por Manuel Alvarado Cornejo
Licenciado en Historia y en Estética
Pontificia Universidad Católica de Chile
Históricamente, la(s) figura(s) femenina(s) ha(n) ejercido una fuerte atracción sobre los artistas, cuestión fácilmente evidenciable a lo largo de la Historia del Arte desde las venus esteatopigias del Paleolítico hasta las obras de Yves Klein a mediados del siglo XX [1]. Lo femenino a través de los siglos ha estado revestido de los más diversos significados entre los que han primado los de carácter religioso asociados a la fertilidad e incluso a la fatalidad, sin embargo, es esta riqueza simbólica la que ha hecho de éste uno los motivos iconográficos más recurrentes. Esta sobreexposición del cuerpo femenino en el arte, ha encendido las alarmas de los grupos feministas desde hace ya bastante décadas atrás ante la “aparente” contradicción que supone el excesivo número de representaciones femeninas en los museos versus la casi absoluta ausencia de artistas mujeres en sus colecciones –a modo de ejemplo basta señalar la intervención realizada por el colectivo Guerrilla Girls en 1989 frente al MET en Nueva York–. No obstante, ¿qué ocurre cuando el cuerpo de la mujer, o partes de éste, se convierten en adornos o en motivos decorativos de objetos de uso cotidiano? ¿Cómo es este tránsito desde la carne a las Artes Decorativas?

Guerrilla Girls, Do women have to be naked to get into the Met. Museum?, 1989, grabado, 28 x 71 cm, Tate Modern, Londres.
Realizar una historia de la presencia de la mujer en las también llamadas Artes Menores es una ardua tarea debido a que su incorporación puede ser asociada a los objetos más antiguos,encontrándose presente bajo la forma de vulvas, grutescos, cariátides, máscaras, esfinges, etc. El diseñador italiano Andrea Branzi al aproximarse al estudio de la cultura material romana y a la amplia presencia de vulvas y falos en ésta sostuvo acertadamente que los “objetos tienen sexo”, sin embargo, esta constatación sobrepasa con creces a la Antigüedad, ya que el carácter sexuado de las cosas es evidenciable – con mayor o menor intensidad–en cualquier periodo histórico. Un momento particularmente interesante en relación con la sobreexplotación del cuerpo femenino como motivo decorativo tuvo lugar con el advenimiento de la Modernidad pues la escala productiva, la difusión y las posibilidades de acceso a los objetos alcanzaron dimensiones sin precedentes en el mundo occidental.

Ejemplos de objetos de uso cotidiano ornamentados con figuras femeninas a comienzos del siglo XX
Una de las razones que definieron la importancia adquirida por los objetos con la mujer convertida en tema central de su estética se relaciona con la evolución alcanzada por las artes a comienzos del siglo XX, las que estuvieron dominadas por el Art Nouveau, también denominado Sezessionstil (Austria), Jugendstil (Alemania), NieuweKunst (Países bajos), Modernismo (España), Modern Style (Escocia e Inglaterra), y Liberty o Stile Floreale (Italia), el cual se caracterizó por el empleo de formas orgánicas y sinuosas, la abundancia decorativa, así como también, por la afirmación del compromiso entre arte e industria. Este estilo, influido por el rococó, el arte japonés, entre otros, se caracterizó por amplio uso que hizo de la figura de femenina, en palabras de Umberto Eco (2010):
La belleza Jugendstil es una belleza de las líneas, y no desdeña la dimensión física, sensual: como descubrirán muy pronto los artistas, también el cuerpo humano –y el femenino en particular- puede ser envuelto en líneas mórbidas y curvas asimétricas y dejarse sumergir en una especie de vértigo voluptuoso. La estilización de las figuras no es solo un un elemento decorativo […] la mujer Jugendstil es una mujer sensual, eróticamente emancipada que rechaza el corsé y ama la cosmética: de la belleza ornamental de los libros y de los carteles el Art Nouveau pasa prontamente a la belleza de los cuerpos. (368-369).
La imagen femenina proyectada por la estética Art Nouveau tenía un carácter mágico, sensual y exótico; de lo que constituyen un buen ejemplo las pinturas del austriaco Gustav Klimt (1862-1918), los afiches ondulantes de Alfons Mucha (1860-1939) y las coloridas danzas de Loie Fuller[2] (1862-1928). Con propiedad se puede establecer que la imagen de la mujer proyectada por el modernismo fue una preparación de la liberación total que sobrevendría tras la Gran Guerra (1914-1918).
Los trágicos eventos ocurridos en Europa hacia 1915 funcionaron como catalizadores de los profundos cambios que desde fines del siglo anterior afectaban a la sociedad occidental. Dentro de estas profundas transformaciones fueron fundamentales las experimentadas por las mujeres, quienes irrumpieron en el ámbito público, incorporándose rápidamente al mundo laboral, ya fuera en el campo, la industria y los servicios, ante la eminente ausencia de los hombres. Tras el término de la guerra, los triunfos en gran medida forzosos alcanzados por las féminas fueron irrevocables, pues muchas mujeres adoptaron una actitud crítica frente a los sucesos recientemente ocurridos y abogaron por su liberación, incluso en términos sexuales, lo que se expresó no solo en el clima intelectual sino que también, y más importante aún, en el ámbito de la estética. En relación con este último punto, y su vínculo más directo con la moda, James Laver (1982) sostendrá que:
[…] en 1925, para escándalo de muchos, acaeció la verdadera revolución: la falda corta […] había aparecido un nuevo tipo de mujer. El nuevo ideal erótico fue el andrógino, y las chicas se esforzaban por parecerse a los chicos lo más posible. Las curvas –el atributo femenino tan admirado- se ocultaron totalmente. Y como para dar el golpe final en su intento de masculinización todas las mujeres jóvenes se cortaron el pelo. (231-235).
La imagen de la mujer que primó durante la década del 20 fue la de una mujer andrógina, esbelta, sensual y “decadente”, que exhibirá sus piernas como nunca antes en la historia y que bailará extasiada al ritmo del charleston, es la imagen de la flapper que será adoptada como motivo ornamental por las Artes Decorativas en reemplazo de la mujer etérea del Art Nouveau, ya que a partir de 1925 también se había inaugurado un nuevo estilo que dominaría el diseño hasta el estallido de la 2da Guerra Mundial: el Art Déco. La progresiva racionalización del diseño y, por ende, la paulatina desaparición del ornamento de toda clase de objetos, no impidió que las Artes Menores siguieran utilizando a la figura femenina como su recurso iconográfico más recurrente, ya que como se señaló en los apartados anteriores, la “mujer moderna” de los años 20 enriqueció el ideal femenino históricamente empleado por los artesanos.

Fotografía de la actriz y escritora estadounidense Louise Brooks, emblema de las flappers girls y referente indiscutido de la femineidad que se volcó sobre la cultura material en los años 20.
Uno de los aspectos más interesantes y complejos de abordar guarda relación con la problemática que supone la conversión del cuerpo femenino en uno de los motivos ornamentales más utilizado en los objetos de uso cotidiano a comienzos del siglo XX, pues tanto literal como metafóricamente, la mujer se “objetualiza” y se vuelca sobre un tipo particular de producciones simbólicas que tradicionalmente han sido considerados de segundo orden por la teoría estética. En este punto surgen un sinnúmero de interrogantes que por esta vez solo pueden quedar planteadas: ¿Quiénes son los usuarios de estos objetos revestidos de formas femeninas? ¿Cuál es la función para la que fueron creados? ¿El abundante uso de figuras femeninas responde solamente a la moda imperante a comienzos del siglo XX? Si bien el cuerpo se ofrece como una fuente de inspiración válida para los artífices de igual modo como ocurre con el mundo animal o vegetal de los cuales deriva todo un arsenal de ornamentos, es importante preguntarse qué consecuencias comporta el vínculo entre objetos y género.
Bibliografía
Branzi, A. (2009). «Los objetos tienen sexo». En VV.AA., Atlas ilustrado del diseño. Milán: Susaeta.
Eco, U. (2010). Historia de la Belleza. Barcelona: Debolsillo.
Fleming, J., Balseiro, M., & Honour, H. (1987). Diccionario de las Artes Decorativas. Madrid: Alianza.
Laver, J. (1997). Breve historia del traje y la moda. Madrid: Cátedra.
Martin, K. (2011). El libro de los símbolos. Reflexiones sobre las imágenes arquetípicas. Colonia: Taschen.
Meyer, F.S. (1994). Manual de ornamentación. Barcelona: Ediciones G.Gili.
[1] Antropometrías, 1960.
[2] Bailarina norteamericana que se hizo famosa en la segunda mitad del siglo XIX por sus espectáculos en los que mezclaba la danza, el teatro y los efectos lumínicos.