres cascos y dos cañones en miniatura. La doctora María Eugenia Alcocer Ponce, experta en este fondo documental, señala que el juego de cascos corresponde al atavío de un típico soldado mexicano de esta época. Los cascos de estilo prusiano —identificables por el pico— son el complemento de los distintos uniformes de gala y de diario que usaban los soldados; presumiblemente pertenecieron al hijo de Díaz. Las cañones en miniatura eran enviados desde Francia y Alemania para que Porfirio Díaz pudiera probar en estas réplicas la tecnología armamentística a escala y pedir los modelos reales para su ejército. Los cañones del archivo funcionan perfectamente y vienen acompañados, incluso, de pequeñas balas. 

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Cascos del archivo de Porfirio Díaz, fotografía de la autora. Acervos Históricos, Biblioteca Francisco Xavier Clavigero, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.

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Cañón en miniatura del archivo de Porfirio Díaz, fotografía de la autora. Acervos Históricos, Biblioteca Francisco Xavier Clavigero, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.

4. La colección de herramientas de escritura del Padre Pérez Alonso 

Algunos de los objetos más interesantes del área de Acervos Históricos provienen de la colección del historiador jesuita Manuel Ignacio Pérez Alonso, S.J., quien fue rector de la Ibero en 1956. El historiador destacó como gestor cultural y se dedicó ampliamente a la construcción de archivos y bibliotecas. En la BFXC podemos encontrar ejemplos de objetos que reflejan su vocación humanista, cristalizados en una bella colección de herramientas de escritura. Entre sus objetos hay tablillas con escritura cuneiforme, un stylus romano, un tintero y un rollo manuscrito con el Libro de Ester. 

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Herramientas de escritura del padre Pérez Alonso, fotografía de la autora. Acervos Históricos, Biblioteca Francisco Xavier Clavigero, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.

5.Objetos fúnebres en el archivo

Después de mostrarme las herramientas de escritura del padre Pérez Alonso, cuando estaba lista para irme, Miguel Ángel Iturbe, quien fue como mi Virgilio en esta aventura, me preguntó si había visto la máscara mortuoria de Guillermo Prieto. Aunque el poeta y político mexicano murió en 1897, su máscara mortuoria —una máscara de yeso elaborada partir de un molde tomado de la cara del difunto— llegó a la Ibero hasta mucho después. Ante mi curiosidad, Miguel Ángel sacó una caja cuadrada de unos cincuenta centímetros dentro de la cual estaba, sí, la máscara mortuoria del escritor. También pude fotografiar un crucifijo y una carta de 1958 que acompañaron a la donación. En ella María Prieto de Iturbe, hija del escritor, explica que su padre sostuvo el crucifijo en el momento de su muerte, tras arrepentirse de sus pecados: “tomó en sus manos el Santo Cristo, lo regó con sus lágrimas, recibió la absolución e inmediatamente espiró”. Nos quedamos viendo el rostro blanco de Prieto por un rato. “Mira, tiene una pestaña”, me dijo Miguel. Tuve que acercarme un poco, pero pude comprobar que era cierto. 

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Máscara mortuoria, fotografía de la autora. Acervos Históricos, Biblioteca Francisco Xavier Clavigero, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.

* Agradezco a todos los amigos del área de Acervos Históricos de la BFXC por su ayuda, especialmente a Luis Inclán Cienfuegos.