por Paloma Opazo
San Petersburgo no es una ciudad rusa, me seguía repitiendo la gente. Al principio no entendía cómo la segunda ciudad más poblada de Rusia después de Moscú, la ciudad que había sido la capital imperial por dos siglos–llamada Leningrado en tiempos soviéticos– no iba a ser rusa. Una vez allá lo entendí: San Petersburgo es, ante todo, una ciudad occidental. El zar Pedro I, conocido como Pedro el Grande, fundó San Petersburgo en 1703 como parte de su agenda de “occidentalización” en territorio ruso. En tal proceso, las normas culturales, políticas y económicas de las monarquías europeas se convirtieron en la base para “civilizar” a Rusia (Koeppe, 2003). El zar revolucionó la nación–transformación después conocida como “Petrine Revolution”–al establecer una marina, modernizar el ejército siguiendo estándares europeos, reestructurar el gobierno e introducir nuevas artes y ciencias (Cracraft, 2004), por nombrar algunos hitos. Pedro el Grande fue un adelantado a su tiempo al poseer un pensamiento que pertenecía al de la Ilustración, más que al de su siglo (Ryan, 1999). La “nueva ciencia” llegaba para reemplazar a la fe. Collis indica la importancia que el esoterismo y misticismo solían tener en las cortes rusas al describir las habituales visitas de alquimistas y astrólogos, práctica que dejó de realizarse con la llegada de Pedro I al poder.
Caminando por San Petersburgo sentí una leve semejanza con la arquitectura y urbanismo de Ámsterdam, ciudad en la que vivo hace algunos años. Leyendo sobre la historia de Pedro el Grande, descubrí que residió en Ámsterdam y Londres y que, al fundar San Petersburgo, la llamó “Piterburkh”, en holandés. Koeppe añade que la ciudad da cuenta de la fascinación del zar con Holanda y su urbanismo a pequeña escala. Sin embargo, antes de que San Petersburgo fuera San Petersburgo, el territorio frente al río Neva era un pantano en el que llovía y nevaba casi todo el año. En palabras de Massie : “Incluso los comerciantes que durante siglos habían usado el Neva para llegar al interior ruso nunca habían construido ningún tipo de asentamiento allí: era demasiado salvaje, demasiado húmedo, poco saludable, simplemente no era un lugar para la habitación humana. En finés, la palabra «neva» significa «pantano».”[1] (356). A pesar de las dificultades, luego de cinco meses el fuerte de Pedro I comenzaba a tomar forma. La premura del zar se basaba en el peligro de ser invadidos, dada la ubicación estratégica del terreno al estar situado frente al mar Báltico. Una vez que San Petersburgo se constituyó en un puerto comercial, la población creció, llegando a alrededor de 40,000 personas en 1725, el año de la muerte del zar (Koeppe, 2003).
Al preguntar por museos, el primero que aparece en las respuestas de la gente y de TripAdvisor es el Hermitage, el segundo museo de arte más grande del mundo. La hermosura del Hermitage–que tiene un anexo en Ámsterdam–es innegable, pero me encontraba en búsqueda de un museo especial (o quizás raro sea un adjetivo más apropiado). Así, en un tour gratuito por la ciudad, el guía señaló como un paréntesis: “¡Ah! Y ahí–dijo apuntando hacia un edificio barroco frente al río Neva–está el Kunstkamera, el museo creado por Pedro el Grande”. Al día siguiente fui. El Kunstkamera fue el primer museo de Rusia y se estableció en 1714. Actualmente se conoce como el Museo de Antropología y Etnografía y es posible encontrar la primera colección de Pedro I y alrededor de 2 millones de objetos de distintas culturas a través del mundo (Kunstkamera, n.d.). Más allá del rol de los museos etnográficos en Europa, en su mayoría relacionados con el pasado colonial de dichos países, me quiero enfocar en la primera colección del zar. La recepcionista del hostal donde me hospedaba me miró sorprendida cuando le dije que quería ver el famoso museo: “pero sabes que tienen bebés embalsamados, ¿no?”. No lo sabía.
El sitio web del Kunstkamera dice que para el público moderno la colección de Pedro el Grande posee “freaks” o “monstruos”, pero que, durante el siglo XVIII, dichos objetos eran considerados “curiosidades”. Más que una colección con determinados artículos, el Kunstkamera se pensó como “un repositorio del conocimiento del hombre sobre el mundo y los seres humanos”[2] (Kunstkamera, n.d.). En este sentido, la exposición junta elementos que parecen no tener mucha relación entre sí, lo que corrobora Collis al señalar que los coleccionistas del periodo agrupaban objetos de una forma aparentemente asistemática. Así, pude ver ejemplos de naturalia, es decir, moluscos o insectos, y muestras de esqueletos y neonatos poseedores de uno de los intereses (u obsesiones) del zar: las malformaciones. Desde el esqueleto del gigante Nicolay a bebés siameses pasando por fetos con ojos de cíclope o poseedores de dos o tres cabezas. Todo aquello que en la época era explicado de acuerdo a la brujería o al Diablo (Germer), Pedro I lo quería en su museo.

Fetos exhibidos en la colección
De acuerdo a las infografías del museo, los prejuicios existentes hacia las personas con malformaciones hicieron que el zar buscara explicaciones científicas para tales fenómenos. El 13 de febrero de 1718, el zar ordenó a la población rusa enviar a todos los neonatos “freaks” nacidos a San Petersburgo, acción por la que recibirían un cierto monto de dinero. Al mismo tiempo, impuso una multa a quienes ocultaran a los fetos. El progreso en anatomía contribuía a la nación: se desarrollaba la medicina y, con ello, al ejército. Inicialmente, los viajes a Europa de Pedro el Grande fueron para aprender a construir barcos, su principal pasión. Sin embargo, durante 1716-1717, su visita a ciudades holandesas como Utrecht, La Haya o Leiden se centró en el aprendizaje de la anatomía y otras ciencias (Kunstkamera, n.d.). Fue ahí donde el zar compró a un famoso farmacéutico, Albert Seba, colecciones de insectos, moluscos y vertebrados de todo el mundo. Asimismo, asistió a las clases y disecciones del anatomista holandés Frederik Ruysch, quien en la época desarrollaba una técnica para embalsamar manteniendo la coloración de los cuerpos (para más información sobre sus viajes a Europa, ver aquí). Si bien podemos especular sobre el pasatiempo del zar, lo cierto es que el Kunstkamera sirvió para diseminar el conocimiento a través de Rusia, lo que derivó en la fundación de la Academia de las Ciencias en 1725. En sus inicios, el Kunstkamera se planteó como un museo enciclopédico, lo que durante el siglo XIX tuvo un vuelco importante con la separación de las ciencias. De esta manera, las colecciones de Pedro I sirvieron como base para el museo Zoológico, Botánico, Asiático, Etnográfico, entre otros [3].

Fetos exhibidos en la colección
A medida que me paseaba por la colección, notaba la cara de incomodidad y fascinación de los asistentes ante los fetos con caras tristes o durmientes que se presentaban frente a ellos. ¿Sacar una foto o no hacerlo? Para Morard, la exhibición de monstruos dentro del Kunstkamera da cuenta de un fenómeno familiar hasta fines del siglo XIX dentro de la cultura de la entretención: los shows de monstruos. De acuerdo a la autora, la difusión de estas “anormalidades” dio paso a dos enfoques que parecerían contradictorios, la “humanización” o “brutalización” del monstruo, pero que, al fin y al cabo, buscaban lo mismo: la domesticación de la otredad (Morard, 2016, 2017). ¿Era acaso “humanizar” o “brutalizar” la intención de Pedro el Grande? Salí del Kunstkamera con las imágenes de cientos de pequeños monstruos registradas en mi memoria, que hoy vuelvo a visitar a medida que escribo este artículo. Recuerdo que después caminé kilómetros a través del río Neva, mientras de fondo cruzaban pequeños botes aprovechando el momentáneo sol.

Primera colección de Pedro I de Rusia
Referencias
Cracraft, J. (2004). The Petrine Revolution in Russian Culture. Cambridge, USA: Harvard University Press.
Collis, R. (2011). The Petrine Instauration Religion, Esotericism and Science at the Court of Peter the Great, 1689-1725. Leiden, Netherlands: Brill Publishers.
Germer, M. (2017). Kunstkamera – Peter the Great’s Museum of Malformation and Anthropology.
Massie, R. K. (1980). Peter the Great: His Life and World. New York, USA: Random House Publishing Group.
Morard, A. (2016). Julia Pastrana ou les aventures extraordinaires de «la femme-singe» en Russie: Contribution à l’histoire culturelle des spectacles de monstres. Cahiers du monde russe, 57(4), 765-790.
Morard, A. (2017). Domesticating the Other: Monster Shows in Russia. Novoe Literaturnoe Obozrenie, 143, 215-232.
Koeppe, W. (2003). Saint Petersburg. Heilbrunn Timeline of Art History. New York, USA: The Metropolitan Museum of Art.
Kunstkamera (n.d.). The Kunstkamera: all world knowledge in one building.
Ryan, W.F. (1999). The Bathhouse at Midnight: Magic in Russia. Stroud: Sutton Publishing.
[1] «Even traders who for centuries had used the Neva to reach the Russian interior had never built any kind of settlement there: It was too wild, too wet, too unhealthy, simply not a place for human habitation. In Finnish, the word “neva” means “swamp”».
[2] “a repository of man’s knowledge about the world and human beings”.
[3] “Collections of Peter’s Kunstkamera formed the basis of the Zoological, Botanical, Mineralogical, Asiatic, and Ethnographical Museums, and the Anatomical, Numismatic, Egyptian, and Memorial Peter the Great’s Cabinets” (Kunstkamera, n.d.)