por Paulina Leyton
Ilustradora
Este es mi Museo Personal de una Lucha Colectiva.
Son los objetos valiosos que he ido recolectando desde el día en que Chile Despertó, el pasado 18 de Octubre.
Este museo se gestó desde la casualidad, sin prever que el acto de recolectar y atesorar objetos pudieran llevar a que cada uno de ellos se convirtieran en testigos de hechos y momentos que han ocurrido desde aquel día. La memoria es frágil – al menos la mía – no obstante, esta colección hace que los recuerdos de sucesos perduren en mí, y que con sólo mirarlos pueda volver a un lugar, a una emoción y a un sinnúmero de situaciones que han sido parte de esta montaña rusa que hemos vivido gran parte de los chilenos.
01. Casquillo de bala. El 19 de octubre, a las 21:30 (media hora antes del toque de queda), llegó a 5 pasos de mí, en la esquina de mi casa, donde vecinos caceroleaban en paz. El miedo me invadió porque todo se volvió más real, pero no dejé que me venciera.
02. Bomba lacrimógena de mano. A pocos minutos de iniciado el toque de queda el día 19 de octubre, llegaron fuerzas especiales que dispararon sobre mis vecinos (y yo) mientras caceroleabamos pacíficamente. Nos llovieron lacrimógenas sábado, domingo y lunes.
03. Olla con rastros de sangre. El sábado 19 de octubre, una de las bombas lacrimógenas le llegó a un vecino, en la frente. Buscando refugio y sin conocernos, me pidió ayuda desesperado. Su rostro estaba bañado en sangre. Corrimos a mi depa donde pudimos detener el sangrado y hacer las curaciones necesarias. Entre el miedo y el desorden, olvidó su cacerola. Pero no olvidaré tu nombre, Maximiliano. Aunque se lanzaron otras, la lacrimógena de la foto anterior es la que hirió a Maximiliano.
04. Olla y cuchara de palo. Mis compañeras en esta primera semana de lucha pacífica. Aún les queda newen (energía) para seguir reclamando por las injusticias.
05. Instrumento musical. El jueves 24 de octubre, este amigo acostumbrado a la música se unió a mi descontento. Cambió la música por grito. Lo dio todo, hasta no poder más. Cayó/calló abatido a mi lado. Tranquilo, amigo, que seguiré dando la pelea por ti, por mí y por todos mis compañerxs.
06. Asa de cacerola. Huella de la Marcha más grande de Chile el viernes 25. Me sentía muy enferma, pero no podía no ir. Primera vez que tuve que recurrir al bicarbonato como acto de resistencia. Mis únicas armas eran una olla, una cuchara y mi corazón encendido.
07. Partes de una bomba lacrimógena. Había escuchado que las lacrimógenas contenían una mezcla nueva, más potente. Aunque nunca vi a un carabinero en Plaza Baquedano el martes 29 (salvo un helicóptero en el cielo), en un instante nos vimos bombardeados por gas pimienta. No lo vi venir, no vi el humo, sólo habían personas con cacerolas a mi alrededor pero, de un segundo a otro, pensé que me moría. No podía respirar. Los ojos se me cerraron de hinchazón, escozor y lágrimas. Sentía que todo daba vueltas y la desorientación se apoderó de todo. Ciega, guiada por la mano de Diego pude salir de ahí y ver que todo seguía igual. Que seguía en pie una comunidad pacífica, sólo que con los rostros llorosos, hinchados y enrojecidos.
08. Botón de bombero, militar o policía. Encontrado el martes 29 en el suelo del segundo intento de Marcha más grande de Chile. Sólo habían manifestantes alrededor, así que imagino se había extraviado días antes.
09. Restos de cucharas de palo. Las voces del descontento. Los gritos y clamores por la dignidad. Las armas del pueblo. Encontradas entre la masa de chilenos el martes 29.
10. Expansor de oreja. Dudé si traerla o no, porque iiuuu, pero cómo no darle espacio en esta pequeña colección. De seguro perteneció a una oreja rebelde que saltaba porque no es paco.
11. Panfleto. Porque los artistas también tenemos quejas. Porque el “hazme un mono” no es un hobby sino un trabajo. Una labor realizada por profesionales y artesanos que saben plasmar ideas, conceptos, pasiones y emociones, y darles forma física sobre un papel, un muro, un lienzo, una piedra, greda o a través de una interpretación actoral o musical. La mancha, los hilos, las rayas, el cuerpo y la música son nuestra voz. Y merecemos respeto.
El sábado 2 de noviembre fui a participar de los Diarios del Cacerolazo convocado por CECLI y Diarios de Guerra. De regreso a casa, decidí pasar por Plaza Italia, esta vez no con ánimo de marchar, sino con espíritu recolector. Me sentía muy frustrada de no haber participado de la marcha pacífica del viernes, así que necesitaba ir a buscar vestigios de lo que había sucedido mientras estaba lejos.
12. Alambre. No llevaba ni 5 minutos en la plaza, unas 100 personas se manifestaban en el centro. Por altavoz, carabineros avisa que no hay permiso para manifestarse, y que si no se iban, se verían en la obligación de reprimirlos. Un minuto después, lluvia de guanacos y lacrimógenas. Agarré la bici y llegué hasta el Café Literario de Balmaceda. A mis pies vi este alambre. Y aunque no es nada, reconocí en él a mi corazón y mi sentir. Todo enredado, confuso y aplastado.
13. Bomba lacrimógena. Vi CIENTAS en las cunetas, pastos y jardines. No andaba preparada para ellas, así que apenas las disparaban, mi única posibilidad era subirme a la bici y escapar.
14. Cartucho de perdigones. Traté de volver a Plaza Baquedano. Estaba repleta de fuerzas armadas. Desproporcionadamente repleta para los pocos manifestantes que habían. Faltaban 15 minutos para la convocatoria de las 17hrs, y desde distintas arterias se veían personas que de poco se sumaban. Sólo logré llegar a Parque Bustamante, pues volvieron a reprimir a los pocos que intentaban reunirse.
15. Cartucho de perdigones y casquillo de bala a fogueo. Tuve que salir de ahí nuevamente. Encontré estos objetos en las cercanías del metro Baquedano que da al Parque. Agarré la bici y me di una gran vuelta por Diagonal Paraguay, luego Portugal para salir al GAM.
16. SuperSock o BeanBag (lleno de perdigones). Ya en el Forestal, traté de avanzar, pero la represión era tal que si avanzaba 50m, retrocedía 80. Así, durante dos horas. En eso encontré esto que en principio pensé que era un prop de película de conjuros, pero luego recordé haberlo visto en rrss. Es un saco que tengo entendido se dispara con un rifle para reprimir sin matar. Dentro debe tener 100-150 perdigones metálicos muy pequeños.
17. Cucharas de palo. Huellas de resistencia.
18. Trozo de cuchara de palo. Me lo mandó la Feña a través de Diego. Vio mi museo y encontró pertinente que yo cuidara su resto de cuchara. ¡El resto de SU PROPIA CUCHARA! Se le había roto la primera semana en que Chile Despertó, pero llegó a mis manos el miércoles 6 de Noviembre y quedé para adentro, descolocada. Que la Feña me mandara su cuchara era, en mi sentir (que, para qué estamos con cosas, mi sentir ha estado bien melodramático y cambiante por estos días) como si me hubiese mandado a su primogénito cubierto en alhajas para que yo lo criara. ¡Y bien que le daré un hogar!
Durante las semanas siguientes he seguido recolectando objetos, nuevas versiones de bombas lacrimógenas, trozos de rejas y escaños que imagino fueron convertidos en municiones antiyuta, pero sobre todo he recogido trozos de cuchara. Me parecen un objeto muy potente pues en ellas se envuelve lo simple y lo complejo a la vez. Nacen de un elemento noble como la madera y es creado por artesanos en un oficio ancestral. Existen en la inmensa mayoría de los hogares – casas de pobres, ricos, de todos los colores de piel, con o sin intereses políticos y religiosos, y sin importar la orientación sexual de quienes habiten el hogar. Acompañan el acto de cocinar con amor o con el hastío de la rutina, durante décadas.
Y aquí están hoy en la calle, resignificadas como arma de guerra (según el Presidente y los carabineros), pero más bien como un elemento de clamor, de descontento, de rabia, de ofuscación, de júbilo y de un largo etcétera, pero nunca como un generador de violencia. A lo más de insolencia, pues son herramientas rebeldes que intentan despertar a los sordos con su «pam pam papa pam». La cuchara de palo nos permite garabatear y lanzar chucherías, pero en comunidad. No quiero decir, en unísono, porque he aprendido que somos manifestantes descoordinados a la hora de cacerolear, pero aun así nos sale hermoso.
Y todo eso junto y revuelto, queda capturado en ese trozo de cuchara que de tanta emoción rompe su cuerpo y cae al suelo exhausta. Como no pensar en que los chilenos muchas veces nos referimos al corazón como cuchara. «Me duele la cuchara», «se me acelera la cuchara», «cuídese la cuchara». Eso veo. Pedazos de corazones partidos cansados de tanto clamar por dignidad.
Y cómo no llevarlos a casa, atesorarlos y darles un hogar.
Hasta que la dignidad se vuelva costumbre.